Por: Balmore González Mira

En términos generales los paros hacen daño al país y así los organizadores de estos no lo crean, quienes más sufren son las clases menos favorecidas y quienes se levantan día a día a conseguir el pan del diario vivir. Estoy completamente de acuerdo con la protesta, la manifestación y las marchas pacíficas, democráticas, civilizadas y sin violencia, ellas son la expresión popular del inconformismo o de la insatisfacción. Esas marchas que expresan con respeto el sentimiento sin dañar la infraestructura del país que tanto ha costado construir, esas manifestaciones con cero paredes pintadas y con cero heridos, esas que vestidos de blanco le expresan al mundo el momento histórico que está viviendo una comunidad.  Esas marchas y protestas tienen un significado ciudadano superior, estas que están protegidas por la Constitución y las leyes y que son aplaudidas por las inmensas mayorías. Estas son la verdadera expresión ciudadana civilizada.

Los paros y las marchas violentas al contrario traen hambre, cierre de vías, parálisis de la economía, pérdida de empleos, sufrimiento, desbordamientos de los ciudadanos, heridos, muertos en las ambulancias; daños a la infraestructura del país, violencia y mucho terrorismo por parte de los desadaptados y criminales que se infiltran en ellas. En fin, más hambre y miseria.

La desaceleración económica que está viviendo Colombia, sumada a la inflación galopante, más el tema de desabastecimiento de comida en las centrales de abastos, un invierno imparable combinado con un verano con heladas producto del loco cambio climático hacen que no sea viable, sensato o por lo menos justo que se programe un paro más,  que nos lleve hacia el fracaso y la inviabilidad como estado de derecho o hacia un estado fallido. No podemos generar más violencia de la que ahora nos agobia en calles y veredas, en campos y ciudades, dónde la ciudadanía siente temor de todo y de todos. Es claro que estamos viviendo uno de los peores momentos de la patria en las últimas cinco décadas, atrás quedaron los momentos de las caravanas turísticas seguras, del disfrute pleno de la propiedad privada, de la tranquilidad en la nación, dónde había confianza para la inversión y se sostenía la economía con los mejores indicadores. No es hora de hacer paros que nos lleven al despeñadero.

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