Por: Balmore González Mira

Recientemente, por eso que llamamos gajes del oficio, nos aprestamos a dictar una conferencia extensa a un grupo nutrido y diverso de servidores públicos en una localidad, encabezado por su Alcalde y secretarios de despacho y demás compañeros de labores de la municipalidad. Con cargos y profesiones de todos los matices, antes de entrar pasamos con una caja de cartón y previo pedirles que pusieran su teléfono celular en modo silencio o vibración los recogimos, como condición para empezar la exposición. Las reacciones en los rostros de los incrédulos asistentes que momentáneamente sintieron esa adicción llamada nomofobia, que  consiste en el miedo irracional a no tener el móvil o a estar incomunicado a Internet y que ha ido en aumento en los últimos años debido a la mayor facilidad de adquisición de smartphone y al auge de las redes sociales, fue la primera que se leyó en rostros, ojos y expresiones. La angustia fue mayor tras el anuncio de que sería una jornada de 4 horas sin parar para poder cumplir uno de los requisitos que exigía la norma a que estábamos dando aplicación.

Les explicamos cómo estaba demostrado que el uso del móvil en las conferencias o capacitaciones hacía que el auditorio perdiera más de un 30% de capacidad de aprendizaje  y bajaba los porcentajes de concentración del expositor. Inicialmente hubo hasta excusas de que de pronto se presentaba una emergencia y que el móvil era fundamental. Tras una pequeña discusión el alcalde entregó el suyo para alguien que no estaba en la conferencia y los demás se desprendieron de sus adorados celulares que fueron a parar a la caja de cartón que fue ubicada encima de una mesa a la vista de todos. Increíblemente hubo dos o tres personas que se negaron a deshacerse de sus móviles y hubo que ir a reclamarlos a lo largo de la exposición. Supe por alguien, que muchos se enojaron por la decisión. Era claro que había angustia en muchos por haberse desprendido unas horas de su compañero inseparable y de verdad había miradas de súplica hacia la caja donde estaban guardados los elementos de comunicación personal.

Al final se cumplió el cometido e hicimos algunas reflexiones dónde cabían las de que hubo asistentes que no podían concentrarse porque estaban pensando más en quien les habría escrito algo o llamado a su celular. Fueron cuatro horas eternas para muchos, pero al terminar el ejercicio hubo quienes en privado nos agradecieron por haberlos liberado 240 minutos de lo que puede ser una adicción o un tormento necesario. Hubo algunos más osados que nos felicitaron por haber iniciado este ejercicio en esta forma y por reflexionar sobre el gran daño que nos están haciendo los celulares, los cuales no dejamos ni para conducir y que se han convertido en los causantes de unos graves y fatales accidentes viales. Gracias a este ejercicio, habrá quien pueda pensar que en muchos casos, es mejor sin celular.

Get Outlook for Android