Por: IVÁN ECHEVERRI VALENCIA

Decía José Saramago que es preciso recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza  por el olvido y se termina en la indiferencia. Este lunes primero de marzo se cumple 30 años de la dejación  de las armas, y de negociar  la integración a la vida civil  por parte  de 2.200 combatientes del Ejército Popular de Liberación (EPL), organización guerrillera, creada en el año de 1967 por Libardo Mora, Esteban Vásquez, Pedro León Arboleda, Francisco Caraballo, entre otros. Sus principios e  ideología se fundaban en el marxismo-leninismo, luego viraron a la línea estalinista, y se consideraba como el brazo militar del Partido Comunista en Colombia. Sus acciones militares se concentraron, en un principio, en regiones como el Urabá, Bajo Cauca, Magdalena Medio; luego extendieron su accionar militar a los departamentos de Córdoba, Sucre, el Valle del Cauca, Putumayo,  Norte de Santander y el eje cafetero. Tuvo como vocero político a Oscar William Calvo y a su hermano Jairo (Ernesto Rojas), quien fue después su comandante; ambos posteriormente fueron asesinados. El EPL hizo parte de la Coordinadora Nacional Guerrillera y tuvo alianzas operativas con el M-19.

El EPL llegó a convertirse en el tercer grupo guerrillero en cuanto al número de combatientes después de la FARC-EP  y del ELN y la segunda más beligerante. Su operatividad dependía de los recursos obtenidos por el secuestro, abigeato y  la extorsión.

A mediados del mes de febrero del año 1991, en la oficina del ministro de Gobierno, de ese entonces, Humberto de la Calle y con presencia del consejero presidencial para la Paz, Jesús Bejarano, quien también fue asesinado a manos de las FARC, según afirmaron algunos desmovilizados de esa guerrilla ante la JEP, suscribieron el acuerdo de dejación de armas y posterior indulto con el comandante del EPL, Bernardo Gutiérrez,  Darío Mejía y Jaime Fajardo L.  Efectivamente ese acuerdo se allanó con la entrega de las armas en diferentes subregiones de Antioquia  el 1 de marzo de 1991.

Esta trascendental desmovilización se constituyó en un viento de esperanza para el comienzo de la pacificación del país, tan golpeado y agobiado por la violencia guerrillera y por el narcotráfico. El optimismo cundía por todas partes, se vislumbraba  que la paz si era posible, siempre que existiese voluntad política y que los diferentes sectores de la nación la apoyaran.

Desde esa época se hacían ingentes esfuerzos de encontrar un diálogo con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar y las FARC en los alrededores de La Uribe, Meta.  Solo después de 25 años en el año 2016, se pudo lograr ese anhelo, con enormes dificultades e intransigencias de los negociadores de la guerrilla y el entorpecimiento de la oposición política, no afectos a los diálogos, lo que no ha permitido, hasta ahora, que la paz logre su consolidación total con esa organización, lo cual ha originado que algunos de sus miembros le fallen a la patria, desertando.

Una vez el EPL, hizo la dejación de las armas se transformó en un movimiento político llamado “Esperanza, Paz y Libertad”, hicieron parte de la Asamblea Nacional Constituyente, que modificó y aprobó la actual Constitución Política de Colombia. Sin embargo todo no ha sido felicidad,  el camino que han tenido que trasegar los que le apostaron a la sana convivencia, a la paz y a una democracia sin fusiles, ni trincheras, ha estado acompañada de incertidumbres, de incumplimientos, de fracasos en las reincorporaciones; de persecuciones e inseguridades originadas por las extremas tanto de la derecha como de la izquierda, que han dado al traste con la vida de muchos de esos colombianos que le apostaron a la paz. Los “esperanzados” como se les llamó a los reinsertados, fueron objeto de una persecución con muchas víctimas, tal cual se vive hoy, con algunos desmovilizados de las FARC…

De esta desmovilización, también surgieron disidencias, que fueron  regresando a sus antiguas andanzas violentas o cogieron por el camino del paramilitarismo, de  la droga y de la minería ilegal, que manchan de sangre y de terror la geografía  nacional. La mayoría de los procesos de paz en Colombia, han resultado parcialmente exitosos; sus dificultades se han concentrado en poderlos consolidar de forma definitiva, por causas como: incumplimiento de lo pactado, problemas presupuestales, desgano político, inseguridades, falta de seguimiento y de continuidad en el tiempo de los programas acordados.

Ya es hora que desarmemos los espíritus, que seamos generosos con los que desean rehacer sus vidas, que les brindemos nuevas oportunidades para potenciarlos en lo personal, en su vida productiva y en la coherencia ideológica y política.

Un sistema democrático, si es justo, si actúa con equidad y de cara al pueblo, no le debe temer a nuevas vías y tendencias políticas e ideológicas.

Celebramos los 30 años desde la reinserción a la sociedad y a la vida democrática de los excombatientes del EPL, cuyos sobrevivientes le siguen apostando a la paz desde el sector privado como en el público y en lo político de manera exitosa.

Es bueno recordar el significativo mensaje enviado por el papa Francisco en las jornadas por la paz,  que bien puede aplicarse a Colombia: en muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia.