¿Por qué a veces huimos del esfuerzo, y otras veces ponemos un esfuerzo casi heroico?

Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net

Hay diversos motivos por los que ponemos un especial esfuerzo en ciertos asuntos de nuestra vida. En otros asuntos, en cambio, buscamos lo menos costoso, casi ni nos esforzamos.

Por ejemplo, hay quienes se esfuerzan a fondo en los estudios, o en el entrenamiento deportivo, o en terminar una tarea en la oficina.

Como también hay quien evita esfuerzos a la hora de levantarse, o ante ciertos arreglos que necesita la casa, o simplemente cuando toca salir de compras.

¿Por qué a veces huimos del esfuerzo, y otras veces ponemos un esfuerzo casi heroico? Una respuesta obvia nos lleva a reconocer que ponemos más esfuerzo allí donde hay un mayor interés.

Si una mejora académica o deportiva llega a ser relevante y amada, habrá esfuerzo, dedicación, sudores, sacrificios: la meta deseada impulsa a las personas a una mayor entrega.

En cambio, muchos reaccionan con apatía y desgana ante la exigencia burocrática de rellenar formularios largos y molestos, o ante la petición de un familiar de dedicarle un tiempo que no resulta para nada gratificante.

Por eso, al tomar decisiones, lo que resulta decisivo es el amor que mueve nuestros corazones. Si el amor es débil, o si un tema resulta molesto, el esfuerzo será escaso, a no ser que simplemente trabajemos para quitarnos cuanto antes un peso de encima.

Pero cuando el amor es sano, fuerte, sincero, somos capaces de esfuerzos sorprendentes: incluso nosotros mismos no acabamos de creer que íbamos a acometer con tanta energía esa tarea.

En el camino de la vida, resulta clave reconocer qué asuntos merecen nuestros mejores esfuerzos, y cómo invertir las capacidades interiores para aquello que valga la pena.

A veces se tratará de asuntos “sin trascendencia”, como cuando dedicamos una parte de la tarde a limpiar a fondo la cocina. Lo haremos con gusto si queremos el bienestar de todos en casa.

Otras veces se tratará de asuntos mucho más importantes, como cuando toca atender a un familiar enfermo que requiere ayuda física y, sobre todo, cariño que acompañe el esfuerzo al cuidarlo como se merece.

El esfuerzo decisivo será el que nos abre a Dios y a su misericordia, el que nos permite recibir su salvación. “Luchad por entrar por la puerta estrecha” (Lc 13,24a). “Esforzaos por ser hallados en paz ante Él, sin mancilla y sin tacha” (2Pe 3,14b).

Cada día, al tomar mis decisiones, puedo ver qué me pide Dios, qué requieren mis familiares y conocidos, qué ayuda puedo ofrecer a tantos necesitados. Solo entonces dedicaré lo mejor de mis esfuerzos para avanzar un poco en el camino del amor verdadero.