Por: Balmore González Mira
Nací en Frontino. Conocí a Dabeiba cuando apenas sí caminaba, el legado de mis padres y una propiedad rural cerca a esta municipalidad fueron mis primeros vínculos con esta maravillosa tierra. Viajábamos permanentemente a esta población dónde el comercio de los productos agrícolas eran más fáciles, más nutridos y muchísimo más dinámicos. Su clima cálido hacía sentir el cambio desde la alta montaña en el recorrido del río sucio, por toda la geografía del occidente lejano. Dabeiba es la última población de esta subregión y puerta de Urabá. Con sus 1.883 Km2 se extiende casi hasta la misma cabecera municipal de Mutatá en el Urabá antioqueño, después de un recorrido largo, húmedo, silencioso por la Llorona; mi hermano dice que uno debe pasar por siete cañadas para poder abrirse la montaña y llegar a la recta en una carretera que por años se tragaba los carros, sin importar su tamaño y su número de pasajeros. La recta que desemboca en la cabecera municipal de Mutatá.
Dabeiba está a unos 430 metros sobre el nivel del mar y está construido en un cañón vigilado por montañas y da la sensación que sus primitivos pobladores se estaban escondiendo de alguien. Recuerdo que uno de los cerros se llama alto bonito, otro liderado por el jagüe y más hacia el norte el barrio Bernardo Guerra Serna (homenaje hecho a un gran líder Liberal de los años ochenta) y cerrando la otra colina por la vía San Antonio, salida hacia San José de Urama y Camparrusia. Todos cercaban La población; de los mismos donde los disparos de las balas escribieron tantas historias.
Fui personero de este espectacular y emblemático Municipio, distante a 174 km de Medellín, entre los años 1992 y 1993, si bien mi período era de dos años, solo uno pude ejercerlo, las farc asesinaron a principios del 93 a mi escolta y unos días después emprendí la retirada. Recuerdo con gran afecto a Ruperto, un policía bueno, nacido en el Valle del Cauca. Sus padres vinieron por su cadáver, nos abrazamos y lloramos juntos, su madre una anciana campesina, cuando le abrí la puerta del apartamento donde vivía, preguntó por mí y nos fundimos en un dolor propio de madre y protegido confidente, su silencio largo y profundo apenas sí dejaba rodar sus lágrimas entre su arrugada piel golpeada por el sol, lavaba y arreglaba ropas en Cali. Su padre, me apretó fuerte la mano, sus callos de campesino sufrido aún no desaparecían a pesar de la edad. Su mirada triste y gris se fundía entre su corto sombrero y delgada y pequeña figura. Lloraba en un silencio que se sentía gritar en el alma. La humildad, honradez y lealtad de su hijo Ruperto, las había heredado de sus progenitores. Eso lo supe el día de su muerte. Tarde reconocí de dónde venía ese policía íntegro y alegre que protegía todos los días mi vida.
Quedé ligado de manera perenne a esas tierras dabeibanas, donde conocí a la madre de mis hijos y donde toda su familia también fue víctima de las farc. En mi ejercicio fui retenido, al lado del alcalde popular y de otros funcionarios de la alcaldía todo un día en San José de Urama, un corregimiento ubicado hacia la entraña de las montañas que amortiguan el nudo de paramillo, por el comandante Jorge o alias el paisa, temible subcomandante de frente para esa época. Dos guerrilleros de baja estatura y corta edad nos detuvieron a la salida del casco urbano de San José de Urama luego de una visita oficial. El más joven nos ordenó devolvernos hacia el kiosco central, el comandante nos requería. El conductor dio giro al Trooper de la alcaldía y retornamos a las que serían unas horas interminables. Nos liberó casi en la noche después de muchas horas de exponer su ideología e intenciones, sus acciones y pensamientos. Me habló de mi origen frontineño y me increpó indirectamente como reclamándome por la negativa de algunos comerciantes de mi pueblo de no pagarle la denominada vacuna (nombre dado a la extorsión). Los rumores diarios eran de una toma guerrillera a la población. Recuerdo que unas botas, un poncho y una linterna permanecían al lado de mi cama para cuando ello ocurriera. No sabía si para huir o acompañar obligadamente a la guerrilla o era solo para tranquilizar el pensamiento de lo que podría ser una pesadilla. Me asustaba la idea de un secuestro.
La población de Dabeiba, los comerciantes y hasta las autoridades estuvieron muchos años captados por este grupo guerrillero. La extorsión, el secuestro y el homicidio, acompañados de vejámenes fueron el diario vivir de sus habitantes. Dabeiba entera fue una víctima impaciente de este grupo que primero exprimió a su población y luego la atacó vilmente. Los dabeibanos son comerciantes y agricultores por vocación, emprendedores como ninguno en la región del occidente, viví y pude evidenciar esta condición. Alguien repetía permanentemente en su propio parque principal engalanado por la imagen de la Santa Madre Laura, “Dabeiba es un pueblo tan verraco que ni las farc pudieron acabar con él”.
Pasaron los años y los paramilitares llegaron a ese territorio, obligaron a los antes vacunados por la guerrilla a acompañarlos a ellos y así poder combatir a sus verdugos. La disputa comenzó con asesinatos incontables pero con historias que narraron el más duro horror de la guerra. Dabeiba, cómo muchísimas poblaciones colombianas, padeció el mismo fenómeno y flagelo. Doblemente víctima del conflicto, Dabeiba soporta ahora una nueva victimización, es noticia nacional por aparecer supuestamente un cementerio con falsos positivos.
No tiene sentido, ni lógica, que sí los falsos positivos que no eran más que muertos inocentes que presentaban los comandantes militares como guerrilleros para que por sus “buenos resultados” fueran condecorados, ascendidos y trasladados y hasta enviados a misiones al exterior, tuvieran que hacerlos públicos y notorios para ese propósito perverso, macabro y criminal, ahora pretendan decir que enterraron a 50 o más en Dabeiba y no los cobraron en aquellas facturas abominables por el comandante del ejército de turno. No nos crean tan idiotas, que sí dos o tres supuestos bandidos dados de baja daban un reconocimiento iban a dejar de anunciar la baja de 50 y dejar de “cobrar el preciado trofeo prometido”. No es probable que haya una fosa común con un número tan alto de estos execrables casos y que no se hayan “oficializado” para hacer de ellos una cifra estadística superior en su momento. Allí podrá haber cadáveres de combatientes reales, de guerrilleros o paramilitares, pero no de falsos positivos.
Dabeiba no merece más estigmas, Dabeiba ha resurgido como el ave fénix. Dabeiba merece respeto. Estamos todos con Dabeiba.