Por Iván de J. Guzmán López

Las pasiones desbordadas son el principio del abismo; no proponen proyectos responsables de gobierno; es un juego macabro donde la gente, de común, la más humilde y desposeída, es la que paga, y en muchas oportunidades, con sangre, con la vida.

Ayer, 29 de julio de 2023, fue el cierre de las inscripciones ante la Registraduría nacional para candidatos a corporaciones públicas.  Alrededor de unos 120.000 candidatos fueron inscritos por los partidos, movimientos y firmas de cara a las elecciones del 29 de octubre del 2023, en donde se elegirán a concejales, diputados, juntas administradoras locales, alcaldes y gobernadores para el periodo 2024 – 2027.

De esos 120.000 candidatos inscritos, saldrán los que, definitivamente, llevaran a Colombia por el camino de la prosperidad, o por el camino de la vuelta al pasado, lleno de violencia, miseria y negación de oportunidades. La única pasión que debe mover a los elegidos, finalmente, deberá ser la pasión de servir al ciudadano, en especial al de a pie, que ve en cada elección, a propósito de nuestro sistema democrático, una esperanza de mayores oportunidades, de más respeto, de menos violencia, de vivir mejor, de vivir en paz, como fin esencial de la vida.

Gobernar con pasiones extremas, es llevar a un pueblo entero a los extremos, y ya sabemos, por una larga historia de dolor mundial, que no hay sistema de gobierno mejor que el democrático. La democracia como guardiana del orden, de las libertades y del respeto por el ciudadano.

El estadista Winston Churchill, nos recuerda: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. Gobernar no es fácil, si se quiere gobernar en democracia y al servicio de la comunidad. Ejercer el poder es difícil y por eso la responsabilidad de elegir, es grande. Se debe elegir al mejor. No hay opción: como dijo Shakespeare, en Enrique IV: “¡Inquieta vive la cabeza que lleva una corona!”. 

La leyenda de la espada de Damocles, es sabia en ello: “dicen que en la corte de Siracusa había un tal Damocles, uno de los tantos conspiradores que tenía Dionisio. El segundo, ante el asedio del primero, lo invitó a ser rey por un tiempo, para que “gozara” del poder del que tanto denostaba. De repente, Damocles se vio rodeado de todo tipo de lujos, ejerciendo el poder y tomando decisiones que lo ponían inquieto.

Una tarde, se percató de que sobre el trono pendía una espada desenvainada, sujeta solo por un pelo de la cola de un caballo. La había mandado poner Dionisio, como un recordatorio de la amenaza constante que se cierne sobre el que ostenta el mando.

Damocles no pudo con la presión, y antes de que acabara el día ya le estaba pidiendo a su rey que cada uno retornara a sus papeles”.

Es triste ver cómo el mundo está viviendo una fuerte crisis democrática; actualmente hay más países retrocediendo y cayendo en peligrosos autoritarismos que parecían cosa del pasado. El país no puede renunciar a la democracia ni creer que un régimen autoritario de izquierdas o derechas es lo mejor; debemos madurar políticamente y entender los beneficios de una democracia, aunque imperfecta.

Personalmente, tengo claro que evitar extremos, nos permite actuar con libertad, en democracia, sin el peligro de caer en el peor de los sistemas políticos: La oclocracia.

Es claro que desde el propio grito de independencia, en 1810, venimos de tumbo en tumbo, de guerra en guerra y de crisis en crisis, cayendo, en las últimas décadas, en lo que se denomina La anaciclosis. Esta teoría es conocida principalmente por la famosa obra de Polibio, el apreciado historiador griego, y se basa en la idea de que todo régimen político tiende a degenerarse.

“Según la teoría de la anaciclosis —teoría cíclica de la sucesión de los sistemas políticos, a la que alude Maquiavelo—, la oclocracia se presenta como el peor de todos los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder”.

Para el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832), en su Vindiciae Gallicae, “la oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo”.

Colombia, y ahora muy especialmente Antioquia, necesita un gobernante cuyo concepto de la derecha sea para preservar el orden y poner en buen recaudo a la delincuencia desbocada que va por nuestros campos y municipios con patente de corso para delinquir; y de la izquierda, para concebir y construir las obras de bienestar que la población necesita, entendidas estas como la acción democrática más efectiva sobre las necesidades de los más pobres, para lograr el bienestar social y humano.

Antioquia espera un gobernante en democracia, equilibrado, con experiencia y autoridad moral, nunca ebrio de proclamas incendiarias de izquierda o de derecha.