Los colombianos seguiremos firmes, aportando grandes esfuerzos, para que la Luz de la esperanza no se apague jamás en nuestras vidas, familia y sociedad”.

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

Terminan los años y todos nos aprestamos a celebrar con regocijo el advenimiento de uno nuevo. Hasta el más desprevenido de los mortales espera que en esta nueva oportunidad podamos mejorar los procesos y/o experiencias que no han resultado lo suficientemente satisfactorias. También, desde luego, aspiramos a que, si nos está yendo bien, así suceda hacia el futuro. Restablecer el rumbo perdido es a lo que casi todos aspiramos, después de los lamentables episodios y el inexplicable desastre que en muchas materias – fundamentalmente sociales, económicas y humanas- nos ha dejado la pandemia.

La vida del ser humano y desde luego la de todos los demás animales y la de la naturaleza misma, transcurre siempre en medio de la búsqueda de soluciones a los problemas presentes y la realización de aspiraciones y proyectos que propendan por el encuentro o materialización de los ideales y/o metas propuestas, tratando de evitar encontrar obstáculos que dificulten el normal y eficaz desenvolvimiento de nuestro proyecto de vida, ya como individuos o como Nación.

 Somos, aunque parezca extraño, un proyecto en continua formación y siempre buscamos, es un reto de la humanidad misma, ser cada vez mejores, alcanzar estándares de perfección como: seres humanos, familias, profesionales, personas -colectiva e individualmente considerados, etc. no importa la condición en que nos encontremos, siempre estamos ante la expectativa de mejorar nuestras condiciones básicas de existencia.

Fenómenos muy preocupantes y difíciles, atacan y dificultan –permanentemente y desde muchos ángulos, el normal desenvolvimiento de dichos propósitos o digamos mejor, como acostumbra a decir mi padre, enemigos muy fuertes y feroces ponen en grave peligro los procesos o caminos que conducen a la felicidad de las personas y de los pueblos mismos.

Así como el cuerpo físico es atacado por múltiples patologías- enfermedades que tratan de truncar (y lo logran muchas veces) el bienestar o el normal desarrollo de la vida de las personas; así también al colectivo, a la organización social y estatal la asedian y carcomen intrusos y/o problemas muy graves que -en no pocas ocasiones- logran menguar, perjudicar y desestabilizar el Deber Ser, y/o el quehacer misional normal de la institucionalidad y de las organizaciones: Estado y sociedad.

Así las cosas, hay multiplicidad de circunstancias o situaciones que pueden ser ese enemigo (casi siempre oculto o muy discretamente camuflado) y que se constituyen en obstáculos insalvables que surgen al interior del organismo del colectivo, como el Coronavirus, por solo citar un ejemplo de los muchos existentes, como las otras grandes pandemias y flagelos que siendo contra el organismo y la vida de las personas individualmente consideradas, es tanta su ferocidad e implacable nocividad que acaban contaminando no solo al ser humano como tal, sino que también descomponen, afectan y reducen su organización social y/o familiar a niveles ciertamente lamentables. Véase como ha afectado el virus del coronavirus a la economía, no solo en el territorio patrio en particular, sino a nivel global, inclusive en lo cultural, haciendo cambiar hábitos, como la movilidad, la recreación, el trabajo, la productividad y la calidad de vida, siendo algo tan aparentemente simple en la salud del individuo, su propagación hace que ponga en riesgo la estabilidad y seguridad de la sociedad misma, su economía, sus gobiernos, sus políticas públicas, etc. Todas estas nuevas formas de agraviar el bienestar –que como se ha dicho y descubierto, no son solo focales sino globales, obligan, también a nivel universal, a atacarlas con medidas y políticas (“antivirales”) o soluciones globalmente concertadas y unificadas, para hacer propósitos y frentes de trabajo también comunes- universales- que permitan extirpar o por lo menos menguar considerablemente, como en efecto se ha hecho con la pandemia del Covid/19, el impacto y morbilidad (vital, económica y social) de sus efectos.

Una de esas dificultades sociales es indudablemente la epidemia de la corrupción social y política que ataca al país de la manera más virulenta e implacable, causando en materia económica, política y social, resultados muchos más desastrosos que el pico más alto de la pandemia que se haya podido registrar en el mundo entero.

Gran importancia adquiere para la comprensión y tratamiento de estos temas el concepto de “Aldea Global”, traído -en términos de los efectos de la globalización- por el gran estudioso de estos temas Marshall McLuhan (sociólogo canadiense); pues la cercanía por la versatilidad de las comunicaciones, a pesar de lo aparentemente lejos que se encuentran los asentamientos humanos entre sí, hacen que estos asuntos afecten de manera muy sustantiva a gran número de las comunidades, no obstante estar en territorios – continentes diferentes y lejanos.

Ello hace que sea mucho más difícil alcanzar -en términos de igualdad y de justicia- los estandartes aceptables de calidad de vida que de conformidad con nuestro orden social, económico y jurídico, debiera ser dable a todos y cada uno de los que hacen parte de nuestra sociedad y Estado; pues por su influencia y compleja propagación, la corrupción, a través de una cualquiera de sus múltiples y sofisticadas expresiones, hace que tengamos que afrontar procesos de discriminación, inequidad e injusticia que no permiten que la vida de cada uno de los asociados- ciudadanos, sea como debiera y como es la aspiración y los anhelos de cada uno de ellos.

Por ello, al parecer en nuestro país, los sueños y deseos de mejorar, a muchos –todavía no les será dable; pues la ambición (la “avionada”, como dicen en mi pueblo)) y el abuso de algunos en “las relaciones de poder” existentes, no harán posible que la prosperidad y la superación de muchas de nuestras dificultades y problemas nacionales, que en el fondo son los de las mayorías de los ciudadanos, por lo que infortunadamente seguirán quedando en los sueños de la gente y de toda una Nación, que a pesar de todo, al final de cada proceso de cada experiencia o anualidad, cree firmemente que en el futuro todo será mejor y que los cambios anhelados ya no se dejarán esperar más. Pero, como decían nuestros mayores “mientras no se pierdan las esperanzas, los sueños seguirán siendo posibles”.

No obstante, los colombianos seguiremos firmes, aportando grandes esfuerzos, para que la Luz de la esperanza no se apague jamás en nuestras vidas, familia y sociedad, pues nuestro ideal más fuerte es algún día poder ver a nuestro país verdaderamente en paz, con alegría y prosperidad para todos.

Ahí sí, como dice otro refrán, “amanecerá y veremos”.

*Abogado, especialista en Planeación de la Participación Ciudadana y el Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.

1 Comentario

  1. Me preocupa es que el expresidente Santos a toda hora esté rogándole a Uribe que vivamos en paz, y éste le hace desplantes y lo trata mal, es hora de tener dignidad y dejar al matarife que siga sembrando odio y rencor, hablando mal de los demás con su cinismo y falsedad, con piel de cordero pero en el fondo es un animal peligroso y carroñero

    Feliz Navidad, y próspero año nuevo

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