Por: Luis Fernando Pérez Rojas

Estos conceptos del bien y del mal se han convertido en ambigüedades lamentables, en la administración pública, por lo que nadie sabe a ciencia cierta qué cosa es buena y cuál es mala, según la aplicación de la justicia, dejándose arrastrar cómodamente por la costumbre mayoritaria de practicar la corrupción, la moda de rebasar las normas legales y la opinión ajena que los motiva al enriquecimiento ilícito, con la gabela que aquí no pasa nada.          

Desde este punto de vista pareciera no haber justicia en Colombia. Servidores públicos inocentes son a veces castigados injustamente, mientras ciertos gobernantes delincuentes, bien disfrazados, reciben el premio de nobel de la paz y, otros gozan de impunidad ante su gran lastre ético y moral,  en el ejercicio de sus mandatos que les ha confiado el pueblo, ya que una exigua minoría posee el criterio individual necesario como para percatarse de la verdad.                                           

El pueblo ciego aplaude, castiga u opina mecánicamente, como *los gusanos que sin saber cómo, producen seda,* careciendo en absoluto de la capacidad cognitiva para hacerlo con propiedad, mientras todos los áulicos y lacayos divinizan sus perversas actuaciones y dictámenes, adorándolos como referentes de vida y de manifestaciones de verdad superior.                           

El bien y el mal para la muchedumbre del sector público no son  más que “incidentes viscerales”, pulsiones instintivas que se descargan en uno u otro sentido solo para desahogar la presión interna del colectivo que los elige.                                         

La tibieza ética y moral,  en la administración pública, los hace seguir mansamente al rebaño; el que carece de principios éticos definidos, limitándose a ceder a sus propios impulsos de codicia, observando, sin embargo, un temor a la ley, pero no al respeto y cumplimiento de ella. No porque sus pautas actitudinales formen parte integral de su conducta, sino para evitar ser descubierto y ser castigado, no por las leyes, sino por la opinión pública.                                     

Existen servidores públicos que aceptan lo que todos aprueban en el clan de la corrupción y rechazan lo que la mayoría repudia; prefieren lo que está de moda en lo público e imitan a las figuras relevantes de la gobernabilidad para saquear el patrimonio del pueblo.                                           

Algunos  gobernantes y otros compinches de la administración pública, necesitan de muchos amigos que cohonesten con sus procederes incorrectos, pero rara vez dan amistad sincera y verdadera. Piden solidaridad, pero son insolidarios. Hablan de humanidad y actúan con frecuencia en forma inhumana. Exigen a sus subordinados,  pero no se exigen así mismo. Hablan demasiado, pero son pésimos hacedores. Tienen mucho y son pequeños, insignificantes para la ética y la moral.                            Por lo general, los gobernantes inmorales, son soberbios con los subalternos, crueles con los que actúan en contravía a sus apetitos personales y serviles con los superiores.     

Finalmente, estos servidores públicos amigos del mal, tienen esta actitud como meta de su existencia. Rara vez como herramientas o medios para alcanzar un perfeccionamiento espiritual desde su proyecto de vida. Siempre viven para *”Tener”* y excepcionalmente para ”Ser”.  

¡Así de sencillo!

Cordialmente,  Luis Fernando Perez Rojas