“¿Cuándo llegará el día que termine tanta indiferencia e inactividad social, estatal y política ante este dramático fenómeno que consume así libremente los más profundos cimientos de la sociedad y sus organizaciones?”

Por: Héctor Jaime Guerra León*

La violencia en nuestro país nunca ha parado, cambia de versiones o muta hacia otras expresiones más complejas y sofisticadas, pero siempre ha mantenido una constante presencia en el escenario nacional que ha hecho –como lo hemos expresado en otras ocasiones- que ya estemos acostumbrados a soportar su perverso accionar. Los colombianos nos hemos acostumbrado a tener que enterrar las víctimas inocentes de un terrible conflicto que hemos vivido desde mucho tiempo atrás y que al parecer no estamos interesados en solucionar; pues a pesar de que ya se ha hecho, por algunos gobiernos e importantes sectores sociales, esfuerzos grandes y muy significativos en el propósito nacional de ponerle fin a esta horrible tragedia, hay quienes consideran que los caminos e instrumentos utilizados –como el acuerdo de paz suscrito en La Habana (Cuba), por ejemplo- no son los indicados para finalmente lograr cerrarle el paso a esta nefasta ola de criminalidad y delincuencia que está dejando a nuestra patria en el más profundo abandono y desesperanza.

En la inmensa y creciente polarización política y social que infortunadamente vivimos, los amigos de la violencia y la corrupción han encontrado extraordinarias oportunidades para activar todo tipo de conductas que día a día dan la impresión que este horrible conflicto no tendrá fin y que las esperanzas de paz y de reconciliación que habíamos tenido en los últimos tiempos no llegará a hacerse realidad y que sólo será otra frustración más del pueblo colombiano en su permanente intento de alcanzar la pacificación y la redención a estos terribles males que carcomen nuestra sociedad. La verdad es que – al paso que vamos- el Proceso de Paz colombiano empieza a tornase ya en un episodio político y social de los muchos que hemos vivido y que muy pronto solo quedará en el umbral de las luchas sociales pasadas importantes que seguirán dando y añorando los colombianos por la reconciliación, en nuestra adversa y conflictiva historia nacional.

Ante este horrendo panorama en nuestro maltrecho país, recobra inusitada fuerza la lapidaria alusión que a este tipo de fenómenos hiciera el pastor protestante alemán Martín Niemöller y que hiciera famosa el dramaturgo Bertolt Brecht (a quien también es atribuido este famoso poema): “Primero se llevaron a los judíos, pero a mí no me importó porque yo no lo era; luego, arrestaron a los comunistas, pero como yo no era comunista tampoco me importó; más adelante, detuvieron a los obreros, pero como no era obrero, tampoco me importó; luego detuvieron a los estudiantes, pero como yo no era estudiante, tampoco me importó; finalmente, detuvieron a los curas, pero como yo no era religioso, tampoco me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde”.

 ¿Hasta cuándo las cosas tendrán que ser así en nuestro amado país?; ¿Cuándo llegará el día que termine tanta indiferencia e inactividad social, estatal y política ante este dramático fenómeno que consume así libremente los más profundos cimientos de la sociedad y sus organizaciones?

En esta malaventurada historia hemos visto caer, entre muchas otras inocentes víctimas, a los campesinos, que han sido desplazados de sus tierras o asesinados en sus propias parcelas y territorios ante la actitud inerme de propios y extraños que sólo hemos podido registrar la inmensa tristeza que causa el inagotable desfile de éstas humildes familias que –sin ningún tipo de justificación, ni apoyo- tienen que pasar de la noche a la mañana, a engrosar los famosos y deplorables cinturones de miseria y pobreza que se han venido formando en las zonas periféricas y/o aledañas de las grandes ciudades, en un proceso de invasión de laderas y baldíos –muchas de las cuales son inestables e inhabitables; pero que han tenido que ser invadidas por quienes -como las víctimas del desplazamiento inaudito que hemos vivido- no han tenido más nada que hacer, ante la fuerza y terror que azotan sus territorios sembrando miedo, pobreza y muerte.

Ahora, igual situación a la que se han visto abocados los habitantes de importantes zonas rurales del país, e inclusive de las grandes capitales, donde es incuestionable que la ilegalidad y la delincuencia común y/u organizada se han repartido también las ciudades, y hasta los pequeños poblados, para la explotación –sin control alguno por parte de las autoridades– de los diferentes fenómenos delincuenciales, el turno le ha tocado a los líderes sociales, la inmensa mayoría de Ellos inmersos de buena fe y en busca de la paz y la tranquilidad de sus territorios y comunidades, en un conflicto que sigue esparciendo orfandad y desolación a lo largo y ancho de casi todo el país. Ahora son los líderes sociales y comunitarios los que sufren la más cruenta y arbitraria persecución por parte de la delincuencia, ante la impotencia y el desamparo estatal y gubernamental que nada han podido hacer para protegerlos.

Es muy alto y lamentable el número de líderes y voceros de nuestras comunidades, que en busca de defender la legalidad, a la comunidad y la institucionalidad han caído víctimas de sus verdugos: la violencia y la impunidad, que infortunadamente siguen campantes y sin control en nuestra amada y maltrecha patria, sin que el Estado y los estamentos gubernamentales puedan establecer controles eficaces y definitivos para contrarrestar tan atroces y deplorables hechos de criminalidad, corrupción y descomposición social y política.

*Abogado. Especialista en Planeación de la participación y el Desarrollo Comunitario.; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.

 

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