Por Balmore González Mira

La primera condición que debe  cumplir un servidor público para cualquier cargo al que aspire, sea por concurso, libre nombramiento o por elección popular es querer hacer lo que está como su función en el mismo. Si no hay deseo, pasión y amor por lo que se hace, desaparece la mística, la buena atención y el placer de servir. Muchos de los cargos son proveídos por necesidad, unos, por rosca otros y por vanidad aquellos,  y ahí es donde quienes llegan a los mismos son funcionarios sin el suficiente calor humano para realizar sus labores con amabilidad y diligencia frente a los usuarios que los requieren y necesitan.

Son muchos los casos en cargos de carrera, donde los servidores manifiestan desvergonzadamente que les da lo mismo hacer o no hacer pues ellos tienen esa condición y nadie los sacará de su puesto; mal atienden a los ciudadanos y en muchas ocasiones son ofensivos con sus compañeros y superiores. Otro caso se presenta en los provisionales cuando solo están de paso o como ellos mismos advierten, están escampando mientras aparece algo mejor. En los de libre nombramiento y remoción también se presentan algunos casos como el del maltrato a los subalternos o de no cumplir con sus labores por ser amigos del nominador y este, quién los nombra para que le ayude, sale más perjudicado porque los resultados están siendo peores de lo esperado y lo único que logran es hacer quedar mal a su jefe.  Todos ellos son servidores que llegan tarde y se van temprano, jamás cumplen un horario, sacan excusa a todo y permiso para todo, se les nota con pereza de ir a las comunidades y si lo hacen, muchas veces es por disfrutar un viático o  un compensatorio.  

Están obviamente los que llegan a cargos por elección popular por accidente, porque los ponen ahí o porque sus ambiciones desmedidas de poder y dinero los lleva al mismo. Se comportan por lo general mal, están envueltos en escándalos públicos, no saben qué hacer en el cargo, pasan sin pena ni gloria y llegan a la galería de los arriba mencionados, a quienes podemos calificar como servidores públicos sin alma para el ejercicio del cargo.

El servicio público requiere conocimiento, amabilidad, concertación, cariño, disposición, disponibilidad y por sobre todo amor por lo que se hace. El verdadero servidor siempre está abierto a escuchar, a solucionar, a mejorar y sobre todo a servir y ser diligente, como el médico en urgencias, a atender con premura al usuario.

Es hora de reformar todo lo que tiene que ver con la carrera administrativa y las provisionalidades, no es posible que un mal servidor tenga que ser calificado con excelencia, no es posible que los superiores todo un año se quejen de un subalterno en carrera y al calificarlo su puntaje sea diferente. El servicio público debe calificarse por tareas y por la buena y diligente atención al ciudadano.

Siempre nos han puesto como espejo para el servicio público a la empresa privada, por su diligencia, su afán de atender al público y por sus resultados, si solo pensáramos en dos aspectos que los hace diferentes y que imitarlos sería suficiente, muchas cosas funcionarían bien para el estado, que allá se mide al empleado por resultados y se prescinde fácilmente de él cuando no los cumple o cuando atiende mal al cliente.