Por:  IVÁN  ECHEVERRI  VALENCIA

Los pueblos indígenas poseen una enorme riqueza; nos enseñan el respeto por todas las formas de vida; aportan sabiduría, traen del pasado formatos culturales y herencias, que son ejemplo para la supervivencia de la humanidad.

El origen de  la población  colombiana es indígena. El censo de población y vivienda del año 2018, señala que un 1.905.617 son indígenas que equivale a un 4.4 % de la población; son propietarios de más de 33 millones de hectáreas; se encuentran asentados en 115 pueblos indígenas en 31 departamentos del país, de los cuales 68 están en riego de exterminio.

Los pueblos indígenas no han sido ajenos al derramamiento de sangre y a la violencia que ha existido en nuestro territorio. La violencia contra ellos data desde la primera llegada de Cristóbal Colón América en 1492, prosiguió en  la época de la conquista hasta nuestros días al convertirse en una de las víctimas del conflicto armado interno, en la lucha por la tierra, por el narcotráfico, el paramilitarismo, las bandas criminales y hasta del mismo Estado.

Las comunidades ancestrales, además de padecer el exterminio, son víctima de la destrucción de su cultura, de sus historias, de su dialectos, de sus creencias y, han sido afectados en su naturaleza y medio ambiente por actividades mineras, de expansión agrícola, ganadera, por la deforestación y los continuos incendios a que son sometidos sus territorios por parte de manos criminales.

En nuestro país todavía es un deshonor reconocer nuestras raíces indígenas; los miramos de manera despectiva y como bichos raros; somos excluyentes; el trato es casi colonial e irrespetuoso a causa de un racismo  infundado por una  educación mal impartida.

La minga indígena que pretendía tener un diálogo directo con el presidente de la república como en otras ocasiones había ocurrido, tenía como propósitos el de defender la vida contemplado en el artículo 11 de la Carta Política; la exigencia del cumplimiento de los acuerdos de paz, con base en el artículo 22 de la misma Constitución que expresa: La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. También pretendían solicitar protección por las constantes amenazas de que son víctimas por diversos actores armados, las desapariciones, violaciones, hurtos y desarraigos.

Observando las serias peticiones, que no eran cosa de otro mundo ni inalcanzables sino fundadas en la misma Constitución, artículo 23 dentro del capítulo de los derechos fundamentales la cual establece que toda persona tiene derecho a presentar peticiones respetuosas a las autoridades por motivos de interés general o particular y a obtener una pronta respuesta.

Si bien el gobierno envió al departamento del Cauca una comisión esta no fue de buen recibo por la minga porque su interés era el de tener un diálogo directo con el jefe de Estado y no por terceras personas, que a pesar de sus buenas intenciones, en la mayoría de los casos no resuelven nada. Razón que movió a la minga a movilizar más de 8.000 indígenas hacía la capital de la república en forma pacífica.

Esta movilización fue cuestionada y se trató de estigmatizarla por algunos servidores del gobierno y sus congresistas a fines, se les acusó infundadamente de estar infiltradas por las guerrillas y cuando esto no hizo carrera, manifestaron que se trataba de un acto politiquero de algunos activistas de la oposición con fines electoreros.

Ni lo uno ni lo otro ocurrió, la minga se desarrolló en completa normalidad, con un civismo sin igual, se ganó toda la admiración del pueblo colombiano y de la comunidad internacional; fueron noticia a nivel mundial.

A pesar de no haber sido recibido por el primer mandatario, la minga cumplió con sus objetivos de hacerle un juicio político ante miles de personas en la Plaza de Bolívar, corazón de Bogotá y, de que el mundo entero se diera cuenta por las inmensas dificultades por las que atraviesan para preservar la vida, sus identidades, sus culturas y territorios.

La “jugadita” gubernamental de no recibir ni escuchar  a nuestros  indígenas, fue interpretada como un desprecio y una incapacidad para atender sus justas y razonables peticiones fundamentadas en la Constitución Nacional. Este acto inamistoso del gobierno lo llevo a pecar y a posar de ciego, sordo e indolente ante los reclamos sociales, económicos y de la consolidación de la paz, que hoy piden a gritos no solo los indígenas sino también los ciudadanos en toda la geografía nacional.

Los grandes ganadores de este pulso resultaron siendo los pueblos indígenas, que con independencia, con dignidad, orden; de manera pacífica y alegre se hicieron sentir no solo a  nivel territorial y nacional sino internacionalmente, hoy gozan de reconocimiento, de  admiración,  respeto y de toda la  solidaridad.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Nuestros indígenas las diversas etnias; son sabios ancestrales, sus concepciones del mundo han conformado nuestra historia y señalado cuál debe ser  nuestro futuro. Despreciarlos o ignorarlos es un acto de arrogancia política.