Por: Balmore González Mira

Estamos acostumbrados a decir lo que somos o a  describirnos o a que nos vean por la profesión, por el cargo, por la religión, por el estrato social o por la simple condición socioeconómica que nos acompañe al momento. A veces nos resulta un poco difícil decir quiénes somos porque la humanidad nos ha impuesto unas reglas o estándares de vida que nos pone a hacerlo en un realismo mágico sin mucho de lo terrenal o en una falsedad crítica de la que no somos capaces de salir, porque permanecemos atrapados en un mundo de jerarquías, muchas veces visuales y poco realmente conceptuales.

Las reglas, las etiquetas y los estereotipos que nos impone la sociedad en que vivimos, es generalmente marcada por modas y estilos que en nada o poco contribuyen a mejorar aspectos comportamentales o condiciones de vida. Muchos aseguran que vivimos en una sociedad light a la que poco le interesan los contenidos pero si las etiquetas. Donde el adinerado bruto vale más que el sabio desposeído; donde la belleza corporal cuenta más que la conciencia espiritual, la bondad y el buen comportamiento.

La humanidad diariamente se asombra con noticias increíbles de lo que pasa en todas las latitudes del mundo, ayer en Haití, hoy en Afganistán, mañana en Colombia y pasado en Cafarnaúm; la desigualdad y la injusticia, el maltrato a las mujeres, el reclutamiento y violación de niños y las mil y una novedades que nos van copando la capacidad de asombro. ¿Nos hemos preguntado quienes realmente somos los humanos?

Los seres humanos realmente, somos los que cultivemos, somos lo que aprendemos, somos lo que enseñemos, somos lo que eduquemos, somos lo que hacemos, somos lo que vivimos, somos lo que servimos, somos lo que construimos, somos lo que transformemos, somos lo que proponemos, somos lo que componemos, somos lo que sembremos, somos lo que escribimos, somos lo que decimos. Somos lo que existimos, pero también somos realmente lo que  deseemos.

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