Por Manuel Antonio Pérez Puerta.

De manera simple y sin entrar en muchos detalles se puede afirmar que en nuestro continente han coexistido dos modelos de izquierda, ninguna de las cuales había triunfado en elecciones en Colombia antes del gobierno de Gustavo Petro.

De manera simple también podemos decir que ambas izquierdas tienen en común el anhelo de dar subsidios a los sectores más necesitados, pero lo hacen de distinta manera y con resultados muy diferentes. Por un  lado una izquierda que todavía parece añorar  el modelo soviético y que considera que el estado puede encargarse de absolutamente todo (en lo político, lo social y lo económico) y en este sentido no requiere de la empresa privada para el desarrollo de los sectores productivos, sean estos de la salud, de las comunicaciones, de la elaboración de bienes y servicios, entre otros. La mejor expresión de esta izquierda la encontramos en Cuba y en Venezuela. El resultado de estas políticas, en donde la mayoría de sus habitantes sobreviven de los subsidios estatales, es  la ineficiencia  del sistema productivo, la corrupción y el declive de la democracia.

En contraste se ha dado otra izquierda más moderna que considera que ante la imposibilidad de acabar totalmente con la pobreza se requiere subsidiar a estos sectores   a partir de la riqueza que genera una economía próspera manejada fundamentalmente por sectores privados  y en donde el estado vele  por generar las condiciones que posibiliten que sea atractiva la inversión del capital privado, que la riqueza sea mejor distribuida y por generar  oportunidades para todos en donde la educación como motor del desarrollo, de la ciencia y la tecnología llegue a todos los sectores de la población.  Y algo importante son consciente de preservar la democracia. Bachelet en Chile y Mujica en Uruguay son dos buenos ejemplos.

En Colombia después de una larga historia de presidentes liberales y conservadores y a pesar del miedo a los gobiernos de izquierda por su cercanía con Venezuela, pero en razón de la insatisfacción general de grandes sectores de la población en torno al empobrecimiento, la violencia y la corrupción rampante, llegó por primera vez a Colombia un gobernante  de izquierda en cabeza de Gustavo Petro, aunque con el concurso de partidos tradicionales y sectores de centro.

La pregunta fue en torno a qué propuesta de gobierno de izquierda nos plantearía Petro. Después de unos pocos conqueteos de gobernar con otros sectores muy rápidamente empezamos a escuchar  al Petro de la calle y los balconazos, con un discurso polarizante que se ha ido tornando más y más excluyente, que estigmatiza a todo aquel que no esté con sus propuestas y lo peor que divide al país en buenos y malos;  en ricos malos  y en pobres sin esperanza en un régimen que no sea el suyo y en donde hasta la clase media es vista de manera peyorativa al marchar algunos  en contra de sus propuestas.

No parece ser consciente Petro de que con su lenguaje polarizante y en alguna medida de odio está dividiendo un país que amenaza con tornarse irreconciliable, con caer en una violencia desbordada y en donde la corrupción y los grupos ilegales encontrarán el medio ideal para prosperar.

Sin embargo, las elecciones de octubre podrían hacer pensar a Petro que se está adentrando por caminos equivocados que pueden ser su ruina como político y el de la izquierda en Colombia.