Por Iván de J. Guzmán López

El 28 de febrero de 1996, bajo la luna llena de Kenya (en África), acosado el cuerpo por la Malaria que ya comenzaba a mostrar sus primeros y despiadados síntomas, el padre Carlos Alberto Calderón Álvarez, sintió crecer superlativamente su tesoro espiritual, y entonces se dispuso a escribir las que serían sus últimas palabras en su diario:  

“Noche de luna llena en el desierto Samburu. Las Ilakir de Enkai (en lengua Samburù, significa: las estrellas, que son los ojos de Dios), se han escondido, ¡Bienvenida la hermana muerte! La fiebre me sube intensamente; no hay posibilidad de ir al hospital de Wamba… Como de costumbre, nuestro Toyota está dañado. Siento una intensidad grande, alegre ante la muerte. He vivido apasionadamente el amor por la humanidad y por el proyecto de Jesús… Muero plenamente feliz… Cometí errores, hice sufrir personas… ¡Espero su perdón! Qué bueno morir como los más pobres y marginados… Sin posibilidad de llegar al hospital… Qué bueno que nadie siga muriendo así; ¡ojalá ustedes se comprometan a esto! ¡Un abrazo intenso de amor para todos y para todas! Carlos Alberto.”.

Últimas palabras que son una confesión de vida, una declaración de amor a Cristo, una súplica a la humanidad por los desposeídos; por los que mueren sin un hospital; un abrazo que llega a los confines y al corazón, llamando al amor. Este era el padre Carlos Alberto, a quien no tuve la oportunidad de conocer en persona, pero ahora le conozco y quiero en toda su dimensión espiritual y humana.

Según escribió el colega Ernesto Ochoa Moreno alguna vez en El Colombiano, “una avioneta de “médicos voladores”, enviada por los misioneros de Barsaloi, recogió a Carlos Alberto, ya prácticamente en coma, y lo trasladó al hospital de la ONU, en Nairobi, la capital de Kenya, allí, un mes más tarde, en pleno Viernes Santo, el misionero dejó de existir. O mejor, nació. “Dies natalis” (día de nacimiento) llamaban los primeros cristianos a esta fecha de martirio”.

Cómo no recordar al padre Carlos Alberto Calderón Álvarez, este 28 de febrero de 2021, a escasos 25 años de su fallecimiento, si su vida, su apostolado y muerte, es una página abierta a un mundo que no conoce de ética (tema que predicó hasta el cansancio); es una oración que sigue viva por África entera, y que ya el mundo conoce, pero no invoca. Cómo no recordar al padre Carlos Alberto, si es la palabra de Cristo hecha hombre, que se solaza con la muerte porque la sabe vencida.

Gómez Plata tiene la dicha de haberle visto nacer, el 6 de noviembre de 1948, en el hogar católico y practicante de don Ignacio Calderón y doña Aura Álvarez, un hogar muy católico, conformado de otros 14 hijos. En esa familia aprendió con el ejemplo los valores cristianos de respeto, solidaridad, desprendimiento de las cosas materiales y amor por el prójimo. Al tenor, valga decir que su padre, don Ignacio, es gratamente recordado en Gómez Plata, porque siempre se ocupaba de trasladar los enfermos del pueblo o de las veredas campesinas, viviesen donde viviesen, hasta el hospital del municipio. Seguramente, fue su padre quien le inspiró aquello de: “Qué bueno morir como los más pobres y marginados… Sin posibilidad de llegar al hospital… Qué bueno que nadie siga muriendo así”.

A los 4 años de edad, su familia se trasladó al barrio Aranjuez, en Medellín; a los 7 años ya era acólito del padre Barrientos; a los 10 años de edad ingresa al seminario Conciliar de Medellín y se ordena sacerdote el 1 de Junio de 1974, por Monseñor Tulio Botero Salazar. A poco de ser ordenado, es nombrado coadjutor en la Parroquia Santa Gertrudis de Envigado. El 4 de Julio de 1976, llega como Párroco a la Iglesia de San Pablo, en uno de los barrios  que más lo recuerda y quiere, el barrio París, hoy jurisdicción de Bello. El 30 de octubre de 1979 -día de la fiesta de Todos los Santos- es nombrado párroco del barrio la Milagrosa. A finales de 1980, es enviado a Roma a estudiar teología Moral. El 20 de Julio de 1980, se posesiona como párroco del barrio El Corazón de Jesús, donde entregó toda su filosofía de servicio y humildad, tal y como ya era reconocida. El amor viene de Dios, decía. “Yo opté por consagrar mi vida al Señor para trabajar, en exclusividad por el Reino. Procuro ser un fiel reflejo de ese amor misericordioso y bondadoso del Dios que se nos reveló en Jesús”.

