No hay cosa más peligrosa y maligna que un simple chisme, rumor, creencia o noticia maliciosa o ingenuamente divulgada.”

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

Se han entendido estos delitos como aquellos que se ocasionan por conductas, al parecer, inofensivas y que -por su reiterado uso social- se van volviendo casi que imperceptibles legalmente, hasta podría decirse que son aquellos comportamientos que a pesar de ser insanos y, en estricto sentido, reprochables social y legalmente, pareciera que carecieran de importancia para las autoridades e instituciones encargadas de ejercer acciones conducentes a su reproche jurídico.

Estas conductas hacen más exigente el análisis que debe hacerse por el intérprete, casi siempre el juez y/o la fiscalía, que deben analizar hasta qué punto una conducta determinada puede llegar a ser objeto del derecho penal para concluir en la eventual responsabilidad por parte de quienes en un momento dado pueden -con su mal comportamiento- adentrarse o quedar incursos en la realización de un delito o la ejecución de una conducta social y legalmente censurable, por poner en peligro los bienes jurídicos tutelados o protegidos por el orden legal vigente. Entre dichos delitos pudiéramos encuadrar comportamientos, tales como: algunas omisiones o acciones generadoras de culpas leves, los insultos, ciertos comentarios, la mentira, el concepto errado, murmuraciones y/o aseveraciones con suspicacia, publicaciones con contenidos falsos o verdades a medias ingenua o intencionalmente tergiversadas, etc.

A la luz de las doctrinas que estudian este delito y de la jurisprudencia (estudio de los jueces) que lo ha considerado en múltiples ocasiones, serán muchos los asuntos y los juicios de razonabilidad, ponderación y proporcionalidad que habrá de hacerse para establecer, con un buen grado de certeza, cuando una conducta, siendo inaceptable por la comunidad y el orden jurídico, no debe ser sancionada penalmente, por considerarse que es de bagatela; pero no es ese el debate que hoy quiero hacer, pues no se trata de una lección de derecho penal, como pudiera entenderse por quienes puedan leer desprevenidamente este argumento.

Lo que trato de decir es que ante la delgada y casi imperceptible línea que nos permite separar un comportamiento ilegal de aquel que -con estas sutilezas, puede llegar a constituirse en un detestable delito, bajo la apariencia de un comportamiento normal que –aparentemente- en nada riñe con el deber ser social y jurídico que debemos imprimirle a todos los actos en nuestras relaciones con nuestros semejantes.

Hay unas conductas que presuntamente pueden ser de bagatela o, como hemos dicho, insignificantes o inobjetables por el derecho penal, pero que en el fondo contienen una gran carga de peligrosidad y de capacidad de dañar el bien jurídico tutelado. Es decir, hay comportamientos que usualmente suelen ser normales o intrascendentes; pero que pueden estar cargados de mucha maldad y capacidad de deteriorar y de hacer graves vulneraciones a los derechos de los demás y cuando se encausan con malignos propósitos (políticos, económicos, religiosos, morales, etc.), las repercusiones dañinas y lesivas al interior de las personas, de la sociedad y el Estado mismo pueden ser de magnitudes inimaginables e impredecibles, originando catastróficos resultados en las personas, la sociedad y/o las instituciones que se ven azotadas por estos flagelos.

Estas conductas han existido desde la antigüedad, surgieron con la humanidad misma y han sido utilizadas por algunos dirigentes políticos, estrategas corporativos, líderes religiosos, etc., para generar y alimentar fenómenos sociales (violencia, desorientación, falsas creencias, descredito, engaño) que -a decir verdad- han causado severos daños en el alma de la sociedad, las naciones y de la humanidad misma.

Son tan útiles al mal este tipo de actitudes y estratagemas, que –por citar solo un ejemplo-históricamente se tiene que las artimañas y el gran poder de manipulación, por parte del Nazismo, de verdades a medias, mentiras, rumores, malintencionadas noticias y cualquier otro tipo de falsos nacionalismos, fueron tan audaces en ese sentido que la mayoría de los alemanes, inclusive importantes corrientes de opinión mundial, llegaron a creer, en grado de absoluta certeza, que realmente Hitler (el “Führer“.o máximo jefe del partido) tenía razón y que en verdad los judíos y, en especial, los débiles(niños, ancianos, enfermos y discapacitados, entre otros), eran los malos y que por ello debían desaparecer de la faz de la tierra. Muchas guerras y, en especial, aquéllas que se denominan “frias”, porque se rigen por los cánones de la diplomacia, la clandestinidad (lo secreto u oculto), se promueven a través de oscurantistas acciones que –aparentemente- son inofensivas e intrascendentes, pero que llevan consigo diabólicos e inhumanos propósitos e intereses que han originado los crueles e infames actos de barbarie y violencia, sembrando odio, rencor, enfrentamiento, polarización y la muerte, entre la gente, comunidad y naciones que se vieran afectadas por este peligroso tipo de malintencionadas actuaciones y estrategias. Como se ha dicho en el argot popular, no hay cosa más peligrosa y maligna que un simple chisme, rumor, creencia o noticia maliciosa o ingenuamente divulgada.

Estos delitos y malas acciones son muy difíciles de investigar, por la inofensiva apariencia que asumen y las dificultades que se tienen a la hora de individualizar concretamente a quienes son sus autores- responsables y los medios a través de los que se promueve o difunde esta modalidad de actos delictivos, pero el resultado dañino que pueden llegar a causar es de magnitudes monumentales. Hoy, con el avance de la tecnología y por la gran versatilidad y sofisticación de las redes sociales, cunden este tipo de fenómenos delincuenciales, entre los cuales se encuentran algunos de los denominados delitos informáticos o cibernéticos.

*Abogado adscrito a la Defensoría del Pueblo–regional Antioquia. Especialista en Planeación de la Participación y el Desarrollo Social; en Derecho Constitucional y Normas Penales. Magíster en Gobierno.