Por Iván de J. Guzmán López – Ivanguzman790@gmail.com

Tal vez el día del padre no tenga la trascendencia, la alegría, el dolor o la ternura que tiene el día de la madre; pero sin duda, también en el corazón (que es el lugar donde se deposita el bien, según se lee en esa hermosa colección de cuentos árabes llamada Calila y Dimna) está la figura del padre. Aunque es claro que para muchos  hijos la fecha es poco significativa, otras veces, las más,  el padre se acurruca por siempre en el corazón de millones de hombre y mujeres, y se queda eternamente en él, sin que la fuerza de la muerte o del olvido, oscurezcan su recuerdo.

La celebración del día del padre se atribuye por unanimidad a la señora Sonora Smart Dood, nacida en Washington, D.C., quien sugirió la idea en 1909. Cuenta la historia que William Smart, su padre, veterano de la Guerra Civil, perdió a su esposa mientras esta daba a luz a su sexto hijo. La penosa situación en que quedó William, no fue excusa para abandonar a sus hijos, y, contrario a ello, los cuidó, incluido al recién nacido, con verdadero cariño e infinita paciencia y dedicación. Andando el tiempo, Sonora no dejaba de reconocer la bondad, la entereza y el amor del padre, que, solo, apoyado únicamente en la fuerza del amor, los crio a todos, en los más altos valores y virtudes.

Así, una tarde, Sonora propuso celebrar el día del padre, primero en honor al suyo, luego en reconocimiento amoroso a todos los padres del mundo. La idea fue acogida con entusiasmo, e inicialmente se propuso el 5 de junio, día del cumpleaños del señor Smart, pero finalmente se decidió que fuera el tercer domingo de junio, dando tiempo a los preparativos. El 1910, en Spokane, Washington, se celebró el primer Día del Padre, como hoy se conoce. Desde esa fecha, llevar una flor ese día de junio, era la forma clásica de celebrar al padre. Sonora escogió una rosa roja para celebrar a los padres vivo y una rosa blanca para honrar la memoria de los padres fallecidos.

La celebración fue tomando fuerza, hasta que se hizo común. Esta fiesta, como la de las madres, se volcó al comercio en la búsqueda afanosa del presente, capaz de hablar del amor y del respeto que el hijo sentía por el padre. El 1924, el presidente Calvin Coolidge dio apoyo a la joven idea de crear un Día Nacional del Padre, y dos años más tarde se reunió por primera vez en la ciudad de Nueva York, el Comité Nacional del Día del Padre. Una resolución del congreso de los Estados unidos, del año 1956, reconoció la práctica de honrar al padre, dedicándole un día especial. Diez años después, el presidente Lyndon B. Johnson, proclamó oficialmente  el día del padre, como una fiesta nacional, y en 1972, durante su presidencia, Richard Nixon firmó una ley que establecía de forma permanente la celebración del día del padre en el tercer domingo de junio. A partir de 1966, la celebración se esparció rápidamente a Europa, América Latina, Asía y África.           

Aunque la historia es el pasado que nos explica el presente, quiero apartarme un poco de ella para recordar (y recomendar) una hermosa obra cinematográfica: La sagrada familia (2006), donde encontramos la figura sublime del José padre, en todo su esplendor. Es una producción estelar dirigida por Rafaela Mertes, con un reparto extraordinario y representaciones maravillosas en las personas del actor italiano Alessandro Gassman (como José) y la hermosa actriz Rumana Ana Caterina Morariu (en el papel de María). Es una síntesis muy ceñida a las Escrituras, donde nos presenta  a “un carpintero viudo y con dos hijos, llamado José, que conoce a María, una joven que antes de ser prometida a cualquier desconocido, acepta a José, ante una señal de Dios. Casi al instante, María queda prendada de José y decide seguirle en su andadura. José consiente en llevarla a la aldea donde vive con su familia y no tardará en darse cuenta de que está enamorado de ella. Un día se le aparece el Espíritu Santo en forma de luz y María queda llena de gracia”.

Hacia la mitad de la producción, un Jesús de 10 años, enternecido por un padre dedicado a su cuidado, amoroso con María y siempre entregado con paciencia a su oficio, pronuncia unas palabras que magnifican al padre y a la figura bíblica del esposo de María: “José, yo quiero ser carpintero, como tú”.

Volviendo a la historia, es claro que “los Padres de la Iglesia fueron los primeros en retomar el tema de José de Nazaret. Ireneo de Lyon señaló que José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que María es figura y modelo.​ A Ireneo se sumó Efrén de Siria (con un sermón laudatorio),​ Juan Crisóstomo, Jerónimo de Estridón,​ y Agustín de Hipona…”.

También, desde el comienzo de la Orden de Frailes Menores, los franciscanos se interesaron en José de Nazaret como modelo único de paternidad. Distintos escritores franciscanos desde el siglo XIII al XV (Buenaventura de Fidanza, Juan Duns Scoto, Pedro Juan Olivi, Ubertino da Casale, Bernardino de Siena, y Bernardino de Feltre) fueron sugiriendo progresivamente cómo José de Nazaret podría convertirse en un modelo de fidelidad, de humildad, pobreza y obediencia para los seguidores de Francisco de Asís”.

Yo, simple pecador e impenitente garrapateador (amando la historia del señor William Smart), quiero ponderar la existencia de José (por antonomasia, el “patrono de la buena muerte” por atribuírsele haber muerto en brazos de Jesús y María, tal y como lo apreciamos al final de la interpretación de Alessandro Gassman  y la bella Ana Caterina Morariu), reconozco y quiero que al celebrar el Día del Padre, celebremos también a José de Nazaret, esposo de María y padre putativo de Jesús.