Por: Balmore González Mira

 Por primera vez desde que escribo mis opiniones, pido multiplicar este relato, en el propósito que sirva de elemento de prevención y protección a la sociedad.

Esta semana conocí muy de cerca la impotencia de no poder actuar rápido y eficazmente contra un potencial delincuente en la ciudad de Medellín y lo que parecía demasiado fácil se convirtió en una frustración y rabia al dejar sin ninguna recriminación social al desadaptado de la siguiente historia.

Una estudiante de la facultad de derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana pidió a través de una de esas plataformas ilegales un vehículo particular para que la llevara ocho cuadras desde su casa hasta las instalaciones de la UPB y con ello ganar tiempo y ahorrarse el paso, tampoco muy seguro por toda la carrera 70. Siendo las 10 de la mañana del viernes  21 de abril llega el vehículo con el resentido social al volante pues en la aplicación era $5.000 la tarifa más económica. El aprendiz de agresor y potencial delincuente muy seguramente ofertó su servicio en esa tarifa y ya todo lo tenía fríamente calculado para darle comienzo al incómodo recorrido para la estudiante. Una vez entra al carro y como deben sentarse adelante,  el pobre infeliz comienza la diatriba de decirle que por eso este país estaba como estaba, por existir niñas como ella que estudian en una universidad de ricos, que dejara de ser elitista y que porqué pagaba sus estudios allá. No contento con ello con los dedos de la mano le tocaba con fuerza y rabia la cabeza y le decía que dejara de ser bruta que ahí solo estudiaban las clases elitistas. La desafortunada pasajera solo lo miraba atónita en silencio y los nervios apoderados no le permitieron defenderse, solo un semáforo en rojo le dio la oportunidad de tirarse del carro y salir corriendo en el riesgo de ser alcanzada por otro vehículo. Corrió y no tomó foto del vehículo ni de su placa, la única imagen que guarda es la de la cara del desadaptado social. Dos cuadras adelante encuentra e informa a la policía pero ya el potencial delincuente se había perdido entre el nutrido tráfico de la ciudad. Cómo el hp sabía lo que iba a hacer y  estaba haciendo, borró su servicio inmediatamente de las ilegales plataformas y mientras la agredida estudiante se recuperaba del nerviosismo causado por el agresor, no hubo forma de rastrear a la porquería que en esta ocasión estuvo a punto de pasar de la agresión verbal a la física.

Al llegar caminando a la UPB, la estudiante recibió la solidaridad de su docente y compañeros y allí afloraron historias parecidas, las que van desde estas,  hasta las de insinuación o agresión verbal y sexual para tantas niñas y jóvenes que utilizan estos servicios ilegales de transporte en la ciudad.

Por ello es absolutamente importante que las empresas de taxis de servicio público eduquen a quienes vayan a emplear, les capaciten en la importancia del buen trato a los usuarios y pasajeros y hasta una entrevista de perfil sicológico deberían exigir, para volver a recuperar la confianza en los denominados taxis amarillos. Que se preocupen por tener aseados sus carros y bien presentados a sus conductores, pues al fin y al cabo ese es su trabajo.

Las conclusiones que quedan del peligro de estas plataformas, además de que no tienen los documentos en regla y en un accidente un vehículo de estos no podrá responder, como sí tienen cobertura con pólizas los taxis legales, es que cualquier delincuente premeditadamente puede ofertar servicios haciendo más fácil la consecución de sus víctimas.

Hay que pedir taxis amarillos desde las aplicaciones o a los acopios para seguridad de estas niñas que muchas veces son incapaces de defenderse y con ello minimizar los riesgos de que sean agredidas o al menos poder identificar a los posibles agresores.

 Por primera vez desde que escribo mis opiniones, pido multiplicar este relato, en el propósito que sirva de elemento de prevención y protección a la sociedad.