Escrito por: Briseida Sánchez Castaño.

Ayer me desperté a media noche un poco agitada, regresaba  de un sueño en el que por azar caía a mis manos una decisión colosal, tenía que elegir entre dos destinos, el primero, morir hoy, ahora, en este momento y con esa muerte mía  garantizaría que la especie humana continuaría por miles de millones de años más, y el segundo, entre morir dentro de cincuenta años, aunque eso significara que  la especie tendría su fin, justo cuando yo muriera; desde ese día me he estado preguntando si el ser humano ha pensado alguna vez como especie, si a cada uno de nosotros le importa verdaderamente que se conserve la civilización humana,  si nuestra conciencia  alcanza  a pensar a tan a largo plazo o si  solo consigue tener presente una sola vida, esta, la propia, la de ahora,  la de cada uno,  la que experimentamos momento a momento, esta donde el corazón late sin parar y con un rumbo fijo que es la muerte, esta que golpea nuestro pecho siempre. Creo que la representación que tuve en mi sueño fue a causa del carro robotizado que acaba de poner la especie terrícola en Marte, unos ojos humanos dispuestos allá en ese planeta rojo, queriendo saber de dónde venimos, deseando llenar los huequitos que hay en el universo, aspirando a completar un rompecabezas, el más difícil de todos, anhelando saber cuál es el verdadero origen, pero también necesitando conocer el destino que tendremos; descubrir por fin como fue ese  primer día y cómo será el último;  y cuando miro que la humanidad es capaz de poner ese interrogante a caminar por el cosmos desconocido, yendo sin ir verdaderamente, mandando solo unos ojitos  a lugares inhóspitos sin exponer la fragilidad de un cuerpo humano diminuto y quebradizo como el nuestro que no resistiría esos viajes por el oscuro y temible cosmos; entonces me digo a mi misma que quizá el ser humano está pensando en la especie,  porque sabe que este azar que se dio en un momento dado, que  permitió el inicio de todo, podría no volver a repetirse, y porque entiende que  descubrir el origen y la terminación, significa  develar el misterio y con él la posibilidad de poder estar un tiempo más largo aquí  para  poder acercarnos a la verdadera causa de nuestra existencia. Cuando desperté del sueño me di cuenta que mi inconsciente había decidido morir dentro de cincuenta años aunque me llevara a toda la serie  humana conmigo y desde esa noche miro a la civilización con más compasión, porque no tenemos  una fuerza más grande que la que nos cabe dentro de una vida, y esa potencia solo alcanza para pensar en la vida propia que trascurre dentro de uno, pero no alcanza para pensar en la de la especie,  es difícil dar la vida por la especie, porque lo único que genuinamente nos asusta  es tenernos que morir alguna vez y abandonar para siempre la conciencia de sentirnos aquí, vivos, despiertos, con este ánimo vital que reconoce que no tenemos más punto de llegada que el apagamiento total de uno mismo, pero que aun así y a pesar de todo rogamos por cincuenta añitos más, aunque el precio de eso sea la finitud de la especie.