Por: Sergio Zuluaga Peña. Abogado.

 En estos días, la vida de los jóvenes de América Latina es a menudo una terrible elección entre una lucha contra la miseria y la desesperanza en su propio hogar, emigración y desarraigo o, pertenencia a grupos armados. De hecho, en lugares como Colombia, a menudo la única alternativa “laboral”, implica coger un arma y pertenecer a un grupo criminal. Nos hemos de preguntar sin asomo a ningún sonrojo y ahora que hablamos de elecciones: “¿Quién puede limpiar el vasto desastre que los políticos de todos los colores credos y tendencias ideológicas han hecho en nuestro país?” Si el Estado es el responsable de brindar bienestar y servicios a sus jóvenes y no lo hace, ¿cómo pedirles que crean y respeten ese Estado? ¿Cómo criticar los levantamientos y la consiguiente agitación social en curso si está claro que el statu quo imperante es insostenible?

Pero más allá de la insatisfacción con las condiciones actuales y el llamado a que la gente se involucre en la toma de decisiones, los levantamientos actuales tiene un terrible problema, es que carecen de una visión clara de cambio y están alimentados por el oportunismo populista, que usando un falso lenguaje de esperanza y un florido lenguaje incitan a los hombres y mujeres jóvenes que depongan a sus líderes y traten de construir sociedades nuevas y mejores pero sin un rumbo claro, con la terrible consecuencia de que en ese proceso parece que lo único importante es el caos, la destrucción y el número de muertos que se puedan sacar en cara los unos y los otros, para ver si con ello convencen a las mayorías a ponerlos en el poder.

El tema es que si algún rumbo necesitamos, no es precisamente el de las promesas populistas de llevaros a alcanzar futuros utópicos no, el único rumbo posible para los ciudadanos latinoamericanos es poner fin a décadas de excepcionalismo y devolver Latinoamérica a la corriente principal de los desarrollos globales. Latinoamérica necesita un despertar democrático, dar un cambio a esa resistencia a las normas e ideas de la democracia, pero de la modernidad en general y sobretodo un cambio a la sorprendente falta de solidaridad y cohesión social, así como a la seguridad jurídica y el respeto a la dignidad humana.