Por Iván de J. Guzmán López

Todavía recuerdo a mi primera maestra aprisionando en su mano izquierda un delicado libro de cuentos clásicos, mientras sus finos dedos de la mano izquierda, volaban por el aire tibio tratando de darle más vida a la historia. Eran los cuentos del inolvidable escritor y poeta francés Charles Perrault.

Entre los cuentos que más fascinación arrancaba a nuestros limpios corazones de párvulos, estaba Caperucita Roja y el lobo feroz; ello, por varias razones sencillas, y que mi buena maestra lo sabía exactamente: esos cuentos enriquecían nuestra incipiente competencia lingüística, eran esenciales para potenciar la imaginación, la fantasía, la creatividad, y enseñarnos que no todo en la vida es bueno, pero, al final, siempre triunfaba el bien sobre el mal, lo que era plenamente consonante con nuestro ser infantil, y deseable a toda sociedad.

Existe la teoría de que este cuento proviene de Asia; y aunque se dice que sus orígenes son más antiguos (de hecho, hay un poema belga que habla de la historia de una niña que llevaba una túnica roja y que se encuentra con un lobo malvado), en Occidente siempre se nos ha sembrado la idea de que fue el inefable  Charles Perrault, quien escribió el cuento en el siglo XVII.

A veces se me ocurre que la ingenua Caperucita Roja de la historia, se parece mucho a nuestra democracia, engañada por tanto timador, tanto delincuente, tanto corrupto, y que finalmente sucumbió al lobo feroz, para devorarse a la abuelita, representada en un cuerpo político tradicional, anciano, maniatado, moribundo, incapaz de ofrecer salud y bienestar a millones de colombianos sumidos en la desesperanza, el desempleo y el hambre. Parece que un lobo feroz, disfrazado de progresistas, se la engulló al fin.

Lo cierto es que hoy estamos en manos de los llamados “Progresistas”, y Colombia no se da por enterada que su democracia, tal vez empezó a morir.

Steven Pinker, para quienes no lo han leído, un renombrado psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense, en una entrevista concedida a El Mundo, de España, sostuvo que: “Los progresistas detestan el progreso”. Esto es claro y contundente, si buscamos bibliografía, historia y proceder de los llamados Progresistas, en el mundo. Nada novedoso, y con un signo común: recibir democracias enfermas y convertirlas en estados fallidos.  Venezuela, Nicaragua, Argentina, Brasil, Chile, Perú, por citar solo a nuestras vecinas, nos lo está recordando. 

Los historiadores sabemos que a través de la filogenia se reconstruye la historia a partir del pasado y permite descubrir que características de un grupo de organismos o cuentos populares pueden llevarnos a encontrar un ancestro común. Me temo que nuestra democracia está siendo devorada por el lobo feroz, y que pasará mucho tiempo antes de que la abuelita sea extraída del vientre del lobo, y vuelva para alegría de todos.