“Hoy las esperanzas renacen de nuevo en nuestro país y, ante las expectativas y compromisos que ha generado el nuevo gobierno, se abre un horizonte lleno de entusiasmo y la profunda creencia de ver materializadas unas verdaderas reformas que cambien definitivamente esta difícil situación, con una política social (agraria) que sepa interpretar y solucionar todos estos crecientes problemas”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Los humanos -por obvias razones- nos hemos creído los seres más importantes que pisamos el planeta. Así nos quiso Dios y nos trajo aquí para que cuidáramos el uno al otro, trabajáramos armónica y mancomunadamente y con el sudor de nuestras frentes ganáramos el pan que necesitamos para nuestra alimentación y subsistencia. Pero, paradójicamente, no solo nos hemos dedicado a penosas e inexplicables confrontaciones-guerras entre nosotros mismos, sino que además hemos dedicado buena parte de nuestra vida a prácticas insanas de exterminio y persecución a los demás seres vivos y/o naturales de nuestro planeta, como a los animales y a la tierra misma, la cual tenemos ya al borde de la extinción y, con ella, la de nosotros mismos; pues no hemos comprendido bien la gran misión que se nos ha encomendado y mucho menos hemos sabido utilizar las facultades y poderes que se nos han prestado para el cumplimiento de tan notables propósitos –más bien hemos abusado de ellos.

Nos hemos dedicado mejor a desarrollar la bestia brutal de la envidia, el odio, la polarización, el egoísmo y otros tantos vicios –como la corrupción– que a decir verdad, sí han favorecido a algunos, con privilegios y exageradas ventajas, pero que están hundiendo en el abismo del caos y de la destrucción al resto de la humanidad y, en especial, a los más pobres y desprotegidos.

El hambre es indudablemente el mayor signo de pobreza en una persona o en una comunidad- sociedad. Ello está absolutamente claro; lo que no se entiende es ¿por qué, en un país como el nuestro, que es mayoritariamente rural, con inmensas extensiones de tierra de las más productivas del continente, por no decir que del mundo entero, se tiene en el abandono en que se encuentran sus habitantes, los campesinos? Ellos pudieran, con mayor fuerza, éxito y vigor, si tuvieran el suficiente apoyo estatal y social, resolver de un tajo, como dicen ellos mismos, los graves problemas de miseria que tienen muchas poblaciones de su descendencia y, con ello, también aliviarían significativamente los grandes males que existen en sus regiones, a causa de su obligada inactividad, y lo más importante, contribuirían enormemente a resolver los crecientes problemas de desnutrición alimentaria, descomposición social y política, entre otros tantos flagelos que le son inherentes a este espinoso asunto.

Por el descuido en que se tiene a los campesinos, existen hoy en las grandes ciudades- urbes del país –y digámoslo del mundo entero, muchos problemas como: conurbación e invasión ilegal a causa del desplazamiento, desempleo, violencia, prostitución, drogadicción y otros tantos males que trae consigo la pobreza de este noble sector. Ello se pudiera arreglar si se estableciera una verdadera política pública, especialmente hacia el agro, que devuelva la tierra y apoye su cultivo a quienes son sus naturales y verdaderos dueños. Es lamentable, pero es la verdad, el mundo civilizado, por el afán y la ambición desbordada de producir y fortalecer la economía, la propiedad privada y las grandes corporaciones, extrañamente han olvidado lo que podría ser la base fundamental de dicho desarrollo, la economía rural, a los campesinos, a quienes poco se apoya para que produzcan más y mejores alimentos, con mejores condiciones básicas de vida, en la seguridad de que -con ello-, estaríamos resolviendo no sólo el problema alimentario nacional, sino también muchos otros inconvenientes que surgen por el considerable estado de desamparo y abandono al que injustamente se ha mantenido a este importantísimo sector de la sociedad y de la economía; porque sin ellos el orden social sigue en su demencial carrera de producir por producir, generando esos inhumanos desequilibrios que al final van a hacer que la gran economía- empresa y el desarrollo desbordado y sin control, también colapsen, como ya se ha venido observando en algunas latitudes; porque por falta de alimentos sanos, suficientes y de módico acceso para los consumidores, se están muriendo muchas personas, fundamentalmente niños y ancianos que poca resistencia pueden hacerle a un faltante tan prioritario e indispensable como es la alimentación básica, oportuna y medianamente balanceada. Ello es un hecho innegable, la gran economía, los gobiernos, no han sabido atender, como se debe, a tan indispensable e irremplazable sector productivo, a los campesinos.

Pero, nuestra Colombia amarga (Germán Castro Caycedo, 1976) que se precia de ser una sociedad pujante, con las ciudades más innovadoras y en vía de gran desarrollo, no ha podido salir del penoso atraso en que se ha mantenido en ciertas materias. Desde la colonia y tal y como lo narra nuestro ilustre escritor, sufrimos una terrible endemia constituida por “la violencia que históricamente ha transitado por estas tierras desde los tiempos de la invasión de los europeos;… que ha prevalecido de manera patética hasta nuestros días, tiempo en el que Colombia se presume una república independiente. Tal violencia se manifiesta a través de disputas políticas, del dominio descarado de las tierras campesinas, de un odio indiscriminado hacía los indígenas, del afán de las multinacionales por expandir su campo de acción y explotar todo recurso vital, del narcotráfico, del hampa en las calles, de la corrupción administrativa, del abandono estatal y el olvido de regiones recónditas.”

Siendo los más llamados, si tuvieran apoyo necesario, para ayudarles a cumplir con la sagrada misión de cultivar la tierra y suministrar los alimentos al resto de sus semejantes, hoy los campesinos siguen inmersos en el más desconcertante olvido, sometidos a persecución y desplazamiento por parte de todo tipo de delincuencias, sufriendo los más tremendos vejámenes, sin que hasta el momento se pongan -real y efectivamente- en práctica los programas y estrategias que siempre se les promete para salir, Ellos, y de paso auxiliar al resto de la sociedad, en la superación de los inmensos conflictos que en muchos campos tenemos y que se solucionarían, simplemente, con que pudieran volver a sus tierras a hacer lo que saben -noble y sencillamente- hacer: trabajar y producir comida. Así de simple es la cuestión; pero vaya pues que esto tan sencillo pueda lograrse. ¡Es increíble!

Hoy las esperanzas renacen de nuevo en nuestro país y, ante las expectativas y compromisos que ha generado el nuevo gobierno, se abre un horizonte lleno de entusiasmo y la profunda creencia de ver materializadas unas verdaderas reformas que cambien definitivamente esta difícil situación, con una política social (agraria) que sepa interpretar y solucionar todos estos crecientes problemas.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación Ciudadana; en Derecho Constitucional y normatividad Penal. Magíster en Gobierno.