El ser humano es realmente complejo y en su interacción con el mundo que nos rodea podemos adquirir y desarrollar conductas inimaginables, no siempre movidos por la razón, sino por estímulos externos que nos hacen actuar de manera irracional e impredecible”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

La demagogia, según los griegos “es una estrategia utilizada para conseguir el poder político que consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica, la desinformación, la agnotología y la propaganda política” (Wikipedia). La agnotología, es el área del conocimiento que trata de explicar cómo existen complejas e inclusive culturales maneras de hacer creer, induciendo a las personas, generalmente a grupos o colectivos, a que asuman como reales cosas, creencias, conceptos u opiniones que no son ciertos o totalmente ciertos, a través de conductas, discursos, orientaciones tergiversadas, engañosas, etc. Es como aquella errónea tendencia que tienen ciertas sectas, colectividades, personas o grupos a creer que lo que dice su líder es una verdad irrefutable e inapelable que no solo debe creerse, sino también defenderse y practicarse inexorablemente, asumiendo -sus postulados y orientaciones-  como principios y valores dignos de toda credibilidad y respeto a los que no puede hacerse cuestionamiento alguno. Ello es propio de ciertos fanatismos religiosos y políticos: Como sentimientos xenofóbicos, racismos, apasionamientos y muchas otras ideas y creencias que se van adquiriendo por algunas personas y/o grupos de opinión, sin fundamento real alguno o por causa de la ignorancia y/o por ciertas tradiciones culturales (manipulaciones ideológicas), en las que, por ejemplo, se aprende a odiar, adquiriendo costumbres indebidas y sin una explicación lógica o porque otros nos inducen a pensar como ellos piensan, enajenando irracionalmente nuestra conciencia, autonomía y libertad de pensamiento. El ser humano es realmente complejo y en su interacción con el mundo que nos rodea podemos adquirir y desarrollar conductas inimaginables, no siempre movidos por la razón, sino por estímulos externos que nos hacen actuar de manera irracional e impredecible.

Una de las mayores dificultades que tiene el discurso político actual, no solo en nuestro país, sino en muchas otras latitudes del mundo, pues tal parece que este sea uno de los más antiguos vicios de la humanidad, es la falta de originalidad en el contenido (mensaje realmente programático social y político) consecuente con la realidad, coherente y objetivamente conectado con la verdadera intención de su emisor. Somos el producto de muchas influencias.

Es paradójico, pero en no pocas oportunidades, y mucho más en política, el mensaje –si se quiere ser exitoso- debe estar orientado a agradar a los interlocutores (oyentes o electores) y, en ese sentido, si el orador quiere encontrar como respuesta no solo el entendimiento, sino también el apoyo (voto) tiene que -infortunadamente- acomodar (distorsionar, enredar, distraer, etc.) los contenidos, so pena de finalizar obteniendo resultados adversos a lo esperado. Por eso muchos éxitos electorales se obtienen, no planteando ideas, socializando propuestas o estableciendo el Deber Ser del futuro gubernativo, social, económico, político, administrativo, etc., sino que, infortunadamente, muchas de las estrategias de comunicación (publicitarias) se encaminan a utilizar la demagogia, la retórica (arte o habilidad de conmover, conquistar e impresionar con la palabra) y, en no pocos casos, la mentira; en un total desprecio por la verdad y lo correcto. Lamentablemente se ha vuelto una costumbre que la política se ejerza hablando mal del contradictor, atacando y calumniando a la persona y/o a la dirigencia que ejerce el poder, no a sus programas y sus ideas, como es ciertamente lo más indicado política, ética y moralmente.

La manipulación derrumba ética y moralmente a quienes caen en el error de creer y, sin ningún análisis, seguir -sin cuestionamientos- a quienes utilizan estas malsanas tácticas para mantener o someter al pueblo (sociedad) o, por lo menos, a sus seguidores, en el engaño y la desinformación, para manipular intereses y favorecer posiciones o posturas políticas o ideológicas que les conviene y, por supuesto, ganar elecciones, apoderándose de las mayorías ciudadanas y de los méritos de la democracia, a través de actitudes o maniobras totalmente demagógicas. Es una vil y antidemocrática estrategia que cada vez va haciendo carrera y cobrando mayor importancia en el quehacer cotidiano de nuestro Estado y sociedad. En la actualidad, no solo en nuestro país sino en el mundo entero, han surgido líderes de esta índole que -a pesar de sus innobles actuaciones, son tan sutiles y engañosas sus posturas que gozan del aprecio y la expresión de respaldo por parte amplios sectores de la institucionalidad y de opinión ciudadana y social, que a menudo les respaldan para mantenerse en el poder y fortalecer sus estrategias de autoridad y dominio.

La posverdad, que se ha vuelto una productiva y útil herramienta de trabajo de algunos de nuestros más destacados líderes nacionales e inclusive en todo el mundo, no es nada distinto a la tergiversación de la verdad, con el dañino ánimo de engañar a otros haciéndoles asumir creencias, posiciones o conceptos ajenos a la realidad de las cosas o las personas, tal y como lo define la Real Academia Española de la Lengua (RAE), una posverdad es una “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales, agregando que “Los demagogos son maestros de la posverdad.”

Tal parece que decir la verdad, reconociendo impotencia o dificultades para resolver las necesidades y/o anhelos ciudadanos, es improductivo en términos electorales y políticos; por eso en el escenario político, se vuelve tan común la mentira o las verdades a medias como estrategia para no afrontar la realidad de manera directa, utilizando sofismas de distracción o lenguajes que tienden a confundir y; por el contrario, agradar engañosamente a quienes son los destinatarios de los mismos.

Está probado que hay un gran rango de credibilidad al discurso (actuar, proceder) mentiroso, cuando este está cargado de recursos retóricos y falaces que desdibujan la realidad y la hacen aparecer como algo cierto y digno de atención, porque elogia y engalana al oyente, lo obnubila, le promete cosas que así sean irrealizables, están en el inconsciente colectivo de las comunidades o de las personas como un gran anhelo individual, social o colectivo.

Con gran razón el gran escritor, filósofo y enciclopedista francés Denis Diderot (1713-1784), escribió al respecto, alegando que Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”. Pareciera que nos gusta que nos mientan y de esa manera será muy difícil hacerle frente y acabar con las complejas formas de engañar, pues cada día se tornan más sofisticadas y difíciles de detectar.

*Abogado. Especialista en Desarrollo Social y Planeación de la Participación Ciudadana; en Derecho Constitucional y Normas Penales. Magíster en Gobierno.