Por Iván de J. Guzmán López

El miércoles 2 de marzo, falleció Carmen Ligia Martínez Betancur, la Yiya de Nacho, nuestra colega periodista, mi paisana. Venía padeciendo, de tiempo atrás, una penosa enfermedad que a todos “nos tenía en ascuas”, como decía mi abuela.

El domingo 27 de febrero, vía whatsapp, nos escribió Nacho: “A TODOS LOS GRANDES AMIGOS DE LA FAMILIA. La Yiya está en camino de despedida de este  mundo acá en casa. Tengo una hp tristeza y rabia. Toda la familia rodeándola. Tengo una putería. Las últimas dos semanas muy tristes”. “Nacho -le respondí: Un abrazo. La vida, a veces, se torna muy difícil. Ya lo viví, con el fallecimiento de mi madre”.

El lunes 28 de febrero, escribió a sus amigos: “Para todos los amigos de la Yiya y de la familia. Reporte del estado de salud. Por el lado del tratamiento  oncológico ya no hay nada que hacer. El camino a seguir es el tratamiento de  cuidados paliativos para que la Yiya no sufra. Ella se encuentra en cama y junto al hijo Luis Miguel y a toda la familia Martínez B., optamos por no sacarla de la casa. Pero urge lo paliativo. Le estamos solicitando a la Clínica Las Américas que originen la orden para agilizar el trámite con la Nueva EPS. Ahí está el atranque. Obviamente queda la opción particular.

Luego nos dijo: “Otra mañana y Yiya y yo, sólo acompañados por la dulce enfermera Mary Luz, despertamos a la esperanza. Ella calladita en su lecho y yo viéndola y llamándola. Hola Yiya”. Y más tarde, en la noche: “Mi Yiya muy mal, muy mal  está noche”.

A las 9:17 p.m., nos dijo: “De verdad que un ser humano tan maravilloso como la Yiya esté afrontando un final tan terrible de una mundanal vivencia en la cual no molestó a nadie, a nadie. ¡Qué injusticia! Qué putería”.

Al siguiente día, nos escribió: “A la 1:32 am del martes 2  de marzo de este 2022  falleció mi Yiya. Me acompañó  43 años. Descansó de un día lunes terrible y tras luchar y luchar contra ese cáncer durante 3 años”.

El miércoles 2 de marzo, Nacho sacó fuerzas de su amor a la Yiya, y escribió en su portal una larga crónica de agradecimiento y despedida, justamente titulada La maravillosa Yiya, crónica llena de reconocimiento y amor a un ser que, como en los amores más apasionado del mundo y en las cartas más líricas y amorosas de eso grandes personajes que tanto admiramos por sus obras  o por su lectura, se lo merecen todo. El obituario, dice:

“Las familias Mejía Martínez, Mejía Duque y Martínez Betancur, y el portal digital Panoramapolitico.co están de luto por el fallecimiento de la esposa, madre, hermana y socia fundadora la comunicadora social periodista Carmen Ligia Martínez Betancur. Esta es una crónica de su vida y de agradecimiento a las personas que la quisieron tanto.       

Cuando había cumplido con esfuerzo, seriedad y entrega casi todas sus metas de vida, y estaba pletórica de seguir caminando su tercera edad, la existencia y los proyectos de acompañarnos ambos en la vejez jubilados del periodismo, comenzaron a derrumbarse por la aparición del cáncer.

Carmen Ligia Martínez Betancur, Illa para su familia y Yiya para mí, protagonizó una crónica de vida en la que fue inmensamente feliz de joven en los vibrantes, frenéticos y cambiantes años 60 y 70.

Contribuyó con su espíritu cordial y amable, que siempre la acompañarían en toda su existencia, a ser factor de integración, de unidad, fraternidad y conciliación entre sus hermanos y gran ayuda de su madre doña Ligia en la conducción de una familia maravillosa, mientras don Jorge desde su Liborina del alma que nunca abandonó, cumplía con su deber de padre y de gran señor, atendiendo el almacén pueblerino que sostuvo la economía familiar a la distancia.

Los viajes y paseos a Liborina fueron un acontecimiento familiar a mitad o a finales de cada año escolar de su primaria y secundaria con algunos altibajos por su salud debido a dos extraños paludismos que la azotaron  y a la incomprensión exagerada de las educadoras de La Presentación, pero estudios que culminó con la enorme expectativa de su futuro universitario que concretó con el competido paso a la U de A de una generación de jóvenes antioqueños impactados por los maravillosos cambios en las tendencias mundiales de la ciencia, la política, la cultura, la música, la moda en lo que siempre fue muy moderna, hermosa y femenina que fue uno de los detalles, junto a su afable y dulce carácter, lo que me fue uniendo a ella.

