Podemos mentirle al otro o a los otros, pero jamás mentirnos a nosotros mismos.

Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS 

Una de las cosas más obvias con respecto a un gobernante cualquiera es la insistencia en que se miente a sí mismo en relación a determinadas políticas que ponen en peligro su autoestima, confianza y credibilidad.  El pretender justificar los propios errores, fallas y defectos, constituye una costumbre, en los políticos, seguramente tan antigua como la politiquería y la humanidad misma.  Sin embargo, son muy pocos los gobernantes que advierten o reconocen que se están autoengañando y el tremendo daño que se ocasionan con esta conducta ante el libre escrutinio público de sus gobernados.  No se percatan de que, a fuerza de eludir la propia responsabilidad, como servidor público, llegan a creer honradamente que la culpa de sus infortunios en la administración pública reside en las circunstancias sociales, la política, la familia, la casualidad, la “mala suerte”, o sus opositores determinados.

El gobernante mediocre, desde el momento en que acepta su propia mentira y no hay nadie que pueda desmentirlo, sella la inexorabilidad de su destino, formando pautas de comportamiento que originarán una “mala suerte” más efectiva que si los persiguiera el mismo demonio o adversarios precedidos de la mala fe.  Si en un comienzo creyéramos en la explicación que un gobernante nos diese para justificar sus fracasos o conductas inadecuadas, descubriríamos pronto que las raíces de su infortunio, financiero, social, político, o administrativo, residen en la aceptación de situaciones fantasiosas y en un pertinaz rechazo de la realidad que les circunda.

El punto más importante y significativo es el hecho de que estos gobernantes no se percatan ni remotamente de lo que les ocurre, aunque sus problemas inconscientes puedan ser evidentes para todo el pueblo que lo observa, analiza y escucha.  No solamente debemos comprobar las condiciones de fracaso del gobernante mediocre, en este caso a causa del autoengaño, sino principalmente discernir la omnipresencia del factor hipnótico en acción. 

Resulta también de extraordinario interés el comprobar como los gobernantes mediocres mienten constantemente en relación a sí mismos, relatando toda clase de historias falsas, que de tanto repetirlas han llegado a adquirir visos de realidad.  Se miente también en virtud de un deseo inconsciente de manejar, manipular o controlar a otras personas, afirmando cosas que llevan un mensaje encubierto o exagerando cosas ciertas de tal manera que se convierten en falsas.

La mentira, en el gobernante mediocre, es un elemento que nos dificulta comprender con claridad las conductas dañinas del gobernante, porque:

  1. Toman su experiencia personal, política, circunscrita, como única.
  2. Por naturaleza el mentiroso se revela contra la autoridad o la acatan irreflexivamente.
  3. Confunden la verdad con sus deseos, intereses y temores.
  4. Sufren el suplantamiento por sus emociones.
  5. Discuten sólo como defensa destinada a reforzar su propia argumentación.
  6. Sacrifican la vida al ídolo de la opinión ajena o de áulicos oportunistas que le siguen.
  7. Están dormidos por sus pasiones inferiores: temor, odio, resentimiento, envidia, venganza, despecho, celos politiqueros, etc.
  8. No confían en sí mismos, dudando de todo por la proyección de su propia desconfianza.
  9. Son narcisistas y todos los que se adornan a sí mismos como portadores de su verdad, y solo pretenden autojustificarse.
  10. Por temor a la libertad otorgada por la verdad se encierran irreflexivamente en el huevo de sus propias ideas.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                               Medellín, enero 23 de 2021