Por: Balmore González Mira

La semana Santa o la semana mayor, es el escenario propicio para reflexionar sobre una de las conductas más dañinas del ser humano en contra de sus congéneres. La calumnia es tan dañina que siembra la duda, daña la reputación, perturba la vida. La calumnia despeja el camino hacia la crucifixión del calumniado. La calumnia es tan efectiva en la producción del daño que genera incómodas noches en el falsamente imputado. El arma del calumniador puede ser más dañina que la que utiliza el que lesiona a otro con arma corto punzante, esta herida puede sanarse y cicatrizar; la duda sobre el calumniado puede nunca cerrarse.

Sobre la calumnia recae lo más sucio y ruin del ser humano, el calumniador es despiadado y poco le importa el daño con tal de lograr su objetivo, el que calumnia es un criminal en potencia que es capaz de acabar con la reputación de otro en un instante, es un potencial delincuente mental que ha preparado, como el más avezado violador de la ley, todo el escenario para infligir daño, dolor y perjuicios. La calumnia puede muchas veces lograr lo que no hace una flecha lanzada o una bala disparada, causar daño en la víctima sin tocar su integridad física.

En fin, la calumnia es tan grave y permanente en nuestro medio que ha sido tipificada en nuestro código penal como un delito excarcelable y/o desistible, cuando debería ser castigado de manera más severa y reprochable para que no se acabe con la honra y buen nombre de las personas, muchas veces construida durante toda una vida y destruida en segundos por la mente perversa de un delincuente. Quien genera la calumnia lo hace con dolo, con la intención de causar daño, y hasta con sevicia, siente placer y tiene una intención dañina; quién la padece, desconoce la verdadera intención del calumniador. El calumniado es la víctima desacreditada por un simple comentario que puede acabar con su vida moral, sin ser tocado físicamente.  La calumnia es un perverso método de acabar con el ser humano.

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