 Aunque éramos vecinos de barrio, en la recordada carrera 90 en el Danubio Niza, fueron precisamente los pasillos de la U. de A., los que nos conectó definitivamente y por toda la vida, hasta esta triste y dolorosa despedida que me está afectando mucho y a muchos otros seres cercanos que aún no salimos del terrible asombro injusto de cómo esa malanga cancerosa nos arrebata a una mujer maravillosa, como en forma muy acertada la catalogó estos días su acongojado hermano Luis Carlos, impotente viéndola en su lecho, enfermita pero batallando por su vida.

Las calles de La América, los buses de Circular, las cafeterías de la U y sus jardineras y zona deportiva, los cines Odeón y Capri de la 80, La Fania y la salsita, las baladas de Sandro, el pollo de Kokorico y las hamburguesas del Oeste cuando había platica y la alcahuetería de Colombia y don Guille, mis padres, que la amaron desde que ingresó a mi vida, nos ennoviaron para siempre.

Y como no podía faltar, fueron las épocas de las eternas discusiones entre lo material y lo espiritual, que ella sorteó muy fácil, pues defendió y sustentó sus valores y herencias católicas familiares, en lo que nunca hubo ningún problema, porque como liberal y libertario pluralista respeté sus creencias y con ella asistimos tanto a lo laico como a lo religioso. Del doctor Guillermo Mejía aprendí el fascinante mundo de las religiones, los credos y las iglesias en el mundo, al tiempo que políticamente Carmen y yo convivimos fraternamente nuestras posturas. En eso ella nunca tranzó con nadie y respetó a todo el mundo. La familia profundamente católica de los amables Pérez Berrío son testigos de nuestro pluralismo y a la Yiya le encantaba las veladas espirituales, musicales y las fabulosas comilonas opíparas de los Pérez.

Fueron 14 años de noviazgo durante los cuales nos convertimos ella en comunicadora y yo ya había dado el paso años antes al periodismo, profesión que junto a la Yiya fueron dos determinantes que cambiaron y orientaron mi vida alocada y sin rumbo. Gracias Yiya. Te la debo, me salvaste.

El próximo año íbamos a cumplir 30 años de matrimonio con todos los ingredientes de dos personas distintas, que fue precisamente lo que más nos unió y nos ayudó en la convivencia. Ella fue la directora de orquesta del hogar, la que tomaba las decisiones internas y por ella nos metimos en las deudas acostumbradas para la adquisición del apartamento gracias a la generosidad de la política y del doctor Gonzalo Gaviria Correa y de su hermana Toya quienes desde Corvide nos dieron una mano y por eso el apartamento 215 del bloque Uno de la pública urbanización Plaza Linares fue el escenario, epicentro, sede, nicho, nido y eje lugareño de nuestra relación matrimonial. Allí vivimos los mejores momentos y también los altibajos de una relación de pareja, que no fueron nunca significativos para romper un vínculo que nos unió. Yo siempre fui el hombre de ella y mi Yiya mi compañera. Eso siempre estuvo claro, incluso para inmensas amigas de las cuales también logré un gran cariño y aprecio. Con convicción siempre fui un defensor de la mujer mucho antes de que las luchas por sus derechos e igualdad en el mundo moderno cogieran el justo auge que hoy se merece como tema mundial en todas las sociedades.

A Yiya siempre le gustó trabajar, y lo teníamos que hacer para sobrevivir. Yo siempre patrociné y contribuí a su mundo laboral.

Con algún susto, pero decidida se separó de su hogar, en el que tenía una férrea relación con su mamá doña Ligia, y se fue sola a trabajar a Rionegro, a su alcaldía, gracias a otro recordado amigo y colega de la vida que se nos adelantó, el Negro Atehortúa, y al visto bueno de los alcaldes Jorge Alberto Urrea y Rubén Darío Quintero, a quienes también quiero agradecer por la forma diligente como me la atendieron y quisieron.

Rionegro y después Bello fueron definitivos en la existencia de Yiya.

Con ambas sociedades quedaron férreas y estrechas conexiones. Rionegro nos regaló una de las mejores amistades: Diego Botero, quien igual que yo y Luis Miguel está sufriendo todo lo inesperadamente ocurrido por los daños del cáncer en el delicado y hermoso cuerpo de la Yiya.

Yiya y Diego se quisieron como grandes amigos desde el primer momento en que se conocieron, son múltiples las historias, las ocurrencias y las anécdotas de esa amistad, que perdurará en la eternidad, y de todo lo cual yo fui testigo y el más beneficiado. Qué señor es Diego, gracias mi hermano.

Bello fue otro cuento y pese al muy politizado cargo de ella como jefe de Comunicaciones de su Concejo Municipal, logró por su forma de ser cálida y responsable y a mi orientación y apoyo laborar durante 24 años hasta su jubilación. Gracias a los inmensos amigos bellanitas, tantas y tantas personas que es imposible mencionar. Pero permitan una venia y solo mencionar a otro Diego, pero Molina. Gracias por cuidármela.

