Por: Félix Alfázar González Mira                                         

Los que superamos las cinco décadas de nuestro ciclo vital conocemos que esta cuarentena que estamos atravesando no es la primera por la que nos ha tocado encerrarnos en nuestras casas. En los años ochenta y principios de los noventa empezaba a manifestarse el querer de los traficantes de droga de acceder a las posiciones del poder político y ante el rechazo de la mayoría del establecimiento nacional, empezaron a aplicar acciones de amedrentamiento a la sociedad antioqueña y fundamentalmente a la ciudad de Medellín, con coletazos en otras capitales. Secuestros, extorsiones, vehículos tales como volquetas, buses, automóviles, eran convertidos en verdaderas bombas de altísima capacidad de destrucción, daño, miedo y terror; dirigidos a cualquier blanco ya sea el objetivo los militares, las instituciones o en una especie de disparar con regadera sin tener en mientes quien era el afectado. El sicariato mortífero fue una profesión apetecida por los jóvenes de las comunas que hacían sus ingresos matando a agentes de la policía, haciendo presencia mortal en bares y discotecas (recordar Oporto en el sector de El Poblado) y ejerciendo vigilancia intimidante en parques, avenidas y calles de la ciudad en sus motos atemorizantes. Esta situación nos llevó a encerrarnos hacia el autocuidado familiar no permitiendo el disfrute de toda actividad lúdica y masiva que ayudara a distensionar el estrés producido por las noticias diarias de atentados diversos en diferentes sitios de la ciudad.

Recuerdo con nitidez como las miradas de habitantes de la ciudad las acompañaba cierta conmiseración recíproca, como esperando donde iba a presentarse las próximas víctimas. Estar cerca de   uniformados de las fuerzas armadas era similar ver hoy un contagiado del virus chino.

En su efímero paso por la alcaldía de Medellín ya en el líder, Alvaro Uribe, se empezaba a visualizar el tema de la seguridad pública. Y evocando a Bolívar en el mensaje a la convención de Ocaña, pensaba ” que la energía en la fuerza pública es la salvaguardia de la flaqueza individual, la amenaza que aterra al injusto y la esperanza de la sociedad. Mirad legisladores, que sin fuerza no hay virtud; y sin virtud perece la república”; establece una tasa a la telefonía metropolitana con destino a financiar con mayores recursos los asuntos de la seguridad ciudadana. Ello contribuyó, sin duda, a hacerle frente al narcoterrorismo que azotó la ciudad disminuyendo altamente su vida comercial, lúdica, nocturna, en fin, toda la integralidad de una ciudad viva.

La segunda cuarentena que nos ha tocado padecer se presentó en los años noventa y principios de este siglo. El accionar despiadado y violento de las farc , las extorsiones, los ataques con bombas a diversos objetivos, la destrucción brutal de cabeceras urbanas, el control de ellos de una tercera parte del territorio nacional, los secuestros masivos en ciudades y carreteras que denominaron ” pescas milagrosas “, el asedio acezante sobre ciudades y municipios, el abigeato inmisericorde de todo tipo de animales en el campo colombiano, la destrucción de infraestructura productiva rural, el reclutamiento acelerado de campesinos y menores, los retenes y secuestros en la mayoría de las carreteras de ciudades importantes del país ( recordar Don Diego en Llano Grande, templo La María y secuestro de diputados en Cali, secuestro y asesinato de La Cacica en Valledupar, ataque Casa de Nariño y El Nogal en Bogotá, ataque al ejército en Santa Marta, control absoluto de la vía Bogotá-Villavicencio, secuestro masivo del edificio en Neiva y un infinito etc. ) . Trecientos alcaldes del país teníamos que despachar desde las ciudades capitales de huida de las guerrillas unos, de los paramilitares otros y de ambos grupos otra cantidad. La cuarentena en esos largos años era padecida en las ciudades de donde no era posible desplazarse a municipios ni visitar el campo.

