Por Iván de J. Guzmán López

Quiero referirme a dos hechos bien conocidos ya, en torno al periodismo. Uno, lamentable, de carácter local; otro, hermoso, de alcance mundial: El primero, de carácter pueblerino, que es lo más triste y vergonzoso, ocurrió en Telemedellìn, el canal público de televisión de nuestra ciudad,  de donde su director del servicio informativo fue despedido del cargo, por negarse a cumplir la orden impartida por el actual gerente de Telemedellín, en el sentido de que el noticiero era para defender al alcalde Daniel Quintero. Como el entuerto no podía cumplirse por faltar a la ética periodística y constituirse en un grave atentado a la libertad de prensa, el periodista Hernán Muñoz, no acató la orden, y fue despedido. La situación se presentó a solo 20 días desde la salida de Johana Jaramillo Palacio de la gerencia de Telemedellìn, para que hasta la oficina del colega, llegara la temporal que lo contrató y despedirlo de inmediato, por “desobediente” y cumplidor de la ética periodística.

El segundo hecho, de naturaleza totalmente contraria al primero,  ocurrió el viernes 8 de octubre de 2021, en Oslo, Noruega, cuando el Comité Noruego anunció que este año de 2021, el Premio Nobel de la Paz, le ha sido otorgado a los periodistas Maria Ressa y Dimitri Muratov, críticos de gobernantes gárrulas como Rodrigo Duterte, de Filipinas; y Vladimir Putin, de Rusia. Sin duda, es un mensaje de inmenso respaldo a la prensa libre, que defiende la democracia y las oportunidades, cuando exalta a un buen servidor o funcionario, que sirve a los intereses de la comunidad, y denuncia a los que hacen de su trabajo público una máquina de poder y tiranía, y pretenden hacer de la prensa una oscura mampara para cubrir sus fechorías.

Hagamos un poco de historia, para quienes no la conocen:

El periodismo en Colombia nace con la publicación del Aviso del Terremoto y de la Gaceta de Santafé, en 1785, publicaciones estas que sólo se editaron una vez, pero que mostraron los conocimientos y las aptitudes rotundas de Manuel del Socorro Rodríguez, considerado el padre del periodismo colombiano. Seis años después, el mismo Manuel del Socorro, funda un periódico, ya no limitado a una sola edición, y que se convierte en uno de los más importantes de la época en toda América Latina, primer periódico oficial de Bogotá, llamado entonces El Papel periódico de la ciudad de Santafé.

Desde la Colonia (pasando por la Independencia), el periodismo colombiano, fiel a la información veraz y a su responsabilidad social, denunciaba lo que sucedía con los ejércitos españoles y libertadores, así como con todas las injusticias que se vivían durante la existencia del Virreinato. Esta concepción del periodismo, en una época donde sólo podían hablar libremente quienes estaban a la cabeza del poder, condujo a varios personajes colombianos, entre ellos, Antonio Nariño, a ser desterrados del país.

El periodista español Tomás Baviera, escribiendo acerca del libro Los elementos del periodismo, de los escritores y periodistas norteamericanos Bill Kovach y Tom Rosenstiel, razona así: “¿Para qué sirve el periodismo? Esta pregunta se hace más acuciante cuando se percibe una cierta pérdida de confianza por parte de los ciudadanos hacia los medios de comunicación. El interés público y el papel de vigilante del poder que han caracterizado tradicionalmente al periodismo, parece que han dado paso al interés de la empresa y a la necesidad de lograr beneficios económicos”.

Al tenor de lo anterior, nos recuerda la revista El Malpensante, en su edición N° 105, página 12: “Hace años, en el curso de un almuerzo, Tomás Eloy Martínez le dijo a un miembro de El Malpensante que un rasgo indeleble de los verdaderos periodistas es que alguna vez los hubieran despedido. El autor de Santa Evita no se refería, por supuesto, a los casos en que alguien es expulsado de una redacción por su incompetencia o su desidia. Lo que intentaba decir es que a veces la independencia crítica, el sentido ético y la vocación de informar lealmente al público resultan incompatibles con las ideas autoritarias de algunos medios, cuyo único norte parece ser la adulación del gobierno de turno y el mantenimiento del status quo. En esas circunstancias, decía Tomás Eloy, el despido, más que una ignominia, es un orgullo: literalmente, una medalla”.

La lucha por una prensa de vanguardia tiene que mantenerse erguida en Colombia, no obstante que, luego del destierro sufrido por Antonio Nariño, ha sido larga la lista de profesionales caídos o botados vulgarmente de los medios, cuyos únicos delitos fueron el haber actuado con independencia crítica, sostenido el sentido ético de informar lealmente a la comunidad y el denunciar los vicios, la corrupción, y en general, los males de la patria.

El interés público y el papel de vigilante del poder, como lo enunciara Tomás Baviera, ha de ser, debe ser, sin discusión alguna, el faro que ilumine el quehacer de la prensa, en especial de nuestra prensa,  como su único y verdadero capital: su capital ético.

Como Miembro del Club de la Prensa de Medellín, del Círculo de Periodistas de Envigado y expresidente del Círculo de Periodistas y Comunicadores Sociales de Antioquia (afiliado a la Federación Colombiana de Prensa), reclamo hoy, y siempre, la libertad de prensa como un principio básico para ejercer el derecho a la información. Sin libertad de prensa, no hay información veraz; no hay ejercicio de la información, se está desinformando; y le dice al mundo que no hay democracia.

Como es de conocimiento público, en 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas, a iniciativa de los países miembros de la Unesco, proclamó el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa, con la idea de “Fomentar la libertad de prensa en el mundo al reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática”.

Parece que en nuestro medio parroquial, no obstante la cacareada “verraquera paisa”, no somos capaces de hacer respetar la libertad de prensa. ¡Ahora solo vivimos de la fama de verracos!…según parece.