Por:LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS    

Según Goethe, “El odio constituye un pesado lastre que hunde profundamente al corazón en el pecho y grava, como una losa sepulcral, sobre todas las alegrías”. 

Es el odio la antipatía y aversión hacia alguna persona o cosa cuyo mal se desea y representa una enfermedad moral que viene aquejando a una gran porción de la comunidad colombiana.  Como ocurre con otros sentimientos negativos de reconcentrada intensidad, tales como la envidia y los celos, el odio es un virus altamente contagioso ya que la virulencia de su manifestación termina por arrastrar a las voluntades mezquinas y débiles.

Al igual que en casos que se han expuesto por algunos estudiosos, me propongo expresar que el sentimiento de odio intenso representa, como cualquier exaltación intensificada de las sensaciones, una exacerbación pervertida de la sexualidad, que adopta, en el caso que nos ocupa como ciudadanos de bien, una modalidad destructiva.  La mayoría de los sujetos odiosos son sádicos que mediante el desborde de sus sensaciones eróticas pervertidas alcanzan un orgasmo sicológico que se prolonga a través del tiempo.  Esto explica la intensidad recurrente de pasiones como la ira, los celos, la violencia y la dificultad para controlarlas.

El que odia archiva una vibración destructiva en su magnetismo personal y en sus sentimientos, proyectando esta energía a la persona o cosa que tanto detesta.  El primer perjudicado, al archivar el odio, es el propio individuo odioso, puesto que por representar esto una pasión de naturaleza destructiva y maléfica, desordenada, disocia, mancha, perturba y contamina sus pensamientos y sentimientos con el consiguiente daño para el ejercicio de sus conductas y su salud física, psíquica y mental.  Son muchas las personas, en el escenario de la política, la empresa, la educación, la salud, el deporte, la administración pública, entre otras, que contraen graves enfermedades debido a la odiosidad que las aqueja.

El resentimiento, el odio, la envidia, la destructividad, la calumnia y la injuria constituyen tonos musicales desarmónicos y destructivos emitidos por nuestra psiquis, que actúan como emisarios de muerte en las células del cuerpo.  La influencia destructiva de las emociones negativas es plenamente aceptada en medicina y algunos científicos concuerdan en que no existe ninguna enfermedad exenta de un factor sicosomático.

Se ha observado, por ejemplo, que la recuperación pos-operatoria es mucho más rápida y profunda en sujetos alegres y armónicos, con una familia o institución que los ama, que en los casos de sujetos odiosos, solitarios y amargados.  El sujeto que odia es sin duda alguna, un emisor de magnetismo portador de mandatos de muerte y destrucción, que proviene del archivo de sus vibraciones de odio.  Estos archivos se convierten en fuente de proyección vibratoria, que al ser captada por otras personas penetra en la corriente magnética de sus cuerpos, influyendo destructivamente sobre sus centros vitales, intelectuales y emocionales.  El que es odiado se sentirá deprimido, decaído y desanimado, empezando a su vez a detestar lo que nunca le había molestado.

El odio y la mayoría de los vicios son extremadamente contagiosos y esta es la causa por la cual ciertas formas de corrupción pueden extenderse en forma tan dramática como en el Congreso de la República de Colombia, Asambleas Departamentales, Concejos Municipales, Gobernaciones y alcaldías, entre otras, para no extenderme demasiado pues, la lista puede resultar extensa.

El odiar es una falta moral y ética muy grave ya que representa un atentado a la vida de otras personas, que al ser alcanzadas por la proyección magnética destructiva pueden ser afectadas negativamente en su integridad psíquica y biológica, experimentando problemas cuya génesis no llegarán jamás a suponer.  El sujeto que odia castiga su propio pecado de manera muy eficiente ya que, paulatinamente, la pasión negativa que lo consume pasa a formar parte destructiva de las células de su cuerpo, deformando también su expresión facial, corporal y provocando una variedad de alteraciones mentales y biológicas.

Hay personas que, en el servicio público, en el trascurrir de los años, en vez de perfeccionar su conducta la deterioran, volviéndose más cínicas, delictivas y agresivas.  La interpretación deshonesta de su propia circunstancia vital contamina y ensucia sus sentimientos, debido al hecho de culpar a fuentes externas, sean personas, grupos o instituciones, de la desgracia o infelicidad que las aqueja, siendo, en realidad de responsabilidad estrictamente personal.

Bien decía San Agustín que: “la ira engendra el odio y del odio nacen el dolor, el temor y la violencia”

 

Cordialmente, 

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                    Medellín, agosto 1 de 2020