Por: Balmore González Mira

En la celebración de su día clásico en Colombia, he venido recordando a mis primeros maestros y observando a los actuales. Cuando comencé mis primeras letras hace cinco décadas tuve unos primeros instructores que me llenan de nostálgica alegría, ya no están unos y otros,  los inaplazables e imperdonables años, se los han llevado. Armados de libros, tizas y memoria humana nos condujeron por el camino de la lectura, en los inicios del abecedario y en las sumas y restas de las matemáticas primarias; nos enseñaron la golosa, el coclí-coclí, el lobo está, la salta cuerda, llegó carta, el yeimis, la trinchera, las tapitas, cuerda envenenada, el trompo, la pirinola, el yoyo, las bolas de cristal y bogotanas y en fin, una cantidad de juegos que hoy han sido sustituidos por los juegos electrónicos, no sin antes pasar por el atari y el Game boy. Las pantallas en aquellas calendas eran únicamente las de los televisores en blanco y negro que apenas llegaban a nuestros pueblos para sintonizar a lo sumo tres canales que se veían más lluviosos que lo que están estos días de la época invernal.

Las clases de biología, sociales, historia y hasta filosofía, eran verdaderos foros de aprendizaje. Nos fuimos adentrando en la secundaria y las exigencias de escritura y lectura  iban acompañadas de concursos de ortografía y cultura general en los colegios, en juegos diseñados por nuestros verdaderos Maestros, había discusiones sobre fechas históricas y se hacían mesas redondas culturales que se convertían en tertulias literarias que duraban varios días. Nuestros Maestros tenían la mística de educar y formar seres humanos  de bien. Por allá a finales de los 70 se dio por terminada una figura del policía escolar que se encargaba de que todos los menores de edad y estudiantes estuvieran en sus hogares a las 8 pm y había un respeto reverencial por esta figura, unida a las del mismo maestro, el sacerdote, el juez y el alcalde y en fin, hasta para los padres, que desafortunadamente se fue perdiendo con la “modernidad”.

Sin internet, con poca televisión, con Maestros muy buenos y con la mente despejada,  aquellas jornadas de aprendizaje nos obligaban a ejercitar la memoria, la razón y la lógica para generar el aprendizaje que nuestros Maestros con mucha ética, instauraban en las aulas de clase. No faltaba el que la embarraba, pero de esos docentes no nos ocupamos hoy, por qué no merecen llevar el título de Maestros.

Los Maestros de los que hoy hablamos fueron, son y serán esos seres superiores, esos que formaron, forman y formarán respetando la integridad de sus discípulos, los que no los conducen hacia abismos, sino que les abren las puertas para que vean bien ese abismo, pero que los invitan con la reflexión a qué no caigan en ellos. El verdadero Maestro es el que de verdad prepara sus clases con dedicación, enseña con pasión, ama su misión y da lecciones de ética a sus educandos. El verdadero Maestro es el que escucha sin señalar y juzgar, el que orienta sin odios de clases sociales; el que entiende que educar no es adoctrinar. El verdadero Maestro es que le dedica tiempo a su profesión para el mejor estar, el que se capacita para ilustrar y no tergiversar. El verdadero Maestro es el que se dedica realmente a educar. Loa por los verdaderos Maestros de mi patria y por esos Maestros Universales.

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