Por Luis Alfonso Pérez Puerta.

Escribir ha sido mi ancla, mi faro en medio de la incertidumbre. En mi niñez, emergí como un curioso creador de juegos y narrador de historias, alimentando una imaginación que se convirtió en mi universo personal. Desde aquellos días, la literatura y el teatro se tejieron en mi existencia, moldeando mis sueños y desafíos por venir.

Me sumergí en el mundo de la literatura y el teatro desde temprana edad, como si esos primeros pasos prefiguraran mi futuro. Organizaba juegos, era director, guionista y actor principal de escenarios que solo existían en nuestras mentes. En las noches, las historias de cuasi terror se convertían en mi narrativa, desafiando a la imaginación y despertando los miedos compartidos de aquellos que me rodeaban.

Mis pesadillas adolescentes se convirtieron en combustible para la escritura. Garabateaba guiones teatrales, influenciado por películas que absorbía en el cine y la televisión. Aunque mis primeros intentos literarios fueron descartados, no me detuvieron. Incluso escribí mi primera novela en un cuaderno académico, atreviéndome a buscar la guía de mi profesor de español.

La escuela no fue solo un espacio de aprendizaje, también un terreno donde los apodos se entrelazaban con mis intereses. Cándido por mi delgadez, Kafka por el autor que me impresionó, y Travolta por mi peinado, aunque mis pasos en la pista de baile eran solitarios, una metáfora de mi viaje personal, disfrutando la música sin la necesidad de una pareja.

En 1982, fundé un grupo de teatro juvenil, unido por nuestra pasión por la música de los ochenta y nuestras inquietudes en torno al espiritismo, inspirados por las películas de terror que tanto nos cautivaban.

El Parque Suramericana se convirtió en mi oasis, un espacio para la lectura, la escritura y los ensayos teatrales. Un lugar donde encontré mi soledad en medio de la multitud, un refugio para mis pasiones creativas.

En la universidad, fui etiquetado de diversas formas: “casa sola”, y después del tercer semestre de filosofía y letras fui llamado el desertor, porque me pasé para comunicación social periodismo. En síntesis, desde talleres literarios hasta incursiones en el mundo del cine, mi vida ha sido una amalgama de exploraciones y desafíos.

El cine siempre ha sido mi refugio y fuente de inspiración. Aunque los antiguos cines han desaparecido, las plataformas digitales mantienen viva mi pasión. Sigo escribiendo, explorando la poesía, creando guiones, cuentos, ensayos literarios y, en mi constante búsqueda, un proyecto casi novelístico.

Mi vida ha sido un viaje de autoexploración, de incursiones en diferentes disciplinas y desafíos creativos. He aprendido sobre mis limitaciones y la necesidad constante de aprender, al igual que Marcel Proust en “En busca del tiempo perdido”, descubrir el significado de esta travesía incesante.