Por Iván de J. Guzmán López

Es admirable y, por ello, digno de reconocimiento en todos los rincones de la patria, el trabajo que adelanta el doctor Juan Camilo Restrepo Gómez, Alto Comisionado para La paz, para cumplirles al País y al presidente Iván Duque Márquez, de quien recibió toda la confianza para el trabajo por la Seguridad Nacional y la Paz para los colombianos.

Y digo admirable y digno de reconocimiento nacional, porque mientras el mundo está en vilo por la posible invasión de Rusia a Ucrania, y la OTAN enfila a sus efectivos, estrechando el cerco “para atender cualquier emergencia” y responderle a Putin, las tareas por la Paz en Colombia, en cabeza de Juan Camilo Restrepo Gómez, no cesan.

En el ámbito hispánico, es triste reseñar que el imperio ruso apoya, militar y políticamente, a buen número de países de Centro y Suramérica, desestabilizando la zona y propiciando enfrentamientos con tendencia a escalar en países vecinos, huelga decir, países hermanos por centurias, que ahora se muestran los dientes y consumen buena parte de su vida política, económica y militar, en una agresión mutua, desgastante y fratricida.     

A tenor de lo expuesto, el destacado analista boliviano en relaciones internacionales Álvaro del Pozo, considera que “lo más adecuado es hablar de una nueva versión de la Guerra Fría, porque tiene esas características: las potencias no se enfrentan entre ellas, pero utilizan otros Estados y otros territorios para ampliar su poderío. Más allá de la Segunda Guerra Mundial –agrega–, no hemos visto un enfrentamiento directo entre esas potencias”.

Del Pozo sostiene que, “más allá de la ideología común, Venezuela y Cuba son la puerta para ingresar a Latinoamérica de una manera mucho más agresiva, incluso vulnerando la seguridad de toda la región. No se debe olvidar los focos de tensión que se mantienen, por ejemplo, entre Venezuela y Colombia. Parece que nuevamente se está configurando una nueva versión de una Guerra Fría en la que las potencias nunca se enfrentan directamente, pero son otros los territorios que juegan esta guerra, sin vocación, a veces por necesidad, otras por la sintonía ideológica”.

En su opinión, “la presencia militar rusa puede estar mimetizada, pero si hablamos de formalidad, de bases militares como tales por supuesto que desnudaría la visión que tiene Rusia a partir de la presencia de Putin al mando de ese país. Hay un objetivo geoestratégico de convertir a Rusia en un actor de primera línea en el contexto global en el área de la influencia y gravitación. En ese sentido, si bien Rusia no compite económicamente con China ni con EEUU, sí lo hace en el aspecto militar, por lo tanto, esa es su moneda de cambio en los países donde quiere y puede mantener una influencia”.

A esta circunstancia, los colombianos debemos abandonar los escenarios de guerra, tanto externa como interna, porque, sencillamente, ellas obedecen a intereses particulares que sólo conducen a la miseria de las comunidades, a la falta de oportunidades para la población y a un desgaste permanente y peligroso de nuestro bien más preciado: la democracia.

Las guerras internas, aceitadas por la codicia de agentes de la edad de piedra, y por dinosaurios que ven en las drogas un enriquecimiento acelerado y unas ínfulas de poder que a los ojos de la sociedad del conocimiento resultan brutales y hasta dignos de compasión, ya no tienen presentación alguna.

Los colonialistas de ideologías no pueden seguir atizando guerras, que lo único que logran es exportar miseria y deshumanización; los colombianos, de cualquier índole, raza o condición social, no podemos seguir haciendo de idiotas útiles al colonialismo político, si es que verdaderamente queremos el bienestar para la población, como lo predican algunos de día y de noche, sobrios o borrachos, en la plaza pública, en los campos, en periódicos y noticieros.

No tiene hoy, ningún rostro bueno, la guerra infame:

Yuval Noah Harari, el gran historiador y escritor israelí, en su columna del 11 de febrero de 2022, aparecida en Elpais.com, de España, afirma que:

“En las últimas generaciones, por primera vez en la historia, el mundo quedó dominado por élites que ven la guerra como algo malo y evitable.  Incluso los gustos de George W. Bush y Donald Trump, sin mencionar a los Merkel y Ardern del mundo, son tipos de políticos muy diferentes a Attila the Hun o Alaric the Goth.  Por lo general, llegan al poder con sueños de reformas internas en lugar de conquistas extranjeras.  Mientras que en el ámbito del arte y el pensamiento, la mayoría de las luces principales, desde Pablo Picasso hasta Stanley Kubrick, son más conocidas por representar los horrores sin sentido del combate que por glorificar a sus arquitectos.

Como resultado de todos estos cambios, la mayoría de los gobiernos dejaron de ver las guerras de agresión como una herramienta aceptable para promover sus intereses, y la mayoría de las naciones dejaron de fantasear con conquistar y anexionarse a sus vecinos”.

 Y sobre los parámetros de la paz, afirma:

“El declive de la guerra es evidente en numerosas estadísticas. Desde 1945, se ha vuelto relativamente raro que las fronteras internacionales sean rediseñadas por una invasión extranjera, y ni un solo país reconocido internacionalmente ha sido completamente borrado del mapa por conquistas externas. No han faltado otros tipos de conflictos, como las guerras civiles y las insurgencias.  Pero incluso si se tienen en cuenta todos los tipos de conflicto, en las dos primeras décadas del siglo XXI la violencia humana ha matado a menos personas que los suicidios, los accidentes automovilísticos o las enfermedades relacionadas con la obesidad.  La pólvora se ha vuelto menos letal que el azúcar.

Los académicos discuten una y otra vez sobre las estadísticas exactas, pero es importante mirar más allá de las matemáticas.  El declive de la guerra ha sido un fenómeno tanto psicológico como estadístico.  Su característica más importante ha sido un cambio importante en el significado mismo del término “paz”.  Durante la mayor parte de la historia, la paz significó solo “la ausencia temporal de la guerra”.  Cuando en 1913 la gente decía que había paz entre Francia y Alemania, querían decir que los ejércitos, francés y alemán, no se enfrentaban directamente, pero todo el mundo sabía que, no obstante, una guerra entre ellos podía estallar en cualquier momento.

En las últimas décadas, “paz” ha pasado a significar “la inverosimilitud de la guerra”.  Para muchos países, ser invadidos y conquistados por los vecinos se ha vuelto casi inconcebible.  Vivo en Oriente Medio, por lo que sé perfectamente que hay excepciones a estas tendencias.  Pero reconocer las tendencias es al menos tan importante como poder señalar las excepciones.

La “nueva paz” no ha sido una casualidad estadística o una fantasía hippie.  Se ha reflejado más claramente en los presupuestos fríamente calculados.  En las últimas décadas, los gobiernos de todo el mundo se han sentido lo suficientemente seguros como para gastar un promedio de solo alrededor del 6,5% de sus presupuestos en sus fuerzas armadas, mientras que gastan mucho más en educación, atención médica y bienestar”.

Es decir, los abandonados por la historia, deben entender que la guerra es, simplemente, una monstruosidad inaceptable y torpe. Los abanderados de la guerra, tanto externas como internas, deben entender que son eso: tristes rezagados de la historia.

Así pues, reitero: admirable el trabajo del doctor Juan Camilo Restrepo Gómez, Alto Comisionado para La paz, para cumplirle a la paz, a Colombia y al presidente  Duque.