El antiético llamado a la estética de Claudia Restrepo desde Eafit

Por: Juan Pablo Durán Ortiz

Tomado de las redes sociales – Twitter – whatsapp – enero 16, 2022

Después de graduarme como economista de la universidad Eafit seguí trabajando en mi universidad como profesor, investigador, coordinador del semillero de finanzas y estudiante becado de maestría. Mis primeras experiencias en la docencia, investigación y consultoría las debo a Eafit, institución que quiero y a la que agradezco infinitamente. Si no fuera por lo que aprendí allí no hubiera accedido a sendos espacios de la academia internacional para luego ser merecedor del único cupo en la maestría en ciencias en estudios urbanos y planeación de la mejor universidad del mundo en esa área: el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Yo fui el único estudiante del mundo en ese año que logré acceder a la maestría investigativa en su énfasis de Desarrollo Económico Internacional. Así, Eafit cambió mi vida para bien y me abrió las puertas a un mundo de conocimientos más enriquecedor de lo que yo podría haber soñado.

Por eso me entristece el giro que viene dando mi universidad. En la era de Juan Luis Mejía la universidad cambió teniendo a la cultura y la ciencia como centro de gravedad. Se ampliaron las áreas de conocimiento, se dieron discusiones relevantes acerca del rol de la academia en la sociedad y se invitaba a todos los actores por igual. Personalmente me beneficié de esta transformación: así como desde el comité de economía de la Organización Estudiantil pude invitar a sindicalistas de la educación y la salud a dar sus opiniones dentro del claustro universitario, desde el Bufete Financiero invitamos al presidente del momento Álvaro Uribe Vélez con una visión totalmente contraria. Siempre encontré un apoyo incondicional en el departamento de economía, la vicerrectoría académica, el área de investigaciones y la mismísima rectoría en ampliar nuestros horizontes e invitar a todas las esquinas ideológicas y políticas a la universidad. Nunca sentí que la rectoría era Fajardista, Uribista, de izquierdas o de ninguna otra afiliación política, era simplemente una universidad abierta a la ciencia y sobre todo al debate y la discusión.

Hoy instituciones como la Universidad Eafit, la Universidad de Medellín y COMFAMA, entre otras se han convertido en simples conquistas institucionales del Fajardismo y de su movimiento político Compromiso Ciudadano. Esto es evidente no sólo en las cabezas de dichas instituciones sino también en el cambio de sus más importantes órganos directivos. La politización de instituciones insignes de Antioquia debe tener unos mínimos límites éticos dados por el respeto a las organizaciones que representan la cultura y la rigurosidad académica. Las fuerzas vivas de la Universidad Eafit deben convertirse en un muro de contención ante el riesgo inminente de la ideologización y politización de la universidad Eafit en cabeza de su nueva rectora Claudia Restrepo que debe empezar a respetar la dignidad de su cargo. No podemos permitir que se use la rectoría como podium para impulsar contratos, ideologías e intereses particulares de su movimiento político.

La carta de la rectora denominada “la misión de la Universidad: la búsqueda de la verdad y la belleza” es un intento vulgar de usar el nombre y la historia de mi universidad para promover su propia ideología política en contra del alcalde actual de Medellín Daniel Quintero Calle. Esa carta no me representa a mí como egresado, ni como académico, ni como ex investigador de la Universidad Eafit, y estoy seguro que no representa el pensamiento de la totalidad de la comunidad eafitense, ni los intereses institucionales de la universidad. Personalmente tengo muchas críticas al alcalde Quintero y a su gabinete, no soy Quinterista ni le hice campaña… no se trata de eso. Se trata de lo grave que es ideologizar una institución tan importante como la Universidad Eafit. Todos quienes queremos a la universidad debemos exigir respeto por la institución y por su historia si no queremos ver su nombre inmerso en las profundas alcantarillas escatológicas y polarizadas de la politiquería antioqueña.

La carta habla de la verdad y la belleza. La verdad es un descubrimiento continuo, y la academia tiene sentido precisamente porque no existen verdades absolutas. La ciencia avanza cuando se descubren lo incompletas que son las verdades científicas anteriores. Sin embargo la carta de la señora Claudia Restrepo parece indicar que sólo existe una verdad y de que su verdad personal y política es la verdad absoluta. Esto no solo es una mentira, sino que va en contra de lo que significa la academia misma. Más grave aún es su llamado a la “belleza”. Resulta que el llamado a la belleza que hace Claudia Restrepo no es un llamado a la estética de la ciencia como debe ser, sino que es un llamado a todo lo contrario: a mantener la estética incluso a costa de los hechos  investigativos y de la rigurosidad académica que debe tener el estudio de la realidad social de una ciudad como Medellín. Lo que hace Claudia Restrepo es un llamado a esconder la suciedad debajo de la alfombra, a no decir lo que incomode al poder establecido, a no buscar la verdad de manera crítica si esta verdad lastima a sus amigos políticos y económicos.