Otra tercera parte del territorio nacional bajo control de las autodefensas con su máquina de terror y violencia sin consideraciones de ninguna naturaleza. Todos los días las noticias mostraban la competencia despiadada entre esos bandos, cual actividad de ellos remontaba la anterior en sevicia, terror, maldad y consecuencias sobre el conglomerado familiar, local o regional. El verdadero ” estado de naturaleza”. Colombia era estudiada, analizada y determinada como un “estado fallido” por los organismos internacionales. 

En el año 2002 la opinión pública escogió mayoritariamente la propuesta de “la seguridad democrática” y con ese mandato legítimo empezó la esperanza cierta de la tranquilidad ciudadana, al recuperar el estado el control de las carreteras, municipios, ciudades, regiones y   todo el territorio de la nación. De doscientos mil barriles de petróleo día y expectativas inmediatas de importación en ese año, a un millón de barriles de producción al día en 2010. De quinientos mil visitantes extranjeros a cuatro millones en el mismo período.   Empezaron a bajar vertiginosamente las cifras de asesinatos, homicidios, extorsiones, secuestros, tomas de pueblos, atentados terroristas, propinándole contundentes golpes a las organizaciones ilegales. Empezando a aflorar un ambiente de libertad y de confianza que contribuyó enormemente a incrementar la inversión, la producción y el empleo. Pasamos de ser “fallidos” a constituirnos en el país estrella de América Latina. 

La tercera cuarentena la estamos viviendo con motivo de la aparición abrupta del virus chino y todos los indicadores precisan que la mortandad de empresas, el desempleo, la pobreza, la miseria y el hambre se están aumentando de manera acelerada y no se escuchan voces sensatas ni se otea en el horizonte que estén surgiendo nuevos liderazgos que interpreten y orienten en este proceloso tiempo, el destino del país. Al contrario, el populismo de izquierda jugándole a que el estado de cosas se deteriore, criticando toda decisión y esfuerzo adecuado que esté realizando el gobierno y añorando un estado de anarquía social y económica necesaria como sustrato de sus teorías y arengas animadoras de oídos incautos.

Pues bien, nuevamente surge el Gran Colombiano como faro orientador, como luz y guía, recursivo, innovador, propositivo que con sus ideas y propuestas va señalando luces de esperanza para recorrer el camino de la época y la pos pandemia hacia la recuperación del aparato productivo, el empleo, el ingreso y sobre todo su insistencia de una “pandemia sin hambre”. Propone sensateces sobre subsidios, sobre créditos intereses y plazos, sobre generación de empleo masivo e inmediato y sobre todos los asuntos de la vida social y económica; producto de su pragmatismo innato y su experiencia vasta en el ejercicio del gobierno local, departamental y nacional.

Ha sido y está siendo, como Bolívar, atacado, traicionado, insultado, injuriado y maltratado por sus malquerientes que lo ven como el muro de contención que no les ha permitido tomarse el poder para poner en práctica sus teorías fracasadas en otras latitudes. Pero las almas nobles se engrandecen en medio de esas tormentas. Algunos le pedían al terminar sus periodos de gobierno que se dedicara a sus actividades privadas y a ver crecer a sus nietos que bien merecida tenía una vida tranquila y bucólica. Otros le pedimos que esta patria, ante el desastre que se avizoraba con Juan Manuel Santos, requería todavía de sus luces. Ahí lo tenemos diez años después con la bandera de la defensa de la democracia liberal. 

El Libertador en sus últimos días en Santa Marta releía El Quijote y le señalaba a sus cercanos que los grandes majaderos de la historia eran Jesucristo, El Quijote y El. Los tres se encumbraron hacia la gloria. Alvaro Uribe Vélez podría pensar que también resultó un majadero en Colombia en el convencimiento pleno, como decía el cura Choquehuanca a Simón Bolívar que ” Con los siglos crecerá vuestra gloria como crecen las sombras cuando el sol declina”.