Por: LUIS ALFONSO PÉREZ PUERTA

Cada quien vive “a su manera” y se siente bien, aunque diga lo contrario, y es al revés. Se puede vivir como incómodo, no se siente agradable, digamos, sí, cierto es, pero es su forma de estar bien, así de simple. La existencia es sencilla, aunque no parezca, pero cada quien vive aquí y ahora como si desde su interior lo ha decidido, aunque lo niegue frente a los demás. Es positivamente falso. O si no, ¿por qué se enamora o se apega de lo prohibido y luego se lamenta porque sufre? ¿Por qué se droga para estar fuera de lugar y luego se siente depresivo? ¿Por qué se enoja cuando no logra lo que desea? ¿Por qué habla por hablar y luego se siente mal? Y en síntesis, ¿por qué actúa de la manera que lleva a cabo su vida y luego se molesta con los demás, y por ende consigo mismo? ¿Sobre todo se siente hiper-mega-super-mal? Porque así es la existencia, y no puede obrar de otra manera, y punto aparte.

La existencia es simple y no tenemos por qué molestarnos ni perturbar a nadie, si comprende su misión en este mundo; y sí, la existencia tal vez no sea justa, o tal vez aquello y lo demás allá (para no entrar en detalles). No seamos tan bobos, pero si estamos aquí es por una poderosa razón, y si no te gusta puedes hacer un gran favor al mundo apartándose y permitiendo vivir la vida con la más absoluta serenidad, aunque sea una utopía… Una súper deliciosa utopía que nos permite llegar hasta la meta que nos espera, aunque ignoremos que hay al otro lado del velo, pero que lo hay, lo hay; aunque duela, cariño y caro en este sistema donde padecemos y marchamos por las calles y avenidas del siglo XXI, y solo los dioses lo saben, ellos me juzgarán por esta página escrita en acelere, y tal vez mal redactada, pero cuasi seguro es un leal retrato de este espacio tiempo donde somos fragmentos dispersos buscando un Ser Supremo, una Fuerza que nos acompañe y un Espíritu que nos libere, pero aquí estamos y vamos en la misma nave, y así es, así sea y así será.

Que el último día de tu vida, o el día del juicio final, o tu suspiro final, no te atrape desprevenido, porque en ese instante ya no se puede hacer nada. ¡Ya no vale crujir de dientes ni lloro, ni lamento alguno, sin duda alguna, amén!