Capítulo especial y aparte es nuestro hijo Luis Miguel y la familia Martínez Betancur.

Luismi fue lo más sublime de la Yiya, lo amó con todas sus fuerzas y en su lecho de enferma la sentíamos llorar porque lo iba a dejar solo, pero supe por mi hermana que estaba feliz por sus realizaciones académicas, profesionales y laborales y porque lo dejaba casado. Miguel fue todo para ella y fueron grandes confidentes y amigos. Gracias hijo por hacerla tan feliz. Y no sé qué decir del desconsuelo que debe estar enfrentando su semihija Julia. Sólo te reitero hoy todo lo que te quería.       

Especial reconocimiento a los hermanos Martínez Betancur. A Iván, a Toya, a su querida Cristina, la colaboración de Margara, a Jito al que le ha dado muy duro este suceso y a Luis Carlos, agradecimiento extensivo a Alfredo y a Edgar. Qué paseos nos dimos con la Yiya a las memorables y descansadas playas del Morrosquillo colombiano donde ella fue infinitamente feliz.

Y también a la médica familiar Carmen Helena, quien ayudó a prolongarle la vida en medio de tanta tristeza que nos causó esa maldita patología que acabó con mi Yiya. En mi corazón también están Maribel y María Elena.

Pero además otro capítulo muy reservado y súper especial para mi hermana Luz Miriam, ayuda permanente en este duro trance y amiga constante de la Yiya, quien en los últimos meses de vida le develó y confió tantos episodios y secretos que iremos contando en medio de la amargura de su ausencia.

Podría mencionar a tantos amigos que la quisieron, a Luis Carlos y Eugenia y toda su familia, al Marqués y a Morales, a Jairo León, al Flaquito Mejía, a Eugenio Prieto, a Nico Echeverry, Carlos A. Trujillo, Germán Blanco, Albeiro Valencia, mi amigazo Carlos Franco, la familia Gaviria Correa, a Luz María, Carmen Vásquez, César Pérez Berrío, Fernando Vera, Guillermo Mejía, Laura Arias, quien donó parte de su hermoso cabello para la peluca de Carmen, Adrianita Moncada y a muchos amigos en la política y en el periodismo. Y el matrimonio de Luismi con la encantadora Natalia nos regaló la agradable unión a la familia Chávez Ramírez que alegró en el alma a mi Yiya y que batallaron por la vía espiritual por su salud. Pero dejemos aquí para exclamar a todo pulmón gracias y eternamente mi maravillosa Yiya y socia. Qué injusticia su terrible muerte. Te amaré siempre. Y perdóname porque la que debía estar aquí hablando eras tú, Yiya y no yo”.

Hermoso texto, este apreciado colega y amigo Nacho, que te sirvió de discurso necrológico para despedir finalmente a tu Yiya, a mi colega periodista, a mi paisana, Carmen Ligia Martínez Betancur, el Jueves 3 de Marzo de 2022, en la querida parroquia de  San Clemente, del Barrio Los Colores, atrás de nuestro recordado Periódico El Mundo.

Tu historia de amor, Nacho, es como esas epopeyas del alma, que por ser de alma, no tienen olvido. Es como esos cantos al amor, que ni la muerte los ahoga, es como esos silencios donde las cosas bellas florecen, y ni el invierno mismo los puede doblegar.

Ese dolor tuyo, tan íntimo y tan fiero, casi incomprensible a los hombres que creemos en el mandato divino del amor, me hace recordar al querido y viejo estandarte de la literatura antioqueña, Epifanio Mejía, cuando nos cuenta, seguro con llanto en el alma, esa metáfora de amor, de vida y de muerte, que es su poema sublime, La Tórtola: 

“Joven aún entre las verdes ramas

de secas pajas fabricó su nido;

la vio la noche calentar sus huevos;

la vio la aurora acariciar sus hijos.

Batió sus alas y cruzó el espacio,

buscó alimento en los lejanos riscos;

trajo de frutas la garganta llena

y con arrullos despertó a sus hijos.

El cazador la contempló dichosa…

¡y sin embargo disparó su tiro!

Ella, la pobre, en su agonía de muerte

abrió sus alas y cubrió a sus hijos.

Toda la noche la pasó gimiendo

su compañero en el laurel vecino…

cuando la aurora apareció en el cielo

bañó de perlas el hogar ya frío.

¡Cómo nos duele la partida de tu Yiya, Nacho!, porque el dolor del amigo, duele, y el del colega y el del cuasi paisano que gozo de juventud y de amor, bajo ese mismo sol y esa misma luna que iluminaban las 6 calles y las 4 carreras de un pueblo luminoso y tibio que los dos amamos y que llamamos Liborina.

El cazador (¿la vida?, ¿la muerte?) la contempló dichosa…

¡Y sin embargo disparó su tiro!

Querido Nacho: Aférrate a tu Luis Miguel, alimenta el recuerdo de tu Yiya; porque la vida sigue…