Por Iván de J. Guzmán López

Ya es habitual, en esta campaña hacia la presidencia, que algunos de los candidatos, entre ellos Gustavo Petro, invoque el término “progresista”. En realidad, muy pocos tienen claro  a qué hace referencia la citada denominación.

Según algunos teóricos, el progresismo es una ideología política enmarcada dentro de la izquierda. Sus principales postulados son la igualdad, la defensa de las libertades personales y la intervención económica. Dentro de él se encuentran otras ideologías políticas, como la social democracia (una disidencia del marxismo que rechaza la lucha de clases y opta por la toma del poder mediante la vía electoral), o el socialismo democrático (organización social y económico basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales, y la distribución de los bienes).

En pocas palabras, el progresismo, aunque parezca redundante, aboga por el “progreso”. Pero no el progreso, en el sentido de la libertad de pensamiento, del bienestar económico y social y tampoco de las libertades. Bajo el paradigma izquierdista, el tal progreso “se considera como el avance hacia la igualdad económica y social, y la legalización de numerosos derechos prohibidos o muy restringidos. Ejemplos de ello, pueden ser la legalización del aborto, de la eutanasia o la despenalización del consumo de drogas”. Aquí quedan huecos postulados como el esfuerzo, la competitividad, el afán de superación, la propiedad privada y hasta la libertad de pensamiento.

Entendido así, el pensamiento progresista (en muchos países del mundo se conoce con el apócope de “progre”), es la ideología opuesta al conservadurismo, denominado peyorativamente como “la derecha. Es decir, se encuentran en posiciones enfrentadas, lo que lleva a colegir a muchos críticos de la política colombiana que estamos, en estas elecciones, ante un dilema peligroso y polarizador: izquierda vs derecha. Los progresistas no están en el mismo costal. En el mejor de los casos, estos progres, se sitúan en posiciones socialdemócratas, más cercanas al capitalismo; y si buscan una intervención y nacionalización de los medios de producción, estamos hablando de una franca posición de izquierda, al estilo de las izquierdas fallidas de Venezuela, Nicaragua,  Cuba, Brasil o Argentina, sin citar otros casos lamentables, en el mundo entero.

El asunto es que, disfrazada en el lema de gran aprovisionador de las libertades personales y defensor abierto de la  intervención estatal en la economía como mecanismo armonizador y regulador “para paliar las desigualdades existentes”, esta doctrina llega al extremo de predicar y  limitar peligrosamente la libertad económica.

Por otro lado, nos encontramos inmersos en una democracia que (debemos reconocerlo) está dejando fisuras peligrosas que como un cáncer, se está convirtiendo en carnívora; que se está auto consumiendo, porque ya no soporta tanta corrupción y tanto corrupto en el poder; porque no soporta que los intereses mezquinos de unos poco, impida a toda costa (aún de vidas humanas) las reformas sustanciales y de fondo que el país necesita y reclama. Porque su congreso está lleno de ricos en los bancos, pero pobres a la hora de trabajar por las comunidades.

Este discurso, que no lo hemos inventado en los escritorios, y que parece discurso de populistas trasnochados, es real. Es bandera de progresistas criollos y foráneos. Hoy, esos populistas se autoproclaman salvadores, se declaran progres, y los jóvenes estupefactos ante la realidad, los que sufren de una democracia llena de manquedades, se alinean con facilidad extrema al mesías de turno, a tal punto que jefes y conmilitones se frotan las manos mientras consumen whisky en los clubes nocturnos. Y lo más triste, hasta personas adultas, que han sufrido una democracia imperfecta por años, está buscando acomodo en esa izquierda que representan los progres, una opción postrera de vida.

  1. Gordon Liddy, un prestigioso abogado estadounidense, definía a los progresistas, como: “aquellos que se siente profundamente en deuda con el prójimo y proponen saldar esa deuda con el dinero de otros, nunca con el suyo”.

Por su parte, Tom Wolfe, que los llama “radical chic”, consideraba que los progres hacen parte de ese grupo que  “quiere revestir una postura de izquierda más que mostrar una verdadera convicción política por la misma. Su comportamiento refleja más una idea de ganar prestigio social o incluso de limpiar culpas que una auténtica creencia en dichas ideas. 

La información sobre estos temas ha de servirnos para tratar de votar por “el mejor” y preservar la democracia a toda costa.  Con el compromiso, eso sí, de mejorar nuestra democracia, para que verdaderamente, ella se convierta en factor de bienestar social, y no sea la que nos lleve hacia un fatídico salto al vacío; sin duda, un retroceso histórico, triste y vergonzoso ante el mundo y ante nuestros hijos.