Por: IVÁN ECHEVERRI VALENCIA
No son los integrantes de un grupo musical de Regaee, Pop, Reggaeton ni mucho menos Rap, tan de moda en esta época, o algunos de los tradicionales duetos, sino los nuevos alcaldes independientes o alternativos de Bogotá y Medellín.
Claudia López y Daniel Quintero, no hacen parte de un dúo musical ni tampoco permiten que los relacionen con los políticos tradicionales, pero si tararean sones con estilo propio, para poder estar acorde con los gustos de toda la comunidad y poder seguir contando con su club de fans.
En Colombia, está haciendo carrera el populismo y el buscar un cargo público que les sirva de trampolín para obtener otro de mayor jerarquía, confundiendo y restringiendo a los gobernantes en tomar decisiones de interés general, oportunas y responsables por el temor de dar al traste con su capital político.
En las últimas movilizaciones, la burgomaestre de Bogotá, contempló unos protocolos para salvaguardar el derecho a la protesta y a su vez garantizar las actividades normales de la capital, las cuales socializó con los diferentes sectores; igualmente en Medellín, el alcalde Daniel, a su estilo, hizo lo propio, con el único fin de evitar confrontaciones.
En un acto de confianza y de buena fe, ambos autorizaron las marchas y puntos de concentración, sin advertir los extensos recorridos y el tiempo que les demandaría a los marchantes cumplir con su cometido, colapsando las ciudades y poniendo en jaque la capacidad de las autoridades de policía, de tránsito y organismos de emergencia. Circunstancias que fueron aprovechadas por agitadores profesionales para hacer de las suyas contra servidores públicos, fachadas de bienes públicos y privados; golpear a personas que trataron de impedir algunos vejámenes; varios periodistas fueron ultrajados; se entorpeció la movilidad y muchos comerciantes debieron cerrar sus negocios por físico miedo.
El parche, como llaman los jóvenes a las marchas, han comenzado a crear un malestar general y con justa razón, por las cuantiosas pérdidas económicas, de tiempo e incomodidades que estas vienen originando y por la laxitud de los alcaldes en controlarlas.
Las movilizaciones es un derecho que debe garantizarse por las autoridades, pero también la norma es expresa cuando señala que deben ser en paz y sin menoscabar los derechos de los demás.
Los alcaldes tienen toda la autoridad de reglamentar y aprobar los recorridos, lugares de concentración y duración de las mismas, para garantizar los derechos de quienes no participan. Los mandatarios no pueden seguir pecando de sanos ni de ingenuos. Ya ha quedado plenamente demostrado que la noble causa de reivindicar derechos ha sido superada por el vandalismo y el terrorismo a cargo de encapuchados, los que sin ninguna contemplación hay que capturarlos y judicializarlos.
Desde esta columna hemos apoyado las movilizaciones pacíficas y los justos reclamos de un sector de la sociedad, pero también hemos sido reiterativos en condenar toda clase de desafueros y ataques a la Fuerza Pública, por el solo hecho de cumplir con su deber.
Es bueno recordar a los alcaldes que ya no están en campaña sino gobernando; que la popularidad y admiración no se ganan siendo laxos y condescendientes sino ejerciendo la autoridad, siendo visionarios, transparentes, hablando con la verdad, atendiendo las necesidades de sus comunidades y cuidando los ingresos del Estado.
Tanto Claudia como Daniel y otros alcaldes les ha tocado lidiar desde los inicios de sus gobiernos con las protestas ciudadanas, heredadas y donde las soluciones a los requerimientos no están en el ámbito local sino en el gobierno nacional, que infortunadamente se encuentra en mora de resolver.
Confiamos plenamente en las capacidades de nuestros alcaldes, tienen un nuevo estilo de administrar de manera abierta y de cara a la ciudadanía, la cual debemos respetar; por lo que pregonar una revocatoria del mandato en tan solo 26 días de gobierno, por parte de algunos capuchos de la política o viudos del poder, se constituye en todo un atentado a la democracia.
En Claudia y Daniel están puestos las esperanzas y los ojos de todos. Hay que dejarlos gobernar y también criticarlos con respeto cuando sea necesario.