Por: Emperatriz Echeverry Arenas
Hoy es un día muy especial donde nos unimos a todos nuestros hermanos del cielo, allí tenemos todos nuestros seres amados que fueron llamados por Dios, al haber cumplido su misión con amor; con ellos en la eternidad, compartimos nuestra gratitud y amor, sabiendo que de nuestros corazones jamás se irán y que cada día nos unimos en oración con ellos para sentir su compañía. En la oración experimentamos el amor y la unidad que nunca se acaba.
Morir es la experiencia de la resurrección, la vida es una sola, la primera parte es para vivir el cielo y la otra para darle plenitud; por eso estamos llamados a vivir cada instante, la vida comienza con el latido del corazón, allí abrigamos todos los seres que amamos, vivos y muertos, cuando parte un ser querido solo se ausenta físicamente, sigue vivo en nuestra mente, en los recuerdos, en el alma, los sentimos más cerca cuando los visualizamos y oramos por ellos.
La muerte es un gran misterio, es un tabú, nos atemoriza, porque estalla nuestros sueños y proyectos de vida, nos toca a todos, es la ley universal que iguala al pobre, al rico, al joven, al viejo, no tiene excepción; tanta necedad del ser humano, y no hemos podido entender, que nuestra vida tiene termino, es la realidad del ser humano, tiene final con la muerte, es la única regla que no tiene excepción, necesitamos alimentar nuestra esperanza, la muerte es un tránsito hacía la vida plena, la vida verdadera, la vida total con Dios; la muerte no es la última palabra, resucitaremos es la promesa de Jesús.
Él lo dijo: “… Quien cree en mí, aunque muera vivirá…”, Él no lo garantiza, es su compromiso, si vivimos según su palabra y organizamos nuestra vida en justicia, amor y servicio, salvaremos nuestra vida, porque Jesús es el salvador de los hombres.
Jesucristo vence la muerte, con Él todo es posible; pues a través de Jesucristo vivimos la resurrección, en Él resucitamos y alimentamos nuestra esperanza a la vida plena y total con Dios.
Gracias Señor por todos nuestros hermanos del cielo, nuestra familia, seres amados, amigos, paisanos y conocidos, con ellos proclamamos que creemos en ti Señor y sabemos que en ti viviremos para siempre.
Señor mío y Dios mío que grande eres; hoy te pido me ayudes a vivir en amor, en justicia y en servicio, porque eso me ayuda a mirar la muerte como un encuentro con el amor, a entender que estoy de paso, que nada me pertenece, que todo es prestado, a ser generosa y agradecida por tanta belleza creada por ti.
Oremos al Señor por ellos, diciendo: Concédeles Señor el DESCANSO ETERNO, y brille para ellos la luz perpetua. Amén. Feliz día. Emperatriz.
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