“En Colombia la intención de proteger y respetar a los animales, es todavía un sueño por el cual hay que seguir trabajando.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Con mucho entusiasmo y después de varios intentos, el pueblo de Colombia avanza en el difícil pero necesario propósito de implementar medidas que prohíban el maltrato animal y la extinción de retrogradas prácticas que todavía subsisten en nuestra sociedad y que impiden un trato coherente a estos seres vivos, pues se permiten, y hasta promueven, este tipo de actividades contrarias al deber ser y al compromiso que como individuos racionales debiéramos tener con estas especies.

Es inaudito, pero aún existen importantes sectores de opinión que consideran que los animales no merecen esa conquista, ese derecho- y que sobre dichas aspiraciones se debe seguir imponiendo el capricho, la arrogancia y supremacía de quienes hasta no quieren reconocer que es ilegal este tipo de comportamientos y tratos contra unos seres que – como los animales- no merecen ese tipo de vulneraciones.

Los colombianos y las organizaciones sociales antitaurinos y animalistas, que –por fortuna- cada vez son más numerosos y proactivos en favor de esta noble causa, afirman, con toda razón, que debe prohibirse la “fiesta brava”, las peleas de gallos y otras prácticas de esa misma naturaleza, porque realmente no son una expresión cultural, ni artística positiva ni digna de seguirse emulando, porque van en evidente contravía de lo que deben ser las buenas prácticas sociales del mundo moderno y civilizado, que ha venido evolucionado como colectividad y como Estado, haciendo individuos más humanos, más conscientes y comprometidos con su entorno y con su futuro.

Arthur Schopenhauer (filósofo alemán 1788-1860), tal vez influenciado con la gran experiencia y autoridad que le concediera el avance del conocimiento científico y filosófico de la época, afirmaba con toda contundencia que «Para ser sinceros: los seres humanos son los diablos de la tierra y los animales las almas atormentadas», concluyendo categóricamente que “…quien es cruel con los animales no puede ser buena persona”.

Realmente es incomprensible que en pleno siglo XXI y frente al alto grado de dificultades que se han tenido por la humanidad misma, para la instauración de parámetros y condiciones que posibiliten frenar la vertiginosa carrera que hemos emprendido contra el medio ambiente y contra la tierra misma (nuestra casa) y sus recursos, aun exista tan significativa oposición a medidas que -como la extinción de estas prácticas- lo que buscan es ponernos a la altura de los compromisos y obligaciones que tenemos con la vida (en todas sus expresiones), los derechos y los recursos naturales. Si la sociedad está realmente cambiando, cómo es que pueda alegarse que algunos sectores sociales y/o empresariales, puedan seguir teniendo el “derecho” o el privilegio de beneficiarse económicamente con las crueles agresiones que se les propinan de manera despiadada e inhumana a los animales. Quien piense y actúe de esa manera, contra la ley, como lo ha afirmado el filósofo en cuestión, no puede en manera alguna ser una buena persona. ¡Ni riesgos!

Entonces, ¿Por qué el régimen jurídico (Estado y Sociedad) permiten esas malas acciones en contra de los animales?

Todo nos lleva a concluir que hasta el momento y pese a los grandes esfuerzos que –hay que reconocer- se han realizado, aun en Colombia la intención de proteger y respetar a los animales es todavía un sueño, por el cual hay que seguir trabajando.

La Ley 1774 del 6 de enero de 2016 establece parámetros jurídicos que obligan, por lo menos formalmente, al “respeto, solidaridad, compasión, ética, justicia, cuidado, prevención del sufrimiento, en la erradicación del cautiverio y el abandono”, entre otras obligaciones, respecto del trato de los seres humanos hacia los animales (https://www.semana.com/nacion/articulo/maltrato-animal-que-dice-la-ley-en colombia/202239/).

Pero el compromiso no solo debe ser jurídico y todos debemos asumir –con consistencia y responsabilidad- los deberes éticos y morales que como sociedad e individuos tenemos con la vida animal, al igual que con la nuestra propia, no de otra manera seria posible un auténtico diálogo entre individuo, sociedad, Estado y biodiversidad, diálogo sin el cual será imposible asumir tan delicada e impostergable tarea: el respeto por los animales.

En un país que ha propuesto, como reto al mundo entero, algo tan grande y necesario como recuperar y preservar la Amazonía, como una alternativa para la subsistencia del planeta y de la vida en todo el globo terráqueo, no es explicable que algunos -por individualistas egoísmos- quieran seguir practicando –como en efecto hacen- estas insanas tradiciones –disvalores- con las cuales nos hemos seguido caracterizando como herederos de las más viejas costumbres que nos legaron quienes nos colonizaron a punta de sangre y fuego, tratándonos como enemigos y de la misma manera, como hoy algunos quieren seguir, tratando a los animales sin el más mínimo decoro ni respeto por su vida y derechos y haciendo caso omiso a los mandatos e ideales que deben caracterizar a una sociedad que –se dice- fue fundada en principios morales, éticos y humanitarios, “que siente afecto, compromiso o solidaridad hacia la gente, en especial con los más débiles o necesitados” como son los animales. Sentimientos que son los que realmente deben practicarse en la vida real y no formalmente en el papel y en un orden jurídico como el que actualmente se ha logrado aprobar, el que -aunque novedoso y progresista – no ha podido ponerse efectivamente en práctica, dejando sus mandatos, como ocurre siempre con las reglas que quieren abolir privilegios, en meras expectativas y aspiraciones de quienes -con tanto esfuerzo y contra viento y marea- han defendido tan significativas y altruistas propuestas.

¡No más maltrato a los animales! Ese será un importante avance que logre nuestra Nación, en busca de la paz y de la reconciliación que tanto hemos añorado.

Es necesario una cierta y sincera hermandad, entre el hombre y los animales. Ellos son nuestros compañeros en el penoso y complejo estado de cosas que los humanos hemos “creado”, olvidando que –aunque no lo reconozcamos, también somos una especie de animales, solo que con racionalidad y capacidad de discernimiento, lo cual nos hace responsables no solo de nuestros propios actos, sino por lo que pueda pasarle al mundo en que vivimos.

¡Qué poca conciencia hemos tenido de ello!

*Abogado. Especializado en Planeación de la Participación Ciudadana y el Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.