Por: Balmore González Mira

Recuerdo el poema aquel que dice:

“Primero se llevaron a los judíos,

pero a mí no me importó porque yo no lo era.

Luego arrestaron a los comunistas,

pero como yo no era comunista, tampoco me importó.

Más adelante detuvieron a los obreros,

pero como no era obrero, tampoco me importó.

Luego detuvieron a los estudiantes,

pero como yo no era estudiante, tampoco me importó.

Finalmente detuvieron a los curas,

pero como yo no era religioso, tampoco me importó.

Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde”.

Delincuente no es solo el que mata, roba, agrede o viola, es también el que defiende, cohonesta, encubre y respalda al delincuente, lo es también su cómplice.

El delincuente es el que acosa y acusa a las fuerzas del orden, sin fundamento distinto que buscar su deslegitimación en provecho propio, de un tercero o de su ideario.

Delincuente es aquel que es capaz de asegurar que si un ladrón dispara es defensa personal, si lo hace un policía es un criminal.

Delincuente es quien afirma que  si un integrante de la primera línea patea una patrullera es un acto de protesta normal, si ella lo hace para defenderse del atacante es un acto de agresión brutal.

Podríamos también decir que delincuente es aquel que si un  manifestante grita e insulta a un militar es un reclamo constitucional pero si un miembro de la fuerza pública le contesta en igual tono,  es un maltrato verbal contra la indefensa población civil.

Si un cualquiera sale a decir que fue víctima de un abuso de la fuerza pública ahí mismo se le cree y se condena públicamente al presunto agresor; si alguien de la fuerza pública denuncia que fue agredido por un ciudadano cualquiera, se condena también al uniformado porque muy seguramente él fue el primer agresor.

¿Y han notado algo peor? Cuando sale el mero rumor de que la fuerza pública presuntamente ha bombardeado a los delincuentes en un campamento, sus cómplices inmediatamente salen a denunciar que fue un abuso y violación a los derechos humanos y a los tratados internacionales, pero  cuando son masacrados por fuera de combate nuestros uniformados nunca salen ni a condenarlo ni a denunciarlo y ni siquiera a publicarlo en sus redes, aquellos  siniestros personajes que defienden la “protesta pacífica” y que atacan al estado por todo.

Es notable pero lamentable que  siempre se le crea más al delincuente que al ciudadano de bien o al uniformado, es difícil así combatir la delincuencia, pareciera que aquel principio del beneficio de la duda siempre se le aplique al delincuente, pero el del indicio grave se le aplique al servidor público; los papeles se han invertido y ya ni siquiera se espera que a nuestra fuerza pública se le investigue, pruebe, escuché y se le venza y condene en juicio, si no que se le condena de manera apriorística e infame por acción o por omisión, en cualquiera que sea su misión.

Es ahí cuando entendemos que esos son los mismos que salen a atacar la nueva ley de seguridad ciudadana para seguir protegiendo a los delincuentes, a quienes todos los días los ciudadanos buenos les huyen, les corren y se les esconden, porque nos tienen acorralados dentro de nuestras casas, comunidades  y ciudades. Como vamos, vamos mal, decía el ciego y el que veía nunca lo quiso escuchar. Esperemos no sea tarde cuando vengan por nosotros.

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