Por: IVÁN  ECHEVERRI  VALENCIA

Durante la presente semana, al no aceptar las comunidades indígenas sentarse a conversar sobre sus pretensiones con los delegados del presidente Iván Duque, iniciaron una caravana de protesta, desde el departamento del Cauca y de otras regiones de Colombia, hacia la capital de la república.

Esta movilización no es la primera, ya se han hecho recurrentes con tomas de ciudades, de tierras, bloqueos de vías y enfrentamientos con la fuerza pública. A estas manifestaciones de protesta las han denominado mingas, palabra que surgió del quechua que significa trabajo comunitario o colectivo de algunas tribus de la zona  andina que  eran recompensados al final de la jornada con suculentas viandas.   

La palabra minga en España se identifica con el órgano sexual masculino y en Argentina significa “nada”.  En nuestro medio se ha entendido como un mecanismo  de movilización reivindicatorio y de protesta por parte de nuestros pueblos ancestrales.

La minga indígena tomó relevancia en el año 2008, cuando no  llegaron a ningún  acuerdo sobre sus peticiones en el municipio de Piendamó con el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, ocasión en la que participaron más de 50 mil indígenas.

Ha sido recurrente en las mingas exigir respeto por su cultura, la autonomía de sus territorios y autoridades, su biodiversidad y  recursos naturales.

Sus protestas casi siempre se han circunscrito a evitar el desmonte de las garantías constitucionales y legales otorgadas por la Constitución Política de 1991. También han estado dentro de sus peticiones que el gobierno los proteja de las constantes amenazas de las que son objeto, de las desapariciones, asesinatos, secuestros, violaciones, hurtos, del desarraigo a sus tierras de las que han sido víctimas y siguen siéndolo por parte de los diferentes actores del conflicto armado colombiano.

Tanto los indígenas como los afrodecendientes, campesinos y líderes sociales han llevado la peor parte de los vejámenes y de los  delitos atroces cometidos por las guerrillas de las Farc, el  ELN, el EPL, paramilitares, narcotraficantes, bandas criminales y, en algunos casos, por  miembros de la Fuerza Pública. Hay que reconocer que estas comunidades son las que más han sufrido los horrores del prolongado conflicto armado, pero, lamentablemente, todavía muchos se oponen a que esta ignominia de la guerra se supere de una vez por todas.

En Colombia, se hizo un enorme esfuerzo para llegar a un acuerdo de paz con la guerrilla más numerosa, desalmada y cruel que llevaba más de 50 años causando dolor, miseria y bañando de sangre nuestro territorio nacional.  En esta guerra sólo participan pobres contra pobres: humildes campesinos, analfabetas y personas que no han tenido ninguna oportunidad en la vida y que son  reclutados, unas veces por los alzados en armas y en otras por el Estado, para que libren una guerra ajena, sin saber en razón de qué deben enfrentarse y matarse los unos contra los otros.

Siempre abogaré por apoyar los acuerdos de paz, aunque sean imperfectos, porque salvan vidas, y estaré en contra de seguir estimulando una guerra perfecta, que sólo deja muertos, miseria, dolor y lágrimas.

La actual minga que va en caravana para la ciudad de Bogotá, sólo busca un diálogo con el presidente de la república y, posiblemente,  participar en el paro nacional de 21 de octubre, convocado por las centrales obreras, sindicatos de docentes y estudiantes.

Lo que pretenden los pueblos indígenas no es algo del otro mundo,  quieren obtener, directamente de la primera autoridad, compromisos reales para evitar que continúe el asesinato sistemático de sus miembros,  de líderes sociales, de reinsertados y la violencia por parte de la Fuerza Pública;  sobre la sustitución de cultivos ilícitos, el cumplimiento del Acuerdo de Paz y de lo convenido en pasadas movilizaciones.

Será una semana dura y de mucha expectativa para los manifestantes, para la Fuerza Pública,  las autoridades y la ciudadanía, dadas las circunstancias y riesgos que genera la pandemia que hoy presenta los picos más altos y sin solución a la vista.

Lo único que podemos solicitar es que impere la inteligencia, la sensatez y el diálogo, tanto por parte de los participantes de la minga y de los organizadores del paro nacional, como del gobierno central; el palo no está para hacer cucharas, el país vive su peor momento y vendrán tiempos aún más difíciles por lo que todos debemos poner de nuestra parte y sin pensarlo, remar para el mismo lado, porque este barco no sale a flote si no cuenta con la ayuda de todos los colombianos.

Este no es el momento para los egos, ni para la politiquería barata y oportunista, sino para  la unidad nacional, que infortunadamente ha estado ausente durante el presente gobierno, que no ha hecho ni el más mínimo esfuerzo para lograrla, no sé si  por incapacidad o por temor reverencial a contradecir a sus mentores.