“A finales del año 1986 –según escribe doña Beatriz Eugenia Jaramillo de González–  es censurado, criticado y retirado de su última parroquia en el Barrio El Corazón de Jesús, por la incomprensión de su obispo, el Cardenal Alfonso López Trujillo, quien no estaba de acuerdo con la puesta en práctica del padre Carlos Alberto de las directrices evangelizadoras que se desprenden de las conclusiones y recomendaciones del Concilio Vaticano II y de las Conferencias Episcopales  Latinoamericanas de Medellín y de Puebla. Agobiado por estas incomprensiones y al no hallar interlocutor en su obispo, decide ex-cardinarse y se incardina en la diócesis de Sincelejo donde es acogido por el obispo de entonces, Monseñor Héctor Jaramillo. Ante la violencia desenfrenada y con el ánimo de proteger su vida, por recomendación de Monseñor Jaramillo, se desplaza hacia Cartagena donde vivía Julio, uno de sus hermanos, dejando atrás, con dolor, la población de Morroa, el 27 de septiembre de 1987. A finales de 1987, se exilió en Suiza”.

“En 1994 –continúa doña Beatriz–, se entera de la necesidad de sacerdotes Misioneros Javerianos  de Yarumal para sacar avante la evangelización en el continente africano. Esta noticia le revive su vocación misionera desde muy joven y la lee como un llamado del Señor, para anunciarlo en esas lejanas tierras. Después de hacer un descernimiento y orar, éste, que el leía como un llamado, según consta también en su bitácora personal, se les ofrece a los Javerianos para apoyarles su misión en el África. Se le asigna la ciudad de Nairobi-Kenya. Comienza a estudiar su lengua y la cultura Samurái para culturizarse en dicha comunidad y celebrar con ellos esa fusión fe-vida.

El 28 de febrero de 1996 contrajo la malaria y, en vista de que no pudo acudir oportunamente al hospital, cuando la fiebre lo hacía tiritar y presintió su muerte biológica, sella su vida dejándonos su último legado: una “epístola” escrita con su ya temblorosa mano, donde nos pide trabajar en pro de los que carecen de recursos que les permitan velar por su subsistencia. Muere como los pobres y olvidados de ese continente hermano, el día 5 de abril de 1996, Viernes Santo”.

Hoy, 28 de febrero de 2021, recordamos aun pastor, a un hombre que encarnó el evangelio, y tal vez murió, no tanto por la malaria; más bien por decir a los cuatro vientos que  “Santos son los pobres, es decir, los que no tienen más riqueza que la sencillez, el espíritu de lucha y de superación, los que no son egoístas y saben compartir lo que son y lo que tienen, con sus demás hermanos. Santos los que lloran, es decir, los que no son conformistas con la situación tal como está, los que se lamentan (luchan) del mal y de la injusticia que hay en ellos. Santos son los compasivos, es decir, los que hacen suyos los problemas y las dificultades de los demás. Santos los de corazón limpio,…”.

“Noche de luna llena en el desierto Samburu. Las Ilakir de Enkai (en lengua Samburù, significa: las estrellas, que son los ojos de Dios), se han escondido, ¡Bienvenida la hermana muerte! La fiebre me sube intensamente; no hay posibilidad de ir al hospital de Wamba…”

Estoy seguro que hoy, 25 años después de su feliz abandono de la tierra, el padre Carlos Alberto Calderón Álvarez, hace parte, en el cielo, de las Ilakir de Enkai; es decir, de los ojos de Dios.

3 Comentarios

  1. Que pena. Siempre por navidad le mandó una tarjeta a Lopez Trujillo. De feliz navidad del Prado, del padre chevrier. Carlos era un hombre muy intelectual, reflexivo, poliglota, de evangelio, pero para la moto y la mecánica, muy pobre Jajajaja. Un día en barsaloi arrastró la moto por 2 horas. Tan lindo ese Jesus llamado Calderon

  2. Yo viví con El, fue mi maestro. Fui al África tras sus huellas. Yo sabía que eran las de Jesús. Conocí, celebré con Juan Pablo II y es Santt, pero nunca como Carlos. Loo nkosheke naibor como lo llamaban, “El del estómago limpio” tamayianaki mperot pooki lo nkishon ai . ( bendíceme todos los días de mi vida)

  3. Fui compañero en el seminario del Padre Carlos Alberto Calderón.

    Me conmovió esta síntesis bibliográfica de Carlos Alberto Calderón mi entrañable compañero del seminario.

    Quiero conocer más detalles de su historia y de su rechazo por parte del cardenal Trujillo. Favor enviarme al correo

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