Por Iván de j. Guzmán López

Se acabó el tiempo en que muchos políticos (en especial algunos de estas últimas década, que se auto proclaman como los adalides de la transparencia y de la “nueva generación salvadora de Colombia”), usaban el tema de la educación como caballo de batalla para captar votos de incautos, y no para hacer de Medellín, Antioquia y Colombia, una región y un país verdaderamente prósperos y equitativos. Sin duda, en el marco de la globalización y de la competitividad, en materia de educación, hemos caído mucho, y ello lesionará profundamente nuestra economía en los próximos años. Esta es una realidad que el país económico, educativo y democrático, ya no puede esconder y mucho menos hacerle el quite, menos en época de pandemia, donde la virtualidad se convirtió en la única herramienta. 

Recordemos que “el 21 de julio de 1994, diez de las mentes más brillantes del país le entregaron al presidente César Gaviria, un documento con el que buscaban hacer historia: el ‘Informe Conjunto’ de la denominada Misión de Sabios, que diez meses atrás el mismo jefe de Estado había reunido con el fin de revolucionar la educación y así impulsar el desarrollo del país”.  Olímpica e irresponsablemente, la clase dirigente y política colombiana de hace 20 años hizo mutis por el foro ante el atinado informe de la Misión, en cabeza del neurocientífico Rodolfo Llinás. En esa oportunidad, durante la ceremonia de entrega del dicho Informe, dijo Gabo: “Nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner al país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan”. Hoy, bajo el mismo panorama de las palabras de nuestro Nobel, desprovistas de metáforas macondianas y construidas de la más pura realidad educativa, es tarea insoslayable.

Es necesario, ahora que la pandemia parece ceder, ofrecer calidad educativa y pensar en un país educado, competitivo, verdaderamente democrático y con vocación de Paz con Legalidad. Por tales circunstancias, me complace leer y estudiar el Informe de la Fundación Compartir sobre el estado actual de la educación en Colombia y las reformas necesarias para mejorar su calidad. Sin duda, un informe que no maquilla ni esconde la realidad (estrategia tonta que usan algunos personajes, sin vergüenza alguna, a partir de las estadísticas y las encuestas de “opinión”), tiene que ser el punto de partida para una verdadera reforma educativa, que se torne en política educativa; política de Estado que no permita manipulación, adoctrinamientos o uso del aparato educativo para fines ajenos a la educación, la formación humana, la competitividad, el fortalecimiento de la empresa, el desarrollo agropecuario y la búsqueda incesante de la paz.

Como bien se adivina a lo largo de este artículo, recurro a la historia para convencernos de que nuestra educación necesita, verdaderamente, una reforma estructural a fondo, para que responda a un país en desarrollo; a un país donde los jóvenes tengan verdaderas oportunidades de estudio, de trabajo y de emprendimiento. Un país para vivir y producir en paz.

Colombia es una patria amable, trabajadora, honrada, que quiere y busca la paz. Los violentos no tienen nada que ofrecer a los jóvenes; nada qué ofrecernos. Somos nosotros los que tenemos que construir una patria a la altura de las mejores, empezando por una educación que promueva la humanización, el emprendimiento, el fortalecimiento empresarial y la productividad del campo.

Menos arengas veintejulieras, por favor. Manos a la obra. Nuestros nietos, nuestros hijos, la patria entera, sabrán agradecerlo.