Por Iván de J. Guzmán López – Ivanguzman790@gmail.com

Cuando la iglesia católica hace presencia en nuestros barrios más humildes, el corazón se alegra y se aviva la fe en Cristo. No nos hace creyentes una predicación llena de recursos idiomáticos, citas bíblicas o derroche de sabiduría teológica; nos llena de fe las caritas alegres, el corazón rebosante de gozo y la esperanza de vida en los ojos y el rostro de las personas.

Creo que esto último es lo que llena de gozo, de fuerza, de vida y esperanza, al corazón del padre Luis Fernando Arroyave Restrepo. Lo conocí ejerciendo su magisterio (con inocultable vocación de servicio a Cristo cuando era él Capellán de la Gobernación de Antioquia) y yo ejercía como director de Talento Humano Docente, en uno de los momento más agradables de mi vida, al ser llamado por el doctor Luis Pérez Gutiérrez  a colaborar en su gobierno 2016-2019, gobierno que sirvió para poner a nuestra Antioquia en lo más alto de la vida nacional. De su talante visionario, emprendedor, y su costumbre de pensar en grande, tendrá que echar mano nuestra Colombia en un futuro muy cercano, si quiere salir del atolladero ético, moral, económico y social en el que hoy estamos.

Pero sigamos con nuestro tema del día (porque de la tarea que tiene el doctor Luis Pérez Gutiérrez para hacer por Colombia, nos ocuparemos oportunamente). La historia del apostolado de fe y amor que hace la iglesia católica en la parroquia san Pablo Apóstol, del barrio París, empezó con la llegada del padre Luis Fernando Arroyave Gutiérrez a la parroquia: cuenta el padre Luis Fernando, con su voz cantarina, su mirada limpia y sus manos delgadas que parecen siempre en oración, que “una noche tocó, desesperado, a la casa cural,  un señor del barrio que no tenía nada para dar de comer a sus hijos, porque estaba sin empleo. En la cocina de la casa cural ¡no había nada! y yo tuve que salir esa noche a pedir algo de mercado a los vecinos para compartir con esta familia”. Así, como un mandato revelado en sueños (como relata el pasaje bíblico la conversión de Saulo, para dar origen a nuestro venerado Pablo de Tarso) surgió la iniciativa de El Comedor Parroquial, justamente denominado La Viña del Señor, y que hoy beneficia a 50 niños de la comunidad de París, en el municipio de Bello, niños que están al cuidado de la parroquia en su condición de vulnerabilidad.

El Comedor tomó vida parroquial con el concurso de 23 señoras voluntarias que se ocuparon de toda la logística que implica una empresa social de esta naturaleza, al igual que de cocinar y servir los alimentos. Otras personas de la comunidad se encargan de visitar hogares para verificar necesidades, y extender servicios mediante la invitación que se le hace a profesionales de diversas áreas como médicos, nutricionistas, sicólogos, sociólogos, educadores, entre otros, para así ofrecer programas de formación y bienestar a la familia, buscando siempre que la comunidad goce (además del comedor infantil) de otros programas que permitan su atención integral, valga decir: apoyo a estudiantes mediante subsidios de transporte, rehabilitación de adictos y personas en situación de calle, asistencia para personas del barrio que están en las cárceles, desayuno domiciliario, merienda y pañales para abuelitos que viven solos, asesoría jurídica, apoyo a emprendimientos campesinos para familias del sector que quieran y puedan retornan a sus pueblos de origen; huerta comunitaria con legumbres y animales para abastecer al Comedor de niños, entre otras actividades.

Estas obras, todas ellas “inspiradas en el Evangelio del amor para la dignificación de la persona, no sólo benefician a católicos sino a personas de diversas creencias, porque tienen un carácter fraterno y ecuménico”, dice con alegría el padre Luis Fernando.

En mi libro más reciente, el número catorce, presentado en Otraparte (la casa de nuestro filósofo de la autenticidad, Fernando González), narro una crónica que se titula Con la sábana amarrada, crónica conmovedora (a decir de quienes la han leído) donde se narra la historia de una vereda antioqueña, donde muchos niños se acuestan sin comer nada, y cuando el estómago acosa y empiezan a llorar del hambre, la mamá o el papá les amarra una sábana para que les presione el estómago y así no sientan el delirio del hambre, de tal manera que puedan dormir un poco.     

Por la crónica anterior, y otros motivos,  encuentro gratificante la tarea del padre Luis Fernando y de algunos de sus feligreses, pues el sólo hecho de permitir el sueño de los niños “sin la sábana amarrada”, es una obra maravillosa a los ojos de Dios. Esta labor (https://comedorlavinadelsenor.jimdo.com) sin ninguna ayuda oficial, tan sólo con el apoyo de la comunidad y de algunos particulares que apadrinan un niño mediante la donación mensual de $50.000, es el verdadero evangelio despojado de palabrería y de oropeles. En un país donde se predica tanto sobre los derechos del niño, pero tantos de ellos viven y mueren en el más triste desamparo oficial, esta labor me parece maravillosa y (que Dios me perdone, si blasfemo) hace sonreír dulcemente a Cristo.

Recordemos que la Parroquia san Pablo Apóstol, en el barrio París, jurisdicción del municipio de Bello, fue creada el 15 de agosto de 1968 por el Arzobispo Tulio Botero Salazar, para responder a la migración de campesinos que, huyendo de la violencia, se desplazaron hasta la ciudad de Medellín y Bello, conformando barrios periféricos, los mismos que hoy denominamos comunas.

Puntada final:

Hablando de los niños y del amor incondicional por ellos y por la familia, tengo que referirme, necesariamente, a la bella figura de san José.  Y para ello, es preciso que en este tiempo de Navidad, recordemos la Carta Apostólica Patris Corde, de nuestro Papa Francisco, con motivo del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la iglesia universal:

“Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios “el hijo de José”. Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo y Lucas, refieren poco, pero lo suficiente para entender qué tipo de padre fue y la misión que la Providencia le confió. Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un “hombre justo” (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio “no había lugar para ellos” (Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.

Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia, como hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20).

En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre, presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María (cf. Lc 2,22-35). Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18). De regreso en su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea —de donde, se decía: “No sale ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn 7,52; 1,46) —, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo. Cuando, durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con los doctores de la ley (cf. Lc 2,41-50).

Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo. Mis predecesores han profundizado en el mensaje contenido en los pocos datos transmitidos por los Evangelios para destacar su papel central en la historia de la salvación: el beato Pío IX lo declaró “Patrono de la Iglesia Católica”, el venerable Pío XII lo presentó como “Patrono de los trabajadores” y san Juan Pablo II como “Custodio del Redentor”. El pueblo lo invoca como “Patrono de la buena muerte”.”.

Feliz Navidad, amigos de la parroquia san Pablo Apóstol, del barrio París; feliz Navidad, padre Luis Fernando Arroyave Gutiérrez, artífice de tantas cosas buenas en nombre de la iglesia; ¡feliz Navidad para todos!