Desgraciadamente no tengo más remedio que suscribir la descripción que se hace de la actual situación de nuestra Colombia: cientos de millones de personas, cada día más, padecen en nuestro país el desempleo, la destrucción de las familias, la pobreza y el hambre.  La esperanza de una paz duradera entre los pueblos se desvanece progresivamente.  Las tensiones entre los sexos y las generaciones han alcanzado dimensiones inquietantes.  Los niños mueren, asesinan y son asesinados.  Cada vez se ve más regiones e instituciones oficiales y privadas sacudidas por casos de corrupción política y económica.  La convivencia pacífica en nuestras ciudades se hace más y más difícil por los conflictos sociales, raciales y étnicos, por el abuso de la droga, por el crimen organizado, incluso por la anarquía.  Hasta los países vecinos viven a menudo angustiados de nuestra situación.  Nuestro país sigue siendo saqueado sin miramientos.  Nos amenaza la quiebra de los ecosistemas.

POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Este inventario lo podría yo confirmar con numerosos ejemplos observados personalmente por mí en la más reciente historia de los colombianos.  La situación descrita es el resultado del fracaso humano.  Aunque mucha gente alude al extraordinario desarrollo del saber y de la tecnología en todos los campos y pretende convertirlo en prueba del progreso humano, no es posible perder de vista que nunca antes fueron los hombres y mujeres tan infelices o sintieron tan amenazada su propia realidad humana.  Tenemos que confesar abiertamente que “el hombre y la mujer” no han cumplido su tarea de hombres y mujeres ni consigo mismos ni en su dimensión espiritual, ni con los demás miembros de la comunidad humana, ni siquiera con el equilibrio de la naturaleza.  Por egoísmo o inconsciencia el hombre y/o la mujer han despreciado con demasiada frecuencia las reglas de convivencia humana con los demás.

La lista de los fracasos y catástrofes suscita en nosotros el urgente deseo de una ética en la que coincidan todos los miembros de la sociedad, independientemente de sus diferencias en cuanto a tradiciones, filosofías, creencias religiosas, culturas y civilizaciones.  Nuestra patria está necesitada de una ética que a todos y a cada uno de nosotros nos aclare nuestra identidad de ser espirituales, que nos advierta de que nuestra suerte va indisolublemente unida a la del resto de la humanidad y despierte en nosotros un sentido de solidaridad con la patria entera.

En realidad, para muchas personas sólo la religión-en su meollo universal, independientemente de las diferentes formas que adopta-está en condiciones de frenar la caída y darnos la seguridad de no quedar abandonados a un ciego determinismo.  Por eso no cabe sino suscribir las “cuatro orientaciones inalterables” que se proponen para dar contenido a una ética mundial: La no violencia y el respeto a la vida; solidaridad y orden económico justo, que exige de todos sentidos de la mesura y la modestia; tolerancia y vida veraz, que exigen honradez en las relaciones y fiabilidad en el diálogo; igualdad y camaradería entre las personas al margen de su raza, nacionalidad y estado social, especialmente entre hombres y mujeres.  Y es que estos principios existen ya en la sabiduría y la doctrina de numerosas tradiciones políticas y religiosas.  Respecto de los valores básicos también pueden describirse campos de coincidencia entre las diferentes creencias de toda índole.

Cabe objetar, naturalmente, que la historia de las ideas políticas y religiosas del mundo parece contradecir este optimismo, porque dicha historia -es verdad- se caracteriza por numerosos conflictos y rivalidades, por un exceso de persecuciones y represalias cuya iniciativa se tomó en nombre de la fe religiosa (una fe que cada cual definió como la “única verdadera, de forma que ninguna otra merecía indulgencia; igual caso ocurría entre las diferentes corrientes partidistas de la política”.  No es posible negar esta cruel realidad.  A pesar de todo, no debemos despreciar el hecho de que tales acciones violentas de los creyentes contradecían el verdadero espíritu de las enseñanzas de su fe, del cual es evidente que se apartaron los protagonistas.

Por eso comparto la idea de la “Declaración” de que las comunidades religiosas y políticas, “a pesar de todos sus abusos y reiterados fallos históricos”, tienen la responsabilidad de proclamar que es posible la esperanza de una ética mundial.  “No queremos ignorar ni pretendemos difuminar las hondas diferencias entre las distintas religiones y partidos políticos.  Pero estas discrepancias no deben impedirnos proclamar públicamente lo que ya nos es común y con lo cual nos sentimos todos igualmente obligados en correspondencia con nuestro propio compromiso ético, político o religioso.

¿Cómo puede formularse esta clase de ética mundial para todos los colombianos?  Merece la pena subrayar lo paradójico e incluso contradictorio, de tal empeño: Se trata de enunciar coincidencias básicas “sin reducir las religiones y los partidos políticos a un minimalismo ético”; es más, de “identificar el mínimo que en ética ya es común a las religiones y partidos políticos del mundo”.  También se advierte con razón que no se trata aquí de una columna -tan errada como imposible- de equidistancia en el que desaparecerían los signos de identidad individuales.  Ni tampoco podría estar el interés en reunirnos en torno a un lamentable compromiso o un común denominador de tópicos fáciles.  El objetivo consiste en formular, basándonos en la idea compartida de una vocación superior de la humanidad, unas reglas de conducta con nosotros mismos y con los demás; en destacar los valores en que coinciden las grandes religiones y partidos políticos sin disimular o borrar las diferencias que hay entre ellas.

Paradójicamente esta reflexión conjunta aspira a que cada creencia religiosa o política sea fiel a sí misma y que, al mismo tiempo, desde esa fidelidad descubramos las bases para encontrarnos con los demás desde el respeto por la diferencia.  Es decir, cada creyente y cada político ha de reconocer en el seno de su tradición lo que aquí se le recomienda con mesura y prudencia para aceptar la diferencia del otro y de los otros.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                  Medellín, mayo 20 de 2023