“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Rom 8,28).
Por: Rafael Moya | Fuente: Cristo en la Ciudad

En la vida urbana solemos llamar “suerte” a lo que no entendemos:
al empleo que llegó en el momento justo,
al encuentro inesperado,
a la puerta que se abrió cuando ya pensábamos rendirnos.
Pero quien mira con fe sabe que ahí no hay azar:
hay providencia.
No es la suerte la que sostiene, sino la mano de Dios que guía cada paso,
incluso en las calles donde parece que Él no está.
Dios no actúa con dados en la mano,
sino con amor en cada detalle.
Cuando reconocemos eso, la ciudad deja de ser un lugar incierto
para convertirse en un espacio habitado por su presencia.
“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Rom 8,28).