EUGENIO MONTALE. Génova,  12 de octubre de 1896. Milán, 12 de septiembre de 1981. Premio Nobel de literatura en 1975.

POEMA  5

Del brazo tuyo he bajado por lo menos
un millón de escaleras
y ahora que no estás, cada escalón es un vacío.
También así de breve fue nuestro largo viaje.

El mío aún continúa, mas ya no necesito
los trasbordos, los asientos reservados,
las trampas, los oprobios de quien cree
que lo que vemos es la realidad.

He bajado millones de escaleras dándote el brazo
y no porque cuatro ojos puedan ver más que dos.
Contigo las bajé porque sabía que de ambos
las únicas pupilas verdaderas,
aunque muy empañadas eran las tuyas.

LA HISTORIA
1
La historia no se desata
como una cadena
de anillos ininterrumpida.
En todo caso
muchos anillos no detienen.
La historia no contiene
el antes y el después,
nada que en ella rezongue
a fuego lento.
La historia no es producto
de quien la piensa y tampoco
de quien la ignora. La historia
no se hace camino, se obstina,
detesta el poco a poco, no procede
ni desiste, cambia de rieles
y su dirección
no está en los horarios.
La historia no justifica
y no deplora,
la historia no es intrínseca
porque está fuera
la historia no suministra
caricias o golpes de fusta.
La historia no es maestra
de nada que nos ataña.
Apercibirse no sirve
para hacerla más verdadera y más justa.

2
La historia no es, pues,
la desvastante escarbadura que se dice.
Deja túneles, criptas, huecos
y escondites. Hay quien sobrevive.
La historia es también benévola: destruye
cuánto más puede: si exagerase, seguramente
sería mejor, pero la historia es corta
de noticias, no cumple todas sus venganzas.

La historia raspa el fondo
como una red de arrastre
con cualquier desgarradura y más de un pez escapa.
Cualquier ocasión se encuentra el ectoplasma
de un salvado y no parece particularmente feliz.
Ignora estar afuera, ninguno se lo ha dicho.
Los otros, en el saco, se creen
más libres que él.

TAL VEZ UNA MAÑANA CAMINANDO BAJO UN AIRE DE VIDRIO…

Tal vez una mañana caminando bajo un aire de vidrio
árido, volviéndome, veré hacerse el milagro:
la nada a mis espaldas, el vacío detrás
de mí, con terror de borracho.

Luego, como en una pantalla, se detendrán de pronto
colinas casas árboles para el común engaño.
Pero será muy tarde; y yo me iré callado,
en medio de los hombres que no se vuelven, con mi secreto.