Al parecer ya no es lícito para la rectora de la Universidad Eafit afirmar hechos antiestéticos como el listado de 61 empresas que financiaron a las AUC en la década de los ochenta según los hallazgos de de la Fiscalía en el parqueadero Padilla, ó el listado de 66 empresas culpables de despojar a campesinos pobres de sus tierras con ayuda de grupos armados ilegales, ó que la Superintendencia de Industria y Comercio impuso multas por más de $200.000 millones a Argos, Holcim, y Cemex por cartelizar precios del cemento, ó el comprobado control territorial y de seguridad que tenían los desmovilizados de las AUC en Medellín en la alcaldía de Sergio Fajardo a través de alias “Don Berna”, ó que se han gastado más de $45.000 millones de pesos en arreglar el parque biblioteca España, obra mal hecha con la que el “urbanismo social” de Fajardo se ha ganado varios premios internacionales… la posverdad que quiere imponer Claudia Restrepo desde su cargo de rectora de la Universidad Eafit es que todo eso simplemente no pasó y que todos esos hechos históricos son mentiras innombrables por el hecho de “no ser bellos”. Al contrario de esconder la fea realidad bajo la alfombra, el papel de las universidades es impulsar el estudio y el análisis en contexto de estos hechos como un ejercicio pedagógico e investigativo de nuestra realidad como ciudad y como país.

La valoración de la estética sobre la ética que se promueve hoy desde la rectoría de Eafit es la misma que prefiere asegurar que Medellín es “la ciudad más innovadora del mundo” cuando ni siquiera aparece en los primeros lugares de innovación del continente, es la misma con la que ordenaban desapariciones forzadas en la época de la Donbernabilidad de Medellín para que no aumentaran las estadísticas de homicidios, es la misma con la que escondieron en fosas comunes a los asesinados de la Operación Orión para que no hubieran pruebas de sus asesinatos, es ese mismo argumento estético con la que tanto nazis como paramilitares incineraban a sus víctimas en hornos crematorios para que no quedara huella de sus desmanes, y las guerrillas estéticamente llaman detenidos políticos a sus secuestrados. Por supuesto que es más “bello” tildar de guerrilleros dados de baja en combate a los miles de jóvenes inocentes que asesinó nuestro ejército nacional, ó tildar de “víctimas del conflicto interno” a los cientos de campesinos asesinados en las 62 masacres que se perpetraron coincidencialmente alrededor de los doce municipios de influencia del megaproyecto Hidroituango. Los costos éticos del embellecimiento de los hechos históricos no son propios de la ciencia, de la investigación y de la “verdad” sino todo lo contrario: son propios de una retórica política de la post verdad que hace lo que sea necesario para evitar la verdad y la evolución que tanto promueve la ciencia y la investigación.

La verdad no es simple ni absoluta y algunas veces no es “bella” como la quieren vender los facilistas de la politiquería. La verdad requiere del estudio riguroso del contexto y de la historia. Estamos llamados a fortalecer de una vez por todas una paz incluyente, en donde todos participemos y donde todos podamos aportar a esa verdad histórica que no es bella, pero si es necesaria para lograr una paz duradera. Un proceso de reconciliación exitoso no es aquél que guarda las porquerías debajo de la alfombra, ni tampoco es aquél que busca la venganza de un bando sobre el otro. El país necesita una paz donde todos nos reconozcamos culpables por acción u omisión, una paz que reconozca que en la guerra todos tuvieron sus razones para hacer daño: desde el campesino que decidió engrosar las filas de la guerrilla o los paramilitares, hasta el empresario que tenía a su familia y a sus bienes perseguidos, secuestrados o asesinados y decidió usar sus recursos económicos y políticos para defenderse, sobrevivir y prevalecer. Debemos reconocer los hechos históricos y perdonarnos con honestidad como prerrequisito para escribir una nueva historia en Colombia. 

Por eso bienvenido el llamado que hicieron las universidades privadas del G-8 en su última misiva. Es un llamado a usar los espacios académicos para el diálogo, el encuentro y el trabajo conjunto. A pesar de la cochina interpretación de algunos politiqueros, sus seguidores y sus medios de comunicación, la carta de estas universidades contrasta diametralmente con la penosa carta que Claudia Restrepo envió a nombre de mi universidad. La carta de las universidades privadas del G-8 no culpa ni señala a ningún bando en conflicto, todo lo contrario: hace un llamado a los unos y a los otros a la unidad. Con ésta, es el segundo llamado que hacen las universidades del G-8 al diálogo y al trabajo conjunto en menos de dos años. Ojalá tanto la alcaldía como el empresariado antioqueño que está en disputa aprovechen esta oportunidad para que ambos bandos cedan en pro de la construcción conjunta de una nueva Antioquia, quizá menos estética, pero más equitativa, ética y armoniosa.