Por Iván de J. Guzmán López – Periodista- Escritor

Entristece escuchar a personas buenas (que se han gastado la vida trabajando, estudiando, haciendo el bien a su familia y a sus semejantes), decir con tristeza y un cierto dejo de reproche: “yo no veo noticias; para escuchar siempre sobre asesinatos, robos, atracos, politiqueros y corrupción, ya no tengo tiempo, prefiero vivir lo poco que me queda de espaldas a la realidad. Este no es el país que yo quería para mis hijos”.

Y uno se queda mudo. Desgarrador lo dicho por estas personas, que para desgracias, ¡son muchas! Terrible que un noticiero, día y noche, sólo hable de delincuencia, de crímenes macabros, de políticos implicados en todo tipo de corrupción; de individuos que son arrestados agrediendo a niños,  jóvenes, ancianos, a mujeres de todas las edades, y resulten, al ser capturados, con un historial de 26 y hasta 30 anotaciones judiciales. Su detención es sólo una anotación más. El juez lo suelta; el juez sabe que sale a delinquir, a robar a matar… y no pasa nada. ¡Dónde está la justicia!, es la expresión popular.

Parece que hemos llegado al límite de convertirnos en un país sin ética. Sin valores. Meses antes de su asesinato, el dirigente político Álvaro Gómez Hurtado, había advertido que llegaría el día en que la justicia estaría del lado de los delincuentes. ¡Ese día parece que ya llegó! Hoy, domingo 15 de noviembre de 2020, la revista Semana, subtituló: “Más de 90.000 delincuentes, responsables de los delitos que más afectan a los ciudadanos, fueron capturados en repetidas oportunidades, algunos hasta 70 veces. Menos del 20 por ciento terminó en la cárcel”. ¿Qué está pasando en Colombia?

Según encuestas internacionales, somos el país más corrupto del mundo. Y nadie se da por aludido: las noticias siguen agotando el precioso tiempo de televisión, en el recuento de fechorías sin fin; no tienen tiempo para destacar o informar sobre algo bueno. Horrorosa, por decir lo menos, es la frase que circula en las redes sociales, atribuida a Marcelo Odebrecht: “Yo jamás corrompí a nadie, en Colombia. Cuando los conocí, todos ellos ya eran corruptos y delincuentes con poder político”. ¡Con poder político! ¡Qué horror!

Una definición sencilla de ética, dice que “es una disciplina de la filosofía que estudia el comportamiento humano y su relación con las nociones del bien y del mal, los preceptos morales, el deber, la felicidad y el bienestar común. En el lenguaje común, la ética también puede ser entendida como el sistema de valores que guía y orienta el comportamiento humano hacia el bien”. Léase bien. ¡Hacia el bien!

Es difícil que un país sobreviva sin ética; difícil vivir en el paraíso de la impunidad, de la indolencia, de la mentira repetida hasta convertirla en verdad. Triste es un país de falacias. Triste es tener que buscar los valores en la literatura, en el pasado, en los libros de los más preciados cronistas como Martín Caparrós, Juan Manuel Robles, Juan Pablo Meneses, Joseph Zárate, por citar algunos. Parece que la delincuencia ha cooptado al país entero, y nuestros valores, que antaño nos hizo una sociedad fuerte a la hora de capotear tempestades, se han tirado al relleno sanitario, definitivamente.  

Cómo añoramos una sociedad solidaria, honrada, respetuosa, culta, trabajadora, educada; una sociedad donde la familia sea verdaderamente escuela de valores. Una sociedad donde la gratitud, esté en el corazón del ciudadano, del hijo, del esposo, del maestro, del servidor público, del sacerdote, del anciano, del político, del médico. A Propósito del médico y de los valores perdidos, recordé una historia hermosa (creo que la leí en redes sociales) que me trajo al presente uno de los valores más olvidados y más caro al corazón: el de la gratitud.

La citada historia, que guardé en la memoria y en el corazón, dice así: “Ocurrió un viernes de mayo. A eso de las ocho de la mañana, llegó al hospital un señor de unos 80 años, para que le quitara varios puntos de una de sus manos. Dijo que estaba apurado, pues tenía una cita a las nueve. Lo vi mirando con insistencia su reloj y entonces le pedí que se calmara, que seguidamente lo atendería una enfermera. Ante su impaciencia, opté por atenderlo yo mismo, y mientras le retiraba los puntos de una herida de navaja, le pregunté si tenía otra cita con otro médico o una persona importante, a la hora siguiente.

─No voy a otra parte ─me respondió de inmediato─; voy al geriátrico, para desayunar con mi esposa.

─ ¿Y qué tiene su esposa?, le pregunté.

─Padece alzhéimer ─me contestó, mirándome a los ojos.

─ ¿Ella se enoja si llegas  tarde?

 ─Hace 7 años que ella no sabe quién soy yo ─me contestó con voz firme.

La respuesta me sorprendió mucho, y me atreví a decir:

─ ¿Y usted sigue yendo, cada día, aunque ella no sepa quién es usted?

Él sonrió; me miró a los ojos, hizo una breve pausa, y respondió:

─Ella no sabe quién soy yo, pero yo aún sé quién es ella.

Verdaderamente es una historia hermosa, aleccionadora, que deberíamos hacer nuestra. No es bueno desconocer que la inmensa mayoría de los males empiezan con un corazón indolente que nos hace olvidar, a la menor oportunidad, quienes son nuestros seres queridos.

Volviendo a nuestro tema central, digamos que el derrumbe del país está signado por el trastocar de valores que hace que al delincuente se le trate de “señor”; el derrumbe del país está signado en que se permita al corrupto, gobernar; en que las corporaciones públicas se presten para hacer componendas que sólo sirven para engordar el propio bolsillo del bandido o el de sus compinches, con perjuicio del ciudadano y el envilecimiento de las instituciones democráticas;  está signado en que poco o nada importe que un criminal salga libre, mientras el ultrajado o el asesinado siguiente no sea mi pariente.

Los preceptos morales, el deber, la felicidad y el bienestar común, no están en la agenda del ciudadano, del servidor público, del gobernante, del empresario, del trabajador. ¿Hacia dónde va Colombia, el país que juramos amar?  ¿Hacia dónde va un país sin ética? Pregunto yo.