Por Balmore González Mira

Las expectativas por la convocatoria a las diferentes manifestaciones de este histórico día se vive de conformidad con la óptica, el cargo y hasta el lugar desde donde se observen los hechos.
En mi condición de subsecretario de seguridad y convivencia ciudadana de Antioquia, los mismos se padecen, se sienten, se viven, se observan y se analizan de manera especial y diferente cuando se está en un puesto de mando Unificado (PMU), desde donde debemos garantizar la seguridad y la convivencia ciudadana de todo un departamento como Antioquia.  La inmensa preocupación al momento del inicio es que los ciudadanos se porten bien, que haya respeto a los derechos de los marchantes  y de los no marchantes y obviamente a los miembros de la fuerza pública. La protección de los bienes se convierte en un valor propio del estado, pero por encima de ello proteger la vida de todos los ciudadanos es el principio fundamental de una sociedad civilizada. Ver escenas dónde miles de personas manifiestan pacífica y ordenadamente sus ideas, donde los carteles son escritos casi poéticos y dónde los cánticos agradan al oído, con consignas que son himnos al descontento sectorial o colectivo, nos llenan también de cierta solidaridad con los solicitantes. Aplaudimos esas acciones y aquellas donde estos mismos ciudadanos ejemplares, contenían el accionar de quienes desbordaban sus acciones, rayando con el código penal colombiano.
Al otro extremo se observa con asombro a los irrespetuosos, desadaptados y hasta delincuentes que ofenden, injurian y calumnian con sus avisos irresponsables y con unas arengas que hacen apología al delito y al odio que guardan en sus contaminados corazones. Los que dañan, rayan, incendian, destruyen, atacan a la fuerza pública; atropellan, mienten, es decir los destructores dañinos del accionar cívico.
El grito que escuchó el mundo y que salió de lo más profundo del alma colombiana, no puede ser el producto de una ola o moda que las redes promocionaron, algunas veces de manera tendenciosa y mentirosa; tiene que ser el clamor de un pueblo inconforme que no puede permitir que los vándalos destruyan lo que tanto esfuerzo ha costado edificar. Ni una sola pared puede rayarse siquiera.
Lo claro es que el éxito en multitudes se vio empañado por el desbordamiento de delincuentes que frecuentaron la violación de las leyes y que no permitieron que estas legítimas manifestaciones se hubieran convertido en un ejemplo mundial de cómo deben reclamarse los derechos que creemos vulnerados y como deberíamos respetar los derechos humanos de todos los que hacemos parte de la misma sociedad.
Por culpa de unos pocos, Colombia privó al mundo de conocer una verdadera manifestación ciudadana, pacífica, educada y con garantía de derechos para todos. De no ser por esos pocos, hoy estaríamos en los principales titulares del globo, resaltados como los campeones de la civilidad y así como nuestros escarabajos podríamos decir, llegamos a la cima, cruzando la meta limpiamente. A hoy, con el cansancio de todos, de los ciudadanos que también quieren que todo se normalice, las marchas merman su impacto.