RECONOCIMIENTO A UN PROHOMBRE EJEMPLAR: MÉDICO JAIME ALBERTO ZAPATA CANO

Las virtudes excepcionales de un ser humano, al servicio de la sociedad, merecen todo reconocimiento y gratitud, con devoción y amor, por parte del pueblo que así lo reconoce. ¡A todo Señor… todo Honor!

Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Agradecido y con profundo sentido humano, desde mi infinita pequeñez, me atrevo, hoy, a hablar de la personalidad, carácter y méritos indiscutibles del prohombre y epónimo médico de mi entrañable Venecia: Jaime Alberto Zapata Cano, paladín del desarrollo integral y progreso creciente en los ámbitos de la salud, la cultura, el arte, la historia, la educación y la espiritualidad de nuestro pueblo.  Sus virtudes humanas y profesionales vuelan, con vuelo eterno, por todos los aires de mi tierra en fantásticas notas musicales y coruscantes colores.

Más que justo ha sido el reconocimiento que se le tiene preparado, por fina atención de la Administración Municipal, a este creador de la cultura y salvador de vidas desde su humildad humana, pero con rigor científico y profunda sensibilidad social.  Jaime Alberto Zapara Cano es dueño de nuestros afectos como los padres, como sus coterráneos, como los hijos, como un retazo de bandera o como un jirón de nuestro himno veneciano que canta a su libertad, a sus hijos, a la alegría, a la esperanza y a la paz.

En su larga trayectoria ha sido glorioso investigador de las canteras del sentimiento popular, en donde se encuentra la esencia de la antioqueñidad.  Todas sus significativas obras sociales de la salud, del arte y la pintura, de la cultura, la historia, la educación y la espiritualidad han sido extraídas de la riqueza montañera y urbana de nuestra amada Venecia; su fino gusto musical lo ha extendido al tiple quisquilloso y querendón en las tertulias de su juventud y la amistad; sus talentos artísticos los sabe aplicar desde las toldas de arrieros, de las intimidades de los carrieles campesinos, del choque de las copas amigueras, de las procesiones del Santo Sepulcro y de los libros y bibliotecas, de todo lo que forma el alma de la montaña sagrada de Cerro Tusa.

 En su espiritualidad y rigurosa formación profesional como médico, palpita su corazón por todos los venecianos con todos sus vahos emocionales: el vaho de la angustia popular, el de la desesperanza de los enfermos y el ansia de rebelión y perfeccionamiento de la clase expósita, el vaho del suspiro de la gente cuando todavía es puro, dramático, humano y espontáneo porque su voz aún no ha silbado en la garganta de los especuladores políticos del pueblo; el vaho del trabajo que nace del surco de la medicina y que trepa hasta las potentes clínicas, pasando por los oscuros socavones mineros en donde antes que morir le inyecta vida al alma de mis coterráneos.

El vaho académico del estudioso de la historia de mi pueblo que con su narrativa prende luceros en su mente y en la nueva generación que se levanta; el vaho del artista que florece en creaciones culturales y el parrandero feliz y alegre que supo amanecer tertuliando con las notas musicales de tiples y guitarras.  En él encontramos un referente significativamente humano y, con quien podemos hablar en perfecta cercanía y en recordación vehemente de nuestros viejos patricios de decidores labios, energía sin fin, pecho amoroso y pupila encendida como el rayo para quienes todo les fue posible y hacedero para construir la Venecia que soñamos.

Por sus principios de integridad a toda prueba, y dotación de pulcros sentimientos desfilan en procesión de música y colores aquellos “viejos recuerdos de ruana callejera, de campesinos cuando rezaban por la suerte de los sembrados, y a veces, en las noches de jolgorio lo vi cantar y degustar con músicos y trovadores en la fonda veneciana, la que hoy llamamos: el Encanto”.  Nadie mejor que este prohombre de mi entrañable Venecia encarna lo que es nuestra raza de indomables maravillas en los escenarios de la salud física y mental, el arte hecho realidad, la educación, la historia, la civilidad y la cultura como columnas básicas para las nuevas generaciones.  Su servicio social como médico y sus venas abiertas hacia la solidaridad y la empatía no son hechos para satisfacer los gustos estrafalarios de millonarios vacuos.  Su rigurosidad científica, profesional, su vocacionalidad artística, cultural y humanística es de exquisita magnificencia que, gracias a Dios, sólo pueden admirar los no contaminados del egoísmo pernicioso, la corrupción, la codicia y la envidia nauseabunda que quiere hacer creer que el ruido del dinero es música y cultura, o que unos sacos de plástico rellenos de paja tirados en el suelo, o un rin de automóvil pegado a una tabla son una obra de arte.  Obras sociales todas, que distinguen a este prohombre, en la dimensión humana son ajenas al cemento indiferente porque su sentido humano, humilde y sencillo hacen en el Doctor Zapata: un prohombre de virtudes que cantan bondad, tranquilidad, decencia, prudencia, libertad y servicio pulcro y transparente en el sano ejercicio de salvar vidas a la gente.

La inspiración que en Jaime Alberto abruma, ha hecho que toda su patria chica se encuentre impregnada de sus notas solidarias y servicios profesionales, arropados en la más estricta integridad ética y moral, y de sus méritos para que, en este día de su homenaje, haya júbilo loco en nuestros corazones y esté su alma y, la de su familia, vuelta un cascabel de emoción como azotada por un huracán de tiples montañeros.

Médico Jaime Alberto Zapata Cano: en nombre de mi familia Pérez Rojas, hoy, hubiese querido ser un poeta, como algunos de mis coterráneos, y desde la montaña sagrada expresarle con devoción y amor unas palabras, para que “de rodillas me escucharan mi padre y mi madre que tanto lo amaban”.

Apreciados coterráneos: todo el que siente a mi entrañable Venecia con hondura, debe hincar su alma ante la egregia bondad, personalidad, espíritu de gratitud, nobleza moral y reconocimiento a este prohombre y médico ejemplar de nuestra tierra.  ¡A todo Señor… todo Honor!

 

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                                  Medellín, abril 27 de 2022