Por Iván de J. Guzmán López

A muchos periodistas nos da por ser, a veces, constructores de prospectiva política y social, y damos vida a escenarios posibles, creo (según debemos respeto a nuestra deontología periodística), pensando en el bienestar de la comunidad y en la supervivencia de una ética social, que preserve nuestra democracia y el bienestar general. 

Y recuerdo que en algún condumio amistoso (sin Tablet, eso sí), sosteníamos, ante la inminente llegada de Petro al poder, que este se mantendría en él (el poder) sólo si entendía que debía procurar un gobierno nacional, con participación de los distintos partidos y las distintas fuerzas sociales como aliadas, entendiendo que, ya electo, tendría que gobernar para Colombia, y pensando, y trabajando, por y para todos los colombianos.

Y efectivamente, así ocurrió. Estos primeros 9 meses, se jugó a trabajar con las bancadas, hasta la semana pasada, cuando sus propuestas reformistas desconocieron, en su esencia, las posturas partidistas de tres jefes de partidos, considerados aliados, claves y definitivos a la hora de ser votadas las reformas de facto.

En notas de la revista Semana,  “Gaviria y el trapo rojo fueron los primeros en distanciarse de la Casa de Nariño, y se anticiparon a la catástrofe política que desataría la reforma a la salud” puesta en hombros de la intransigente exministra Corcho; la cosa se fue poniendo de castaño a oscura: por los lados de La U, el Partido Conservador y el liberalismo, se rompió la luna de miel. Dilian Francisca Toro, Efraín Cepeda y Cesar Gaviria, los directores de esas colectividades, quisieron agotar todas las instancias, creerle al gobierno y, desde luego, a Carolina Corcho. La reforma a la salud de la hoy exministra Corcho, terminó convertida en el florero de Llorente que desató la peligrosa crisis política del gobierno de Gustavo Petro, aguando la leche y agregando ajenjo a la miel, prometidas y votadas.

La fractura estaba servida, desde la radicación de la ponencia el 31 de marzo pasado en la Comisión Séptima de la Cámara, con las firmas de los congresistas Camilo Ávila, del Partido de la U y Gerardo Yepes, del Conservador; luego aumentó la crisis. Las dos colectividades informaron que no tenían el visto bueno de los directivos de los partidos. Ese día quedó cantada la jugada bajo la mesa, del Gobierno central: pasar por encima de los directores de los partidos, tirar al carajo la ley de bancadas y buscar a cada congresista, voto a voto, los respaldos para la reforma a la salud.

Del Partido Liberal, la única congresista que votó de manera positiva fue María Eugenia Lopera Monsalve; fue la gota que derramó el vaso, pues su voto fue decisorio para la aprobación del informe de ponencia; esto, a pesar de las advertencias de sanciones que había hecho César Gaviria, líder de la bancada, horas antes para quienes votaran de manera positiva.

El proyecto de reforma a la salud se hundió definitivamente, y en su historial registra la huida vergonzosa del capitolio, minutos antes de la votación de la ponencia, de los representantes conservadores Gerardo Yepes y José Quevedo, y del congresista Camilo Ávila, del partido de La U, todos ellos jugando a complacer a Dios y al diablo.

Lo que sigue es lógico y peligroso para el gobierno Petro y para la democracia de Colombia: el rompimiento de la coalición de gobierno, y los partidos políticos tradicionales declarados en oposición. Y como consecuencia, la recomposición del gabinete, y la consiguiente salida de ministros que ofrecían alguna tranquilidad, como José Antonio Ocampo, el polo a tierra de la administración, la cabeza fría que mantenía la cordura económica y podía ser freno al gasto desmedido (aunque no pudo con la inquilina del helicóptero y la viajera al continente de sus ancestros), o Cecilia López, con capacidad de concertación y experiencia administrativa, entre otros, sumados a la salida previa de un catedrático y experto en salud, como Alejandro Gaviria Uribe.

Adicional, el nombramiento de un gabinete totalmente Petrista, que no ofrece garantías al país, porque el caudillismo no engendra buenos servidores públicos y sí, áulicos incondicionales, tal y como sucede en Venezuela. Y de contera, la amenaza  cierta de “concertar” con todos y cada uno de los parlamentarios, lo que lleva implícita un buena cantidad de costosa mermelada, cosa que enervaba, en años anteriores, a la izquierda que comandó Gustavo Petro en el Congreso, por espacio de veinte años. 

“De luto está la liberal bandera, porque ha muerto el general Herrera; y si lo anterior no fuera bastante, está gravemente enfermo el general Bustamante”, decían en la Bogotá pacata del primer cuarto del siglo XX: a estas circunstancias, súmele, amable lector, la descomposición social, ética y moral que sufre la sociedad colombiana. Las masacres en Colombia, lastran la paz total de este gobierno, con 94 ataques armados que han dejado más de 350 muertos; la percepción de inseguridad en todo el país es de un 70%; la fuga de capitales es inocultable; las empresas no quieren invertir, agobiadas por la incertidumbre y la inseguridad jurídica; los grupos armados responden con ataques a la propuesta de paz total, los grupos armados organizados e ilegales, se pelean con ferocidad los caminos de la droga y los territorios de producción y distribución.

El hambre está llegando a niveles inconcebibles: se sabe que el 25% de los bogotanos no tienen manera de consumir tres comidas diarias, e igual cosa ocurre en Medellín, Barranquilla, Cartagena, Cali o Buenaventura, donde pensábamos, sería la meca del vivir sabroso; no tenemos soberanía alimentaria, las alcaldías de Cali y Medellín, son las peores calificadas, fallidas y regresivas, fuentes de delincuencia en vez de educación y progreso; los municipios de Colombia, empezando por los de Antioquia, viven un fenómeno de empobrecimiento acelerado y negación rotunda y clara de oportunidades para los jóvenes.

Y como moño dorado, se empieza a dudar de si habrá o no elecciones, clara y constitucional oportunidad de cambio para cualquiera democracia en el mundo.

Con justa razón,  a nivel nacional, se está pensando en modelos federalista, en el entendido de un centralismo arcaico y empobrecedor.

Sin duda, vivimos circunstancias sociales, culturales, económicas y políticas harto graves. Circunstancias difíciles de resumir porque constituyen un largo etcétera de vientos, que, Dios no lo quiera, ¡amenazan ofrecer una feraz cosecha de tempestades!