Nunca en mi vida había sido invitado a una fiesta de la cual tendría que salir tan avergonzado y desilusionado como a la celebración del día del trabajo del año 2021

Por: Héctor Jaime Guerra León*.

Quiero confesar que no he sido amigo de participar en manifestaciones y marchas ni expresiones multitudinarias en contra de nadie y que a pesar de que no tengo especial afecto por quienes hoy rigen nuestros destinos desde el gobierno nacional, mi ánimo siempre ha sido el de ser un respetuoso ciudadano del acontecer nacional, pues quienes hoy gobiernan la nación, lo han hecho en todo caso prevalidos de un poder que legítimamente les ha otorgado la democracia y ello debe ser, aunque no por todos compartido, por lo menos respetado y garantizado, pues así lo exigen las reglas que rigen nuestro Estado Social y Democrático de Derechos. El que gana democráticamente, es el que gobierna y punto.

Por iniciativa del Ministerio Público, institución con la cual laboro y quien, por orden de nuestra constitución, es el encargado de “la guarda y promoción de los derechos humanos, la protección del interés público y la vigilancia de la conducta oficial de quienes desempeñan funciones públicas“, me tocó asistir este primero (1) de mayo 2021 a la jornada nacional del trabajo, evento que se realiza oficialmente en muchos países del mundo y que fue impulsado por el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional (París, 1889) y que como homenaje “a los mártires de Chicago y como jornada reivindicativa de los derechos de los trabajadores”, según relata la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT), quiere rememorar las grandes luchas y conquistas que se han dado en el duro y difícil camino que han tenido que realizarse para la conquista de los derechos y garantías que hoy tiene la clase trabajadora, no solamente en Colombia, sino también en el mundo entero.

Asistí a dicho evento, al igual que mis compañeros, con alborozo y entusiasmo, con gran sentido patrio y con un gran sentimiento civil y democrático, no solo estimulado por el deseo sincero de mi deber cumplido, con la institución que me suministra, por mi trabajo, los ingresos con que atiendo mis compromisos personales y familiares, sino por la inmensa responsabilidad que me une -como ciudadano del común- con la institucionalidad y con la ciudad, territorio y sociedad a los cuales pertenezco.

No saben ustedes cual fue mi alegría y orgullo, cuando las directivas de mi institución ingresaron mi nombre al listado de las personas que deberíamos estar asistiendo a tan noble y digno acto, el Día Mundial del Trabajo, que se celebra cada año, para conmemorar el movimiento obrero mundial y se utiliza para rememorar, celebrar y continuar luchando por las reivindicaciones sociales, laborales, políticas y económicas que hacen parte del anhelo y aspiraciones de nuestra sociedad; pues tener un empleo digno del cual emana el sustento y satisfacción para nuestras necesidades, es un derecho y un justo anhelo de todos y cada uno de nosotros.

Pero que desilusión tan enorme, cuando creí que en dicho acto y después de las marchas y largas caminadas- que es tradicional realizar en dicha efemérides, iba a tener la oportunidad de escuchar las voces y pronunciamientos de nuestros más altos dirigentes y representantes en materia laboral, social y política, respecto al estado actual de nuestras luchas y expectativas y en relación al futuro del derecho al trabajo y a las esperanzas y directrices del movimiento nacional obrero, lo único que recibí y experimenté en carne propia, como dice mi padre, fue el más degradante, angustiante y deplorable trato, por parte de algunas personas marchantes y de los distintos actores que participaron en dicho evento.

Cuando termina una fiesta, como se supone que es una marcha, así ella sea la expresión de nuestra inconformidad y desacuerdo con las políticas y los gobernantes de turno; pues se supone que quienes asistimos al evento, lo hacemos con el ánimo de que las cosas cambien, que se hagan las correcciones que son necesarias para enderezar el camino y reencauzar el rumbo perdido, lo lógico es que impere el respeto y, en especial, el acuerdo y la coherencia entre quienes acuden y avalan –con su presencia-  dicho acontecimiento.

Pero, en la realidad las cosas no son así, lo que vi y me consta, es que después de estos actos, se presentan, ya por fuera de lo oficial y formalmente acordado, los más horribles y desatinados actos de barbarie y delincuencia, no solo contra la institucionalidad oficial, sino también, extrañamente, contra la población y la distintas expresiones de orden social y civil que asisten al evento; pues surgen actos impredecibles e incomprensibles de afectación del inconsciente colectivo que atacan el orden legal y constitucional vigente, sin discriminación alguna, poniendo en riesgo, incomprensiblemente, a cualquier actor o interés ciudadano que esté en el camino de quienes tan abrupta e inexplicablemente actúan en este tipo de manifestaciones.

Cuando marché y acompañé, como en efecto hice, –supuestamente, a una gran multitud de trabajadores y de ciudadanos, que marchamos convencidos y entusiasmados, pensando solo en la necesidad de cambiar y mejorar el rumbo de nuestra institucionalidad y condiciones básicas de vida, vi en medio del más tremendo desafuero; pues muchos de los que a mi lado marcharon, con verdadera alegría, fervor y entusiasmo patrio, fueron sustituidos -al final-por unos pocos, pero bastante fuertes y malignos, que sembraron el más tremendo caos, haciendo que de manera inesperada e improvisada y, con grandes riesgos para nuestra integridad personal, tuviéramos que huir –como extraños y/o delincuentes, del lugar, al que habíamos sido invitados con toda cordialidad y oficiosidad, para celebrar uno de los más importantes actos de que pueda tener memoria la humanidad misma, el día internacional de trabajo.

De verdad digo que nunca en mi vida había sido invitado a una fiesta de la cual tendría que salir tan avergonzado y desilusionado como a la celebración del día del trabajo del año 2021.

*Abogado Defensoría del Pueblo Regional Antioquia; Especialista en Planeación de la Participación y el Desarrollo social; en Derecho Constitucional y normas penales. Magíster en gobierno.