Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Con profundo dolor y vergüenza, he decidido cerrar el año 2020 con este escabroso tema que viene empañando la conducta de los miembros de la familia, la empresa, la universidad, la administración pública, la política, la salud, la educación y la religión, entre otros, y a la vez buscar un nuevo horizonte de sentido para minimizar esta lamentable manifestación humana que pone en riesgo la armonía social y la naturaleza para el año 2021.

Toda rehabilitación moral, en el sentido de entrar y permanecer en el camino hacia el bien supremo de los colombianos, requiere de la más absoluta y difícil HONESTIDAD: LA DE NO MENTIRSE A SÍ MISMO.  Toda persona que engaña a su par se engaña primero a sí mismo, trastocando o acomodando la verdad para justificar su acción incorrecta.  La deshonestidad implica una doble mentira: La que se comete al falsear la propia verdad interior y la que se lleva a cabo al engañar al otro y a los otros.

Famosos sicólogos y analistas admiten que el autoengaño es algo que ocurre a diario, ya que las personas intentan modificar la realidad que no les agrada, acomodándola o negándola.  Una de las preocupaciones diarias de cada individuo es enfrentar las amenazas y peligros que provocan angustia.  Para esto, el YO puede anotar una conducta realista o procurar aliviar la angustia usando trucos y trampas que nieguen la verdad, que falsifiquen, o deformen la realidad, lo que se hace mediante los mecanismos de defensa del YO, subterfugio que acomoda la realidad a las expectativas del sujeto, induciendo así una tranquilidad artificial y pasajera.  Como es natural, los costes de esta adulteración son invariables, ya que significan, con el tiempo, un distanciamiento progresivo de la realidad, con las consecuencias lógicas que esto tiene.

El despertar compasión y el hacer sentir culpabilidad son dos de las herramientas básicas de los que en vez de enfrentar derechamente el desafío de la vida procuran obtener lo que desean mediante el manejo de los sentimientos de la gente.  Esto es propio de personas muy débiles y cínicas, que, en vez de esforzarse por cambiar, fortalecerse y volverse adultas con madurez y carácter, eligen un camino oblicuo de carácter deshonesto para obtener beneficios que no corresponden a su real mérito y esmero.

La deshonestidad, arropada de cinismo y como mecanismo de autoengaño cuyo propósito ulterior es el de embaucar a otros, constituye una falta moral grave por las siguientes circunstancias:

  1. Es una forma de eludir el esfuerzo y la dignidad personal.
  2. Atenta contra la buena fe ajena.
  3. Es una forma viciosa de engaño basado en la mentira y en la falta de carácter.

Para dimensionar las verdaderas repercusiones éticas de la deshonestidad, es menester comprender que el deshonesto es cínico y se miente a sí mismo en forma habitual, negando o adulterando la realidad para sacar ventaja de ello.  Este mecanismo se asienta en la pereza, la inercia, la comodidad y la interpretación desviada de la vida y sus acontecimientos.  El que se comporta de esta forma oculta cuidadosamente su verdadera naturaleza, procurando mostrar siempre una imagen atrayente, condición indispensable para embaucar a los incautos, conducta propia de los corruptos.

Los verdaderos rasgos personales de los deshonestos y cínicos no son precisamente atractivos.  Suelen ser flojos y envidiosos, raponeros, carentes de disciplina y voluntad, poseídos de la exigencia interna de que todo debería ser gratis en la vida, con un profundo rechazo interno al mérito individual y a pagar por las cosas buenas que se desean tener.  Sus mentalidades parasitarias y perversas los impulsan a idear diferentes formas para usurpar bienes o valores a quienes los producen o poseen, para satisfacer sus necesidades personales despojando a los honestos laboriosos, creativos e inteligentes.

La “intencionalidad inconsciente” se da en todas las áreas de la actividad humana.  Hay políticos que, creyendo servir al pueblo son movidos en realidad por la voracidad del poder personal.  Filántropos egoístas, sacerdotes sin genuina vocación religiosa, periodistas que “desinforman”, abogados que sin desearlo conscientemente actúan como verdugos de sus propios clientes, falsos amigos, supuestos admiradores que en verdad son personas hostiles y envidiosas, ecologistas que solamente están interesados en detentar una clase de poder personal, defensores de los pobres a quienes no los guía el amor por los desposeídos sino la envidia y el odio por los hombres y mujeres exitosos, protectores teóricos del pueblo movidos solo por un interés electoral, supuestos Mesías impulsados por el egoísmo, la vanidad, el narcisismo, la deshonestidad y el cinismo.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                             Medellín, diciembre 30 